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El Pibe Cabeza; perdió por amor

Written By Charles Francis on 11 julio 2010 | 17:27

Un bandido que asoló la pampa de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Su raid delictivo alcanzaba niveles increíbles hasta que una lluvia de balas acabó con su vida. (Por Luis Barud). 

El comisario Héctor Fassio llevaba más de dos días vigilando la salida de la casa de calle Artigas 5549 del barrio de Mataderos en la Capital Federal. Cada tanto renovaba a sus hombres Daniel Russo, Carlos Morales y Carlos Antequera, todos con los ojos clavados en la puerta de la casa. Esperaban el milagro, si el dato que un buchón de bajo fondo les entregó por bueno. 

Era el 9 de febrero de 1937 y sol del verano golpeaba el empedrado de Mataderos. Con discreción iban y venían hasta un automóvil estacionado a dos cuadras de la casa bajo vigilancia. El día transcurrió sin sorpresas, como los anteriores, la puerta no se abrió esta vez en ninguna oportunidad. La bella mujer que vivía en el lugar, no asomó por la vereda del barrio. 

María Romano, una rubia despampanante que caminaba esbelta y decidida hacia el almacén alimentaba la esperanza, de encontrar al hombre buscado dentro de su casa. Las compras excedían las necesidades de una persona sola como ella. Alguien más debía estar dentro de la vivienda. La tarde comenzó a mostrar los primeros festejos del carnaval. Los preparativos del corso de Mataderos, famoso por sus carrozas y disfraces, ocupaban la atención de los vecinos. 

Cerca de las siete de la tarde cuando el sol se escondía, Fassio mandó a buscar el auto y le encomendó al sargento Russo que se quedara al volante, por cualquier necesidad. Especulaba que si llegaba a salir el hombre que buscaban, la multitud y el corso tan próximo podían tenderle una mala pasada. Antes de las nueve de la noche, la puerta se entornó despaciosamente.

Fassio y sus policías sintieron que el corazón se les escapaba del pecho. Apareció una cabeza mirando en ambas direcciones, tratando de cerciorarse que justamente la Policía no los esperaba. Cerró la puerta y por unos minutos no volvió a pasar nada. El comisario repasó las últimas órdenes. Buscaban a Rogelio Gordillo, el Pibe Cabeza, un mítico bandido que asoló la pampa de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. 

Su raid delictivo alcanzaba niveles increíbles en el imaginario popular. Robaron bancos, hoteles, negocios, mercados y viviendas. Todo con una exagerada gala de crueldad y locura. Cimentó la fama a puro gatillo. Así había nacido al mundo del delito, cuando apenas tenía 18 años y le pegó dos tiros a la madre de una niña de 15 que desaprobaba su noviazgo con su hija. Nueve años después, caería para siempre con una pistola en cada mano. 

De golpe saltaron el escalón que separaba la puerta de entrada de la vereda y caminaron despacio y volviendo la mirada atrás, para saber si la tranquilidad podía acompañarlos. El Pibe Cabeza iba pegado a la pared, y su lugarteniente Antonio “El Vivo” Caprioli, caminaba cerca del cordón. La mujer quedó en el interior del domicilio. Salieron por avenida Alberdi, tomaron un colectivo y se bajaron para entrar en el corso, a menos de cinco cuadras. Fassio giró sobre sus pasos y se trepó al auto. Los dos sospechosos apuraron la marcha para entrar en el corso.

El Pibe Cabeza le advirtió a Caprioli que los seguía un auto. No tenían dudas, que era la Federal. Imaginaron por donde huir y se metieron cada vez más adentro del desfile. Sabían que la gente despreocupada, caminando por el medio de la calle y concentrada en la diversión, era su mejor escudo. Apuraron el paso casi al trote y de pronto ingresaron por el medio de la muchedumbre. Les sirvió para sentirme más seguros. 

