En la primera parte de este artículo relaté aquel portal de mi barrio, que sin temor a equivocarme creo que fue la mayor conglomeración de vagabundos, linyeras y crotos, no solo de la ciudad de rosario, me atrevo a decir del país. Jamás uno puede olvidarse de aquella panorámica de las calles, las vías, los alrededores de la estación y los baldíos a los que me había referido anteriormente. Y en esto mucho tuvo que ver el ferrocarril de carga y el puerto de rosario en su esplendorosa época dorada.
Cuando un linyera se apeaba de un tren de carga lo hacía generalmente en las proximidades de las estaciones ferroviarias de campaña, allí donde la población era escasa. De inmediato buscaba con la vista donde se hallaba el embarcadero de hacienda. Allí o en la cabecera de uno de los galpones ferroviarios acamparía. Con la primera ubicación buscaban la proximidad del agua. Con la segunda, reparo de los vientos. Elegido el lugar, con ramas, bosta seca de vaca, cardo o cualquier yuyo capaz de arder, iniciaba el primer fuego. Junto a la hoguera, clavaba el fierrito asador y colgaba de su extremo doblado, la pava o una lata con agua para tomar sus primeros mates. Ese sitio fundado y nucleado por las llamas sería su " ranchada". Allí permanecería mientras no tomase otro carguero, haría su comida y tendería las mantas para dormir. El Damero.-
A los chicos le causó una profunda tristeza, algunos lloraron, había muerto aquél que con sus locuras, ha veces mala pero a veces buena, los había acompañado en toda su infancia. Con “chinchibira” se iba el último de los linyeras y crotos que poblaron por aquella época los alrededores de la Estación Sorrento.
NOTA: Para los más jóvenes les comento que “Chinchibira” era el nombre de una gaseosa de venta masiva de aquellos tiempos.-
La Estación (fotos)
Detrás de esta estación estaba el barrio, a 50 mts la calle Olivé con las fondas, las pensiones, los bodegones y los baldiós.
Al frente de la misma estaba la inmensa playa donde hacían las maniobras los trenes, más los depósitos de maquinas, la herrería para el mantenimiento, a la izquierda las oficinas de los Guardas y la Policía Federal. A la derecha, (donde se observan Eucaliptos), había una manzana con Chalecitos estilo inglés donde habitaban empleados ferroviarios.
A 100 mts estaba mi casa, (Olivé y 47) donde pasé la mayor parte de mi infancia y adolescencia.
Por los andenes de esta estación transitaron miles de hombres rumbo a las cosechas, más todos aquellos norteños que buscaban en Rosario una alternativa laboral y económica. Hoy solo queda la desolación del lugar y una foto para el recuerdo.
Dios quiera que jamás vuelvan a existir estas historias, que ningún habitante del mundo tenga que emigrar de su tierra, que ningún ser humano tenga que padecer el desarraigo, la desolación y morir lejos de su patria de la mas degradante manera como se vio en los alrededores de la Estación Sorrento.-
La mayoría de los crotos eran hombres marginados por la sociedad, muchos de ellos inmigrantes, sin familia, solitarios, que recorrían en los trenes los desérticos paisajes de la Argentina. Trabajaban en la cosecha de maíz, que se recogía a mano, y se hospedaban en los galpones donde se guardaba el cereal. "Pero en los tiempos de las crisis económicas, se agregaban miles de crotos nuevos. Pequeños comerciantes arruinados y hombres sin trabajo incrementaban el número. La Policía los llevaba como ganado por las calles del pueblo para interrogarlos, identificarlos, amenazarlos, maltratarlos y dispersarlos. La sociedad los rechazaba: la mayoría no se volvía a integrar", escribe Hugo Nario en El mundo los crotos, del Centro Editor de América Latina.
Linyeras o crotos: (llamados así porque se beneficiaron de una ordenanza dictada en 1920 por el gobernador radical José Camilo Crotto, que permitió a los braceros viajar libremente en los trenes de carga cuando fueran a trabajar a las cosechas).
El epicentro fue la Estación Sorrento donde en su inmensa playa se hacían las maniobras de estos trenes, donde también se abastecía de combustible a las locomotoras que transportaban los convoy, en su mayoría cargado de cereales que iban directamente al puerto de rosario y volvían a salir a distintos lugares del país con otros materiales. Una gran afluencia de vagabundos, ya casi por la tercera edad, con sus cuerpos deteriorados por las secuelas de las cosechas y del esfuerzo del trabajo a mano, por la de aquellos crudos inviernos, más el alcohol consumido por tantos años, ya bastante enfermos hizo que estos libertarios se afincaran en el barrio hasta el final de sus vidas.
