Hasta hace ocho años iba a trabajar en bicicleta a un club, donde era mozo. Vendía CD, DVD y revistas porno. A principios de 2007, "el rey de la efedrina" se mudó a su mansión de Fisherton. Y se dio varios gustos, como asfaltar una calle.
l Rolls Royce, las camionetas Hummer, los Rolex, los lingotes de oro, la mansión de Fisherton y el departamento de Puerto Madero, los plasmas, las libras esterlinas, los viajes por el mundo. La efedrina. Hasta hace menos de ocho años, en la vida de Mario Roberto Segovia, detenido y acusado de ser el mayor proveedor de los carteles mexicanos que fabrican drogas sintéticas, nada de esto existía. Todo era más simple, llano y duro.
Iba a trabajar al comedor del Club Provincial de Rosario en bicicleta. Pedaleaba desde su casa, en la zona sur, hasta el restaurante donde trabajaba como mozo, un oficio que le daba la posibilidad de viajar cada tanto a Buenos Aires, apiñado en un colectivo junto a medio centenar de colegas. Allí la empresa Poet prestaba su servicio de catering en fiestas, donde Segovia se las ingeniaba para controlar su torpeza con la bandeja y se ganaba unos pesos extra.
Pero la gastronomía no era su único rebusque, por lo menos en ese momento. En las horas libres, vendía CDs, DVDs y revistas porno en la calle. Se había armado una clientela entre amigos y compañeros de trabajo, a quienes siempre describía con entusiasmo la mercadería que guardaba en un bolsito negro del que muy pocas veces se separaba. Le aportaba unos pesos al presupuesto familiar y, sobre todo, gustaba de ver esas películas, según recordaron sus ex compañeros de trabajo, quienes se acuerdan de él con humor y cierto sarcasmo, sobre todo después de enterarse de que "Marito" fue detenido el domingo pasado en Aeroparque cuando estaba por viajar a la Triple Frontera. Y ahora está detenido en Campana, junto con su mujer Gisela Itatí Ortega, su primo Sebastián Segovia, Daniel Alberto Bocchi y el contador Roberto Guerini, del poderoso estudio Eduardo Scarpello. Se lo acusa de ser el mayor proveedor de efedrina a los carteles mexicanos que elaboran drogas sintéticas, como la metanfetamina. Hasta ahora, todos los detenidos se negaron a declarar.
Segovia es un personaje nuevo en la trama del tráfico de efedrina que comenzó a investigar el juez Federal Federico Faggionato Márquez, luego de desbaratar a mediados de julio pasado un laboratorio manejado por un grupo mexicano -con aparentes vínculos con el cartel de Sinaloa-en Ingeniero Maschwitz. En esa casaquinta tenían montado un laboratorio para fabricar drogas sintéticas. Como publicó Crítica de Santa Fe en setiembre, parte de los precursores químicos que utilizaban en Maschwitz provenían de un laboratorio "fantasma" -a nombre de Héctor Germán Benítez, la "pantalla" que aparentemente utilizaba Segovia- ubicado en Entre Ríos 1031, frente a la plaza Sarmiento, en pleno microcentro rosarino. Segovia es nuevo en la trama, porque la Policía buscaba a ese tal Benítez.
De mozo a rey. ¿Cómo ese muchacho de una modesta barriada del sur rosarino se transformó presuntamente en el mayor proveedor de efedrina, con posibles contactos con carteles internacionales? Los investigadores de la Policía Bonaerense -que hicieron 14 allanamientos la semana pasada en Rosario- no tienen todavía la respuesta. Aunque Faggionato Márquez dijo que Segovia "no es ningún perejil", a los jefes de Drogas Ilícitas de Campana les cuesta creer que sea la cabeza de una organización. Por eso, en la historia de este presunto narco rosarino hay varios renglones, por ahora, en blanco. Nadie en la causa pudo establecer cómo aquel mozo del Club Provincial se conectó con semejante organización. El pasado de Segovia, según los registros de la Policía santafesina, es intachable: no tiene antecedentes; ni siquiera una multa por mal estacionamiento.
Por eso los investigadores tienen pocas huellas por donde ingresar a su historia. Su presente, en cambio, es más claro. Fuentes de la Bonaerense advirtieron que el "rey de la efedrina" tenía nexos directos con los mexicanos; incluso, dos narcos de ese país, que fueron detenidos hace poco más de una semana en Ezeiza con un cargamento de 9 kilos efedrina, estuvieron alojados en un hotel del centro de la ciudad, que pagó el propio Segovia.
Para reconstruir los pasos previos de Segovia hay que sortear esos espacios aún vacíos. El mozo, inscripto por primera vez en la AFIP en 1998 bajo la actividad "venta al por mayor en comisión y/o consignación de mercaderías", que se presentaba como vendedor de golosinas, empezó a viajar al exterior. Fue despedido de su trabajo en Poet, la empresa que tiene la concesión de los salones de fiestas del Club Provincial y el Salón Naranja de la ex Rural, y a principios de 2006 empezó a visitar una docena de países, como India -uno de los principales productores de efedrina-, Holanda, España y México, entre otros. A veces viajó acompañado por su tío Eduardo Delgado, a quien la policía le perdió el rastro el domingo pasado tras allanar su casa en Comodoro Rivadavia 2897, también en la zona sur. De esa casa, donde desde hace una semana flamean sin parar en la terraza una sábana y dos vaqueros, los policías de Drogas Ilícitas de Campana se llevaron precursores químicos, entre ellos, acetona.
