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En la zona más cara de Rosario hay gente que vive debajo de un puente

Written By Charles Francis on 02 octubre 2010 | 16:10

Jorge Ortiz se despierta desde hace dos meses en Puerto Norte, la zona residencial junto al río más nueva y cara de Rosario. Lo primero que ve son las espaldas de las Torres Dolfines. A pocas cuadras de allí, en Wheelwright y Pueyrredón, veinticinco hombres se reúnen cada día para
 trabajar en un paisaje privilegiado de silos y trenes.  Jorge, de 39 años y enfermo con HIV, vive bajo el puente Celedonio Escalada: un homeless, según la voz sajona. Todos los demás son cartoneros y recicladores: vecinos de Travesía que viven de lo que tira la gente del centro. Todo un contraste, entre los metros cuadrados exclusivos de 2.500 dólares y los que no encajan "ni acá ni allá", ni mucho menos en esa coqueta zona de la ciudad.

La casa de Jorge es más bien una guarida aturdida por los vehículos que atraviesan el pasaje que hace casi cien años construyó el ferrocarril bajo las vías. Se trata de apenas un cuadrado desprolijo que se ve en la mano izquierda, yendo por la arteria desde el norte al centro. El inmueble cuenta con techo de hormigón gracias al túnel y un toldo, cartones y maderas que hacen las veces de pared y puerta principal. Un colchón, una frazada, una mesita con un espejo roto, jabón y una afeitadora descartable son todo el mobiliario. Jorge supo tener pareja y una casilla, que se le quemó, en San Martín y Circunvalación. Y es padre de tres hijos a quienes no ve desde hace tiempo. Hizo la primaria, trabajó en la construcción y vivió en el crotario del padre Santidrián. "A veces hago changas, pero nadie me contrata efectivo, por eso me las rebusco limpiando vidrios acá en la esquina: con suerte saco 20 pesos al día", asegura. Tiene un aro de acero en la oreja izquierda y el resto de lo que lleva puesto —camisa, pantalón de trabajo y zapatillas— es toda su ropa. Es HIV positivo desde hace cinco años, pero no sigue ningún tratamiento y eso parece no preocuparle. "Por ahora la llevo", dice como al pasar respecto a su estado de salud. Una noche de lluvia dormía a la intemperie en el parque Scalabrini Ortiz, vio la hendija bajo el puente, y se instaló.

—¿Qué es lo peor de vivir acá? ¿El frío, el calor, el ruido, el hambre, no tener baño?
—Lo peor es todo eso. Y los mosquitos: no te dan paz.

El hombre no ve muy claro ni su presente ni su futuro. "Acá, en este lugar de mucha plata, nadie te da una mano. Si pudiera tener un trabajo, tal vez podría alquilar algo. Es muy loco esto de terminar acá, detrás de estas lindas torres, así, sin nada", deslizó.

25 padres. "¿Qué quieren ustedes? Somos 25 padres. No molestamos a nadie, no tenemos planes, no hacemos piquetes, si no cirujeamos no tenemos qué darle de comer a nuestros hijos". Así salió al cruce de LaCapital Brígido Alegre, de 32 años y padre de dos chicos. Uno de los hombres, en su mayoría de origen chaqueño, que desde hace tres años se juntan desde las 8 a las 21 tras una vieja construcción del ferrocarril en Wheelwright y Pueyrredón para salir a cirujear, luego reciclar y vender el cartón, papel, vidrio y metal que recogen por el centro. "Con suerte" sacan 50 pesos por día.

Elio Medina, de 20 años y con una hija, trabajó en una carpintería hasta que lo echaron; Feliciano Flores, de 28, llegó hace 9 meses del Chaco: trabajaba en el campo; Rafael Escolar, de 31, padre de 3 chicos, estuvo empleado en una fábrica de campo. Pero ahora se suben temprano a su bicicleta, se llegan hasta Puerto Norte, salen con sus carros a juntar lo que pueden vender. Cuando se arman de un buen stock, más o menos cada tres días, contratan un flete por 50 pesos que pagan entre todos, y se van a vender. "Nos pagan 50 centavos el kilo de cartón"; aclara Escobar antes de detallar cuánto les cotizan también los kilos de papel blanco, metal, aluminio y vidrio.

Para comprar un piso de 320 mil dólares, tal como se cotizan en la zona, estos hombres deberían poder hacerse de 2 toneladas y media de cartón, lo que les llevaría unos 75 años de trabajo. Se ríen de sólo pensarlo. No se quejan. Sólo piden que el municipio, o alguien, les dé una mano con los carros, "que cada vez que se nos rompe una rueda, gastamos 30 pesos y no llevamos casi nada a casa", lamenta Escobar.
Por Laura Vilche / La Capital
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