Como dije en mi anterior nota, fue una infancia donde uno quería descubrir los misterios de estos personajes, conocí a decenas de estos, conocí de muchos sus historias, conocí sus muertes, las vi en mi niñez con mis propios ojos, algunas de ellas por duelos a cuchillo, otras por suicidios en los Morales del ferrocarril, otras por congelamientos, otras por grandes infecciones y otras por la simple vejez. Era muy común por aquella época encontrar semanas tras semanas sus muertos, jamás se los vio ir a un hospital, parecía como que ellos mismos deseaban el final.
En la anterior nota también dije que iba a relatar la historia del linyera o croto que apodamos “Chinchibira”. Jamás observe de algún personaje de estos, tanta dignidad como la que tenía este sujeto. El intendente Carballo había erradicado todo este asentamiento apostado en los baldíos del lugar, arrasó con todos los cañaverales, sus casitas, ranchadas, pero antes, a todos sus habitantes los alojó en el Hospicio de Ancianos.
Era un domingo por la mañana, los pibes hacíamos “un picadito” de fútbol en uno de aquellos baldíos que ya se había transformado en canchita, la de San Lorenzo. De pronto una canción y la voz inconfundible: “A la boina marina, mujer que camina, con chinchibira termina” Lara Lara Lara!!!. Todos los chicos corrimos tras él, “Chinchibira” Volviste!!! Y como siempre, nos corrió. “raja, raja”, “ustedes mandar a cárcel” (hospicio).
Observó la canchita y sobre el final del paredón que daba a la “Fonda” de Pietrenko, desarmó su “mono”, sacó dos frazadas (por supuesto robadas del hospicio), saco una ollita, una pava, uno de sus libros y armó su “ranchada”, allí, a la intemperie. Un vecino mayor se acercó hasta el lugar y le preguntó si venía al barrio a quedarse de nuevo. “escapar de cárcel”, “acá ser libre”. No respondió más preguntas y se puso a leer, mientras de reojo nos observaba a nosotros que lo mirábamos felices de que hubiera vuelto. Y fue así que hasta el final de sus días nadie lo movió de ese lugar.
Nunca supimos con certeza su nacionalidad, su nombre ni mucho menos su edad; algunos de aquellos “colegas” inmigrantes, que eran también europeos, decían que “chinchibira” hablaba en muchos dialectos y que podía ser ucraniano, otros decían que era lituano. Pero si supimos de sus “andanzas” y a la vez de su intelecto, rara veces, pero cuando estaba sobrio era de leer mucho, para después hacer un monólogo de sus lecturas, hablaba y se discutía solo, pero siempre en su idioma.
Nunca se le conoció un trabajo, vivía de la limosna, pero existió algo muy curioso, no mendigaba en su barrio, siempre rechazaba a todos y a todo, hasta el vino; Si lo hacía por Arroyito y Alberdi, salía temprano por las mañanas y al mediodía pegaba la vuelta a su “ranchada”. Daba gusto verlo cocinar, muy higiénico, religiosamente lavaba todos los alimentos y después sus utencillos. Jamás le faltó jabón o detergente, tampoco la “cachuña”. Por las tardes solía bañarse en el Arroyo Ludueña, sin que nunca faltara un travieso que lo cascoteara de los terraplenes.
Era más bien de estatura media casi baja, de piernas cortas, muy chuecas y el caminar de Chaplín. Cuando la mezcla de alcohol puro con cáscara de naranja hacía su efecto, “chinchibira” salía de su ranchada, cuando la borrachera no era tan profunda había que cuidar de no dejar nada a mano, “chinchibira” arrasaba con todo aquello que la oportunidad y el descuido le ofrecían. Todo iba a parar alrededor de su ranchada y cuando se le reclamaba siempre decía lo mismo: “Rusos ser ladrones”, “Chinchibira recuperar todo lo que se le ha robado”. Vaya a saber que querría decir su mente con aquellas repetidas expresiones.
Alguna vez hablé de su doble personalidad. Hoy puede hablar uno de una demencia desconocida. Tenía su parte mala (era malo), no dejaba que se le acercara nadie a su alrededor, siempre una varilla para azotar al que se le arrimaba más de lo debido. Y tenía su parte buena, (era bueno) aunque suene contradictorio. Seguramente “Chinchibira” en sus recorridas por Alberdi y Arroyito tenía un benefactor que una vez por mes lo ayudaba con un poco de dinero. Ese día nos juntaba a nosotros los pibes y nos hacía preguntas de geografía o historia. Al que acertaba le daba un peso y a los que perdían les daba menos pero con la condición de que compraran facturas o macitas. A veces compraba gaseosas o helados si notaba nuestra buena lectura cuando nos hacía leer algunos de sus libros.