Del sur al centro. En 2003, Segovia se ausentó del barrio Plata y se mudó al centro. Pero en la zona sur nadie sospechó. "¿Quién iba desconfiar de Marito?", dijo un antiguo vecino, quien admitió que su percepción de aquel muchacho que vendía películas porno cambió cuando lo vio aparecer con una Hummer, que estacionaba junto al cordón con las puertas abiertas, y de donde salía la cumbia a todo volumen. El verano pasado, el ahora "pez gordo del tráfico de efedrina" se sentaba junto con su tío y su hermano a tomar cerveza en torno a un tablón con caballetes que acomodaban en la vereda.
"Era gente tranquila", agregó otro habitante del barrio. Y recordó que Delgado, tío de Segovia, llevó al hospital a su hija cuando se lastimó. Lejos de estigmatizarlo, en el barrio la leyenda del zar de la efedrina empieza a rugir.
A principios de 2006, Segovia, su compañera, oriunda de Villa Gobernador Gálvez, y sus dos hijas (todavía no había nacido la tercera) alquilaron un departamento de tres ambientes en Sarmiento 364 2º piso, frente al Pami I.
Unos meses después, el 24 de agosto de ese año, Segovia envió por correo una solicitud al Registro Nacional de Precursores Químicos para que habilitaran a Benítez -un preso de 33 años que cumple condena desde 2003 en Sierra Chica por robo calificado- para comprar insumos químicos". Pidió ese permiso para comprar y vender "efedrina, pseudoefedrina, hidróxido de sodio, hidróxido de potasio y cal", a través del laboratorio fantasma de Entre Ríos 1031.
Esa oficina fue allanada por la Bonaerense a principios de setiembre, en busca de Benítez, pero los investigadores se encontraron con un salón vacío.
Segovia vivió en el edificio de Sarmiento y Pasaje Zabala hasta mediados de 2007. En ese año y medio que estuvo allí los vecinos vieron los frutos de su ascenso económico. El "rey de la efedrina" llegó al centro con su primer auto, un Nissan usado que después regaló a su padre, y que guardaba en una cochera que estaba al lado del edificio. Después llegaron una Land Rover, una Dogde Run, y la Hummer, que compró con beneficios impositivos de diplomático.
Si bien en su barrio se lo recuerda con simpatía, en el centro a Segovia sus vecinos del edificio lo miraban de reojo. "O era jugador de fútbol o traficaba algo, y el gordo pinta de deportista no tenía", recordó un hombre que lo veía todas las mañanas.
Del centro a Fisherton. Después de mudarse a la mansión que compró por 350 mil dólares, seguía estacionando la Hummer en la cochera de calle Sarmiento (tuvo abono mensual hasta diciembre de 2007). Más tarde comenzó a llegar con el Rolls Royce, que dejaba en la esquina del pasaje Zabala. Si una chica se acercaba a mirar el auto Segovia la invitaba a dar una vuelta. "Cada tanto, pasaba alguna que le pedía dar una vuelta y él accedía. No era muy dado, pero eso le gustaba", dijo una vecina.
"Marito" siguió yendo este año a esa esquina y era habitué de un pequeño bar americano. Allí tomaba café con un amigo, a quien le dejó las llaves del departamento de Sarmiento 364. Del nuevo inquilino los vecinos saben poco, recuerdan que siempre estaban juntos y que éste último desapareció hace unos días. Sin embargo, en el café todos negaron con sus cabezas conocer a Segovia. Acaso, un gesto de lealtad.
Hace poco más de un año decidió mudarse al sector más residencial de la zona oeste, en Alvarez Condarco 472 bis. Tras equipar su casa con todo tipo de lujos electrónicos -otra de sus debilidades- instaló una garita blindada con aire acondicionado en la puerta. Los cuchicheos en el barrio se encendieron después de que la gente veía pasar a Segovia con sus autos lujosos y era celosamente custodiado por unos guardias enormes. El nuevo vecino, a quien no le importaba en lo más mínimo que el resto de los habitantes del barrio conjeturaran cualquier cosa sobre el origen de su fortuna, le molestaba el mal estado de las calles. Le daba mucha rabia no poder esquivar los pozos con el Rolls Royce. Un día decidió cortar por lo sano. No llamó a la Municipalidad para reclamar, sino que contrató a una empresa para que arreglara la cuadra. La cuenta la pagó él, algo que le hizo notar al resto de los vecinos -ricos de más antigüedad- que lo miraban con desconfianza. El domingo pasado, cuando ingresaron los efectivos de la Bonaerense, los mismos que hablaban pestes del "gordito nuevo rico" se relamían satisfechos.
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Carlos