Caminaron mirando hacia ambos lados con una mano acariciando la cacha del revólver. Fassio bajó del auto con la 45 en la mano. Se dividieron por las dos veredas. Los buscaron rápido en la esquina de Brasil y Francia. Los policías sabían que allí había un túnel que comunicaba a un bar con el aljibe de una casa vecina. Pensaron que intentarían pasar por él y se apuraron. Sonó un disparó y el gentío salió disparado en todas las direcciones. El comisario esperó que terminara la dispersión, para ubicar al Pibe Cabeza y lanzarse encima como lobos. En cuanto intentaron cruzar la calle una lluvia de balas los detuvo. El Pibe Cabeza tirado detrás de un árbol, resistía con una pistola en cada mano. 

El Vivo Caprioli, aprovechó la confusión para correr hacia la esquina y perderse entre la gente que dejaba el lugar a la carrera. Se detuvo a dos cuadras y pensó en un rodeo, pero ya vio llegar a los primeros camiones cargados de policías. Cualquiera hubiera dado por muerto a su compañero, pero confiaba en el olfato del Pibe Cabeza, para zafar de la situación. Esta vez era distinto, estaba rodeado en serio y sin chances. Caprioli corrió a cinco cuadras del lugar y se sentó en la puerta de una pensión a escuchar las detonaciones de 45 que sacudían la noche de Mataderos. Los vecinos contaron más de 60 disparos.

Fassio le pegó un tiro en el pecho, el Pibe dio un respingo y quedó herido de muerte. El cuerpo se sacudió sin dueño un par de veces más y quedó boca arriba con los ojos abierto y cubierto de sangre. La leyenda llegaba a su fin. Los policías se levantaron guardando las armas entre las ropas y se acercaron al cadáver. 

Lo movieron con la punta del zapato. Fassio pidió un teléfono a una vecina y llamó a la prensa. Ordenó dejar al muerto en la vereda hasta que llegaran los fotógrafos. Quince minutos más tarde lo ametrallaron los flashes y las radios bramaron con la noticia. Murió el Pibe Cabeza, repetían incrédulos los porteños. 

La policía explicó la captura señalando que un informante sabía del viaje del prófugo a Buenos Aires y pasó el dato. Otros desconfiaron de María, tanto que argumentaban que ese día no salió de la casa porque lo entregó. Nunca se echó luz sobre la cuestión. Un error fatal lo había llevado a la casa de la mujer. Durante el preparativo de un asalto a un banco en Córdoba, mataron a un joven policía y se pusieron la fuerza encima. A partir de ese momento salieron a cazarlos de cualquier forma. 

El Pibe Cabeza había conocido a María en un aguantadero de Bell Ville y se enamoró perdidamente de la joven. Apenas llegaron a convivir unos pocos días. Cuando admitió que debía salir de escena un tiempo, pensó en la luna de miel soñada con su enamorada. Los primeros cuatro días lo pasaron dentro de la casa sin asomar la nariz afuera. Uno de los integrantes de la banda, se refugió en una casa de Villa Crespo y los citó para un encuentro. Para ese lugar iban cuando la Policía les echó el guante. 

En la central de calle Moreno admitieron que en dos días más se disponían a levantar la guardia del lugar, entendiendo que no se encontraban allí. A pesar de la negativa de Caprioli, el Pibe Cabeza insistió en salir y cayó en la trampa. Exhibieron el cadáver en una cama de azulejos, para que apsara por delante casi toda la Policía. 

Los ojos extrañados de sus integrantes miraban fijamente el hombre que tuvo en vilo a medio país, hasta el extremo que el vértice compuesto por Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, fue bautizado como “El Triangulo de las Bermudas”, en obvia alusión a la capacidad de la banda del Pibe Cabeza para desaparecer luego de cada golpe. En la autopsia le cortaron la cabeza, para exhibirla en un frasco con formol en el museo de la Morgue Judicial de la Capital Federal. 

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HISTORIA DE UNA BANDA

 
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