AQUELLOS CARNAVALES... EN ROSARIO 2° Parte

La Murga, ¿trágica o pícara?

Sería difícil definirla entre estos dos aspectos, porque involucra a ambos. Trágica por las verdades que expresa en
 sus cantos y pícara por la habilidad en disimularlos para evitar represalias.

En una evocación más acertada, el escritor Enrique González Tuñón la describe así: El carnaval apareció en el suburbio vestido de arpillera. Es una murga “rante”, constituida por los herederos del compadraje

Se refiere a su disfraz. El traje se usaba dado vuelta, se le hacían agujeros, si no los tenía ya, y se le colgaban tiras de colores múltiples. Otras veces la bolsa de arpillera fue su atuendo, de fácil adquisición, pues era la época que se la usaba para el envase de los cereales (trigo, maíz, etc. )

La recolección de ropa, principalmente trajes viejos y tiras de telas se hacía entre la parentela que colabora en la hechura de dichas prendas.

El espíritu festivo y creativo los llevaba a fabricar con ingenio sus propios instrumentos rudimentarios. De latas vacías de aceitunas, o de otro uso, hacían su Zambomba o improvisaban sus “redoblantes” con tarros más pequeños, como caja de resonancia, al que le colocaban una boquilla y papel de seda por donde se soplaba; una especie de maracas con envases llenos de piedrecitas o semillas; largos palos en los que clavaban bastante sueltas las tapas de las “gaseosas” y que la sacudían haciendo un ruido muy alegre, a guisa de pandereta; también estaban presentes las tapas de cacerolas para entrechocarlas entre sí, etc. Otro instrumento renombrado era la charrasca.

En sus cánticos hacían críticas agudas, bromas picarescas y referencias a hechos locales, con una observación mordaz, y la burla a los políticos insinuadas con habilidad.

Aquí conviene recordar que en nuestras murgas rosarinas existía un personaje que no aparecería en las Murgas porteñas: el Cocoliche y sobre él pesaba la responsabilidad y la fama del grupo.

Debía ser el más hábil, ágil y malicioso para ser elegido en su papel de Cocoliche, especie de “saltimbanqui” que llevaba sujetada por su caña una media de mujer, cuyo pie estaba relleno de maíz mojado, y la utilizaba como cachiporra o para golpear el piso, marcando el ritmo de su frenético saltar, cuyas contorsiones y morisquetas, a veces se traducían amenazadoras. Su cara pintarrajeada de rojo y blanco, o usando el conocido y popular tiznado de corcho quemado o carbón. Llevaba un desarmado sombrero de paja, o uno de paño pero agujerado o bien una gorra cuya visera colocaba al revés, completando el atuendo de este personaje.

En realidad el “cocoliche” era el apodo burlón que le aplicaban al inmigrante italiano que chapurrando el idioma castellano trataba de incorporarse a esta nueva sociedad que lo rechazaba.

Con respecto a las Murgas, haré referencia a lo que mi padre, José Capitano, me contaba. Corrían las primeras décadas del siglo XX, y la muchachada de uno de los suburbios de Rosario, el muy recordado y viejo Empalme Graneros, se reunía para jugar al novedoso y apasionante “foot-ball” en una canchita alambrada, que alquilaba un muchacho de apellido Caími, y les cobraba $ 0,10 a aquél que quería practicar ese deporte. Allí surge la idea de hacer una Murga y durante todo el invierno y primavera se fueron sucediendo los ensayos, la distribución de actividades entre los integrantes. No supe nunca su nombre ni si tuvieron éxito en su empeño, sólo valió la pena mencionarlos.