CXL.VlIl.- CARNAVALES DE MI BARRIO: MÁSCARAS
Para M. L. P.: Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro recorrido por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante con el fervor de una mente que no tiene límites y un corazón que puede Amar mucho más de lo que suponemos. Sí, señor.-
Según cuentan algunos memoriosos el corso de la avenida Alberdi, en Arroyito, era utilizado frecuentemente por ángeles y demonios cuando tenían que cumplir algunas misiones terrestres.
Solía decirse también que entre todas las máscaras del corso, una era el diablo. Los Hechiceros y las Brujas de Refinería, Empalme Graneros, Ludueña Norte y Moreno, Sarmiento, Arroyito y Sorrento aprovechaban aquellas jornadas para suscribir convenios de toda clase, índole y especie con los poderes de las tinieblas. Tras las caretas espeluznantes se ocultaba el verdadero horror de las caras del mal.
Los Hombres Soñadores de Refinería solían pasearse por allí tratando de reconocer el sello de las Legiones, o bien gritando frases soeces e injuriosas al oído de las chicas. Cada vez que sospechaban el carácter sobrenatural de algún enmascarado, comenzaban a acosarlo tratando de provocar alguna reacción reveladora.
Nunca tuvieron suerte. Las mascaritas eran muy diestras en la ocultación de investiduras infernales o eran, lisa y llanamente, empleados de tiendas y bazares, portuarios y ferroviarios, plomeros y albañiles disfrazados de Mandinga.
Una noche, un muchacho de estatura mediana, vestido de Arlequín, les pareció el finado José Zgarbik, un extraordinario ajedrecista de la Biblioteca Popular Homero, ubicada en la calle Vélez Sarsfield y la cortada José Manuel Estrada que llevaba once años muerto.
Indagada a fondo, aquella máscara negó terminantemente la identidad que se le atribuía. El joven Dr. Veterinario Adrián Santos, a quien Zgarbik le debía ciento sesenta pesos de esa época, exigió al hombre la exhibición plena de su rostro y la devolución de la suma precitada. El finado Zgarbik huyó a la carrera y se perdió entre los vagones de un corto tren cerealero estacionado en Las Tres Vías entre el boulevard Avellaneda y la avenida Alberdi.
En la última jornada de aquellos mismos carnavales, una figura cubierta con una capa negra, sombrero de ala ancha y un antifaz de la misma negritud se acercó a Dionisio Martínez, que había llegado solo hasta el extremo del corso.
“Soy la Muerte”, dijo.
Martínez, señaló con un gancho de carnicería que sostenía con la diestra su humilde indumentaria de pirata y declaró solemnemente que era el famoso Capitán Garfio y acababa de arribar a puerto proveniente de la Isla del Tesoro.
La figura insistió. “Disculpe, buen hombre. No ha sido mi intención dar título a mi disfraz. Soy la Muerte, más allá de cualquier metáfora. Y si me permite la franqueza, vengo a llevármelo para el Más Allá.
Dionisio Martínez entornó los ojos y levantó el índice, como quien se apresta a expresar una refutación contundente. Después dio media vuelta y salió corriendo por la propia avenida Alberdi en dirección a la majestuosa parroquia de la Virgen del Perpetuo Socorro. Al cabo de una cuadra de persecución entre la muchedumbre, la figura lo alcanzó.
“Déjese de payasadas y pelotudeces”, dijo jadeando, “venga conmigo. Lo único que falta es que me haga un escándalo en plena calle y con este gentío… no sea boludo”.
“Me va a tener que arrastrar”, gritó Martínez, muerto de miedo. “Además, me parece que usted no es más que un empleado portuario, o quizás un ferroviario disfrazado”.
La Muerte alzó un brazo y Dionisio se quedó helado, petrificado. Quiso moverse, pero no pudo.
Tal como suele ocurrir en estos casos, pasaron por su mente los episodios principales de toda una vida. Martínez advirtió, sin embargo, que esa vida no era la suya. Se atrevió, entonces, a una objeción desesperada.
“Me parece que usted está buscando a otra persona”.
“Yo busco al que encuentro. Nadie es otra persona”.
“¿No podría ir a morirme a un lugar más discreto y reservado? Aquí está lleno de gente y si hay algo que no soporto es estar muerto en medio del corso de la avenida Alberdi, frente a una multitud de curiosos”.
“¡Basta! No trate de ganar tiempo”.
En ese momento apareció una chica deslumbrante vestida de ángel. Era Zulma Abraham, el amor imposible de Dionisio Martínez, la novia ausente, la mujer que lo había amado sólo por un rato. Lucía unas alas esplendorosas de color celeste y un antifaz de plata ocultaba totalmente su rostro y sus ojos. Martínez la reconoció por las tetas.
“¿Qué es lo que pasa?”, dijo el ángel.
“Soy la Muerte y vengo a llevarme a este caballero”.
El ángel se acercó a Martínez y lo besó con delectación en la boca.
“Muy bien. Ahora no te lo podrás llevar. Si un ángel besa a un moribundo, la Parca debe retroceder”.
La Muerte miró largamente a Zulma Abraham. Era difícil no confundirla con un ángel. Sin decir una palabra, dio media vuelta y desapareció detrás de una murga candombera. Dionisio quiso tomar la mano de Zulma, pero ella le tiró un puñado de papel picado de brillantes colores, una serpentina y salió corriendo.
Durante el resto de la noche, el irresistible amante de las viudas en los cementerios, pensador, filósofo, cronista e historiador de Refinería que vive en Arroyito buscó infructuosamente al ángel por todo el corso. Se asomó al bar de la Esquina de Las Cuatro Fronteras, también recorrió las mesas del bar El Cubano, fue a la pizzería Battilana, revisó los innumerables palcos abarrotados de público, entró en la heladería Royal, en los bares Pigalle y Asturias, cruzó al Grinzing Chop, interrumpió el show de los TNT -con la anuencia de Alberto J. Llorente- desde el escenario en el bailongo del Salón Cerveceros, preguntó a sus amigos y a innumerables personas. Todo, absolutamente todo, resultó infructuoso. Ya era bien entrada la mañana cuando llegó a su casa.
Después y durante toda su vida, sigue buscando a Zulma. Pero, ella no volvió a besarlo nunca más.
Chalo Lagrange
Otoño, mayo de 2012.-
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Muchas gracias por publicar una de mis Crónicas Mínimas (pro humildes), Simples y Breves. Por allí, en este bellísimo Blog, mencionan a mis Padrinos: Ágata y Ricardo. Muchísimas gracias. Donde quiera que estén ... ¡¡¡No los olvido nunca!!! Me criaron, educaron y formaron. Nuevamente, muchas gracias al/a los editor/es del Blog.... y ¡¡¡Felicitaciones!!! Con todo afecto, siempre. Chalo Lagrange.-
ResponderEliminarMuy estimado carlos. Te envié un mensaje en el que expresaba que ésta crónica mínima, simple y breve no estaba "subida" al blog. Lo que sucede es que está como Carnavales de mi barrio (que es otra de las crónicas ya "subidas") y su título es "Carnavales de mi barrio: Máscaras". Allí estaba mi confusión. El título de la presente es: Carnavales de mi barrio: Máscaras. Un fuerte y apretado abrazo. Con todo afecto, siempre. Chalo Lagrange (que en muchas ocasiones firma como Yves Jackard.
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