“Todos sabían en el barrio que él andaba armado”

Entraron buscando armas, ataron a la familia, esperaron la llegada del dueño de casa y lo asesinaron pese a que portaba su pistola.

En Pérez todos sabían que Marcelo andaba armado. No sólo lo decía, sino que también mostraba su pistola en señal de que con él nadie se podía meter. Por eso, cuando anteanoche tres hombres entraron a robar en su campo de flores, su hermana Claudia supo que “se iba a armar”. Estaba maniatada con sus dos hijos dentro de la casa cuando lo escuchó llegar en la camioneta. En una mano tenía un frasco de vidrio con una yarará muerta y en la otra, como siempre, el arma. Escuchó cinco disparos, gritos y diez tiros más. Al salir encontró a Marcelo sin vida en el patio delantero, mientras los tres ladrones huían en un auto y una moto.

Carlos Marcelo Cordero tenía 51 años y vivía en la zona rural de Pérez, donde termina la calle Estanislao López. En una casa rodeada de campo heredada de sus padres, se dedicaba al cultivo de flores junto con su hermana, una tradición que venía desde sus abuelos. Él se ocupaba de la cosecha y ella de las ventas a una cooperativa de Rosario.

En la vivienda también viven los hijos de Claudia: una joven de 22 años y un nene de 10.

Además, Marcelo tenía otros dos hermanos.

“Los ladrones sabían que él estaba armado porque era de mostrar las armas, hacerse ver y hablar de que no lo iban a agarrar”, contó Claudia. Las armas eran algo común en la casa desde que eran chicos. Claudia recuerda que siempre tuvieron una escopeta que usaban para cazar liebres mientras salían con el tractor.

Anteanoche, cerca de las 22, Claudia salió a cerrar el portón que había quedado abierto cuando aparecieron varios hombres y la agarraron de los pelos. Adentro de la casa, su hijo hacía la tarea, mientras la hija más grande lo ayudaba. Los ladrones la llevaron a rastras hasta la casa y los ataron a los tres con alambres en la pieza. “¿Dónde están las armas?”, fue la primera pregunta que le hicieron. El nene le dijo que las tenía su tío, que no estaba en casa. Los hombres revolvieron todo, tomaron dinero y algunas alhajas y fueron a esperar a Marcelo afuera. Mientras, uno de ellos custodiaba a Claudia y sus hijos.

Como todas las noches, Marcelo había ido al pueblo a tomar un aperitivo. Había salido temprano con una yarará en un frasco y una carpeta en sus manos. La serpiente había entrado a la casa hace unos días y después de matarla Marcelo se la llevó para averiguar qué especie era.

Cuando Claudia lo escuchó llegar con la camioneta supo que “se iba a armar”. Escuchó primero cinco tiros y el ladrón que los custodiaba salió. Luego el forcejeo y otros diez tiros. Cuando logró zafarse de las ataduras, fue al patio y encontró a Marcelo recostado, ya sin vida. Tenía varios impactos, uno de ellos en la cabeza. “Por cómo estaba, creo que lo tumbaron y ahí se acercaron y le dispararon”, describió.

Los ladrones se fueron en el auto de la hija de Claudia y en una moto en la que habían llegado. En el lugar donde estaba el vehículo había sangre, por lo que los investigadores consideraron que Marcelo pudo haber herido a uno de los ladrones.

“No pude verles la cara porque me dio miedo por mis hijos. Creo que eran tres y los vecinos dicen que son del barrio, pero yo no reconocí a nadie”, dijo Claudia.

La mujer nunca esperó que pasara algo así. “Esto es campo. En 35 años nunca nos pasó nada. Alguna vez te pueden robar una lamparita o un clavel, pero jamás entró nadie así, con o sin armas”, contó Claudia.

En este sentido, los vecinos apuntaron a una banda que vive a unos 200 metros de la casa de Marcelo y Claudia. “Es un grupito que se dedica a robarle a los vecinos. Dicen que el que le disparó es Panda, un pibe de 22 años”, dijo una vecina y agregó: “Todos sabían que el hombre siempre andaba armado. Cuando querían robar, él siempre defendía a la gente”.

La investigación está a cargo de la fiscal Marisol Fabbro, la Policía de Investigaciones y la comisaría 22ª, con jurisdicción en la zona.