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Rosario y la Mafia - 1° Parte -

Written By Charles Francis on 06 abril 2010 | 1:52

A fines de 1910 llegan a la Argentina siete sicilianos que declaran ser cultivadores de olivo. En sus documentos no se registran antecedentes delictivos. Años después los apellidos de estos inmigrantes aparecerán en la crónica policial como mafiosos.

Estos siete italianos que el 12 de diciembre de 1910 se registran en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires son: José Albarracín, Giuseppe Ambrosetti, Pepe Anchoristi, Luisiano Garccio, Benito Ferrarotti, Felipo Dainotto y Juan Galiffi. Este último llegó a ser el capo máximo de la mafia en Argentina, siendo apodado "Chicho Grande", y fue el padre de la célebre Agata Galiffi.

La mafia local inició sus actividades aparentemente en la década de 1910, dedicándose al cobro de "colaboraciones" entre los comerciantes de origen siciliano, primero, y luego a otros de diversa procedencia. Al poco tiempo se agregó la práctica del secuestro extorsivo y el control del tráfico de verduras.

Es difícil saber cuantas personas se vieron afectadas por el accionar mafioso debido al temor de las víctimas en denunciar a quienes les amenazaban. Además, la policia no contaba con una buena imagen entre la población, que solía considerarla ineficaz y corrupta. Justamente, una de las causas que explicarían la importancia de la mafia en Rosario sería la mala calidad de la policia local.

A partir de 1916 comienzan a aparecer en la prensa rosarina referencias al accionar mafioso. Por ejemplo, se informa del atentado sufrido por el almacenero Félix Rioja en la puerta de su negocio, ubicado en la esquina de 9 de Julio y Rodriguez. Esta zona ser un escenario repetido en la crónica mafiosa local. En la misma, por ejemplo, caerá abatido el periodista Alzogaray y será secuestrado el áuriga Sabater o Zapater. Volviendo al caso del Sr. Rioja, éste habíase negado a pagar una contribución de $5000, que se le exigía en un anónimo, a pesar de las amenazas contra su persona en caso de no abonar aquella suma. En represalia un mafioso en bicicleta le disparó dos tiros de revólver que no dieron en el blanco. Era común que los mafiosos amenazaran también a la familia del potencial contribuyente. Las intimaciones por escrito solían venir acompañadas por puñales, calaveras u otros signos macabros. También era común que aparecieran firmadas por la Mano Negra, sello creado por cualquier mafioso o grupo de ellos para atemorizar a la víctima.

La mafia en sus inicios elegía víctimas de recursos bajos o medios, pero con el correr de los años apuntaría al secuestro de personas de gran fortuna, como Marcelo Martín o Abel Ayerza. En general, los secuestrados recibían buen trato. Los mafiosos no querían dañar a la víctima, puesto que el negocio radicaba en devolverla sana y salva a cambio del rescate exigido. Si la víctima recibía algún daño o era asesinada se perjudicaba la credibilidad mafiosa y la familia del potencial secuestrado no tendría la certeza de volverlo a ver vivo aunque pagase el rescate. La muerte de Abel Ayerza, por ese motivo, perjudicó mucho la imagen de la maffia en tanto organización respetuosa de un cierto trato.

El dinero obtenido por los secuestros se repartía de manera desigual. La mayor parte correspondía al capo de la banda y el resto se repartía entre quienes secuestraban y albergaban a la víctima. Parece que la mafia local no invertía en calidad de organización el dinero obtenido por sus actividades, sino que cada mafioso disponía particularmente de los beneficios.

Era común que se organizaran en el ámbito mafioso "listas de suscripción" para ayudar a algún compañero detenido o perseguido por la policía. Cabe recordar que tales listas de suscripción eran comunes entre los grupos anarquistas o sindicalistas, y solían publicarse en los periódicos obreros. Cada contribuyente aportaba de acuerdo a sus posibilidades. Así, tanto la mafia como las organizaciones proletarias apelaban a la solidaridad. En el caso de la mafia se trataba de una solidaridad entre paisanos mientras que en el de las organizaciones revolucionarias era una solidaridad basada en la clase social o la simpatía ideológica.

Javier Etcheverry.
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