Cuando la borrachera era grossa “chinchibira” aterrizaba en el medio de la calle, eso cuando le asistía la suerte, la mayoría de las veces quedaba tendido en una zanja, boca arriba, agitando sus piernitas y gritando: “Socorre”, “Ayuta”, “Ahogooo”, “Me Monrooo”. Cuando se les acercaban ayudarlo los echaba, cuando más o menos lograba despejarse se incorporaba gateando, se abrazaba a alguna columna cercana y así aferrado se quedaba por un buen rato. Estas no eran de madera (Pino) ni tampoco de cemento como las de ahora. Eran estructurales, cuadriláteras y con armazón de hierro.
Fue una noche muy tormentosa, de lluvias, truenos y relámpagos, desde de adentro del bodegón de D´stéfano se escucharon los gritos de una de las tantas borracheras de “Chinchibira”: “Socorreee”, “Me Monrooo”. Cuando los parroquianos salieron afuera lo vieron enfrente abrazado a una columna de alumbrado público. No saben si fue un rayo del momento, de pronto una fuerte descarga eléctrica fulminó y terminó con la vida de este entrañable y risueño personaje.
En la anterior nota también dije que iba a relatar la historia del linyera o croto que apodamos “Chinchibira”. Jamás observe de algún personaje de estos, tanta dignidad como la que tenía este sujeto. El intendente Carballo había erradicado todo este asentamiento apostado en los baldíos del lugar, arrasó con todos los cañaverales, sus casitas, ranchadas, pero antes, a todos sus habitantes los alojó en el Hospicio de Ancianos.
Era un domingo por la mañana, los pibes hacíamos “un picadito” de fútbol en uno de aquellos baldíos que ya se había transformado en canchita, la de San Lorenzo. De pronto una canción y la voz inconfundible: “A la boina marina, mujer que camina, con chinchibira termina” Lara Lara Lara!!!. Todos los chicos corrimos tras él, “Chinchibira” Volviste!!! Y como siempre, nos corrió. “raja, raja”, “ustedes mandar a cárcel” (hospicio).
Observó la canchita y sobre el final del paredón que daba a la “Fonda” de Pietrenko, desarmó su “mono”, sacó dos frazadas (por supuesto robadas del hospicio), saco una ollita, una pava, uno de sus libros y armó su “ranchada”, allí, a la intemperie. Un vecino mayor se acercó hasta el lugar y le preguntó si venía al barrio a quedarse de nuevo. “escapar de cárcel”, “acá ser libre”. No respondió más preguntas y se puso a leer, mientras de reojo nos observaba a nosotros que lo mirábamos felices de que hubiera vuelto. Y fue así que hasta el final de sus días nadie lo movió de ese lugar.
Nunca supimos con certeza su nacionalidad, su nombre ni mucho menos su edad; algunos de aquellos “colegas” inmigrantes, que eran también europeos, decían que “chinchibira” hablaba en muchos dialectos y que podía ser ucraniano, otros decían que era lituano. Pero si supimos de sus “andanzas” y a la vez de su intelecto, rara veces, pero cuando estaba sobrio era de leer mucho, para después hacer un monólogo de sus lecturas, hablaba y se discutía solo, pero siempre en su idioma.
Nunca se le conoció un trabajo, vivía de la limosna, pero existió algo muy curioso, no mendigaba en su barrio, siempre rechazaba a todos y a todo, hasta el vino; Si lo hacía por Arroyito y Alberdi, salía temprano por las mañanas y al mediodía pegaba la vuelta a su “ranchada”. Daba gusto verlo cocinar, muy higiénico, religiosamente lavaba todos los alimentos y después sus utencillos. Jamás le faltó jabón o detergente, tampoco la “cachuña”. Por las tardes solía bañarse en el Arroyo Ludueña, sin que nunca faltara un travieso que lo cascoteara de los terraplenes.
Era más bien de estatura media casi baja, de piernas cortas, muy chuecas y el caminar de Chaplín. Cuando la mezcla de alcohol puro con cáscara de naranja hacía su efecto, “chinchibira” salía de su ranchada, cuando la borrachera no era tan profunda había que cuidar de no dejar nada a mano, “chinchibira” arrasaba con todo aquello que la oportunidad y el descuido le ofrecían. Todo iba a parar alrededor de su ranchada y cuando se le reclamaba siempre decía lo mismo: “Rusos ser ladrones”, “Chinchibira recuperar todo lo que se le ha robado”. Vaya a saber que querría decir su mente con aquellas repetidas expresiones.
Alguna vez hablé de su doble personalidad. Hoy puede hablar uno de una demencia desconocida. Tenía su parte mala (era malo), no dejaba que se le acercara nadie a su alrededor, siempre una varilla para azotar al que se le arrimaba más de lo debido. Y tenía su parte buena, (era bueno) aunque suene contradictorio. Seguramente “Chinchibira” en sus recorridas por Alberdi y Arroyito tenía un benefactor que una vez por mes lo ayudaba con un poco de dinero. Ese día nos juntaba a nosotros los pibes y nos hacía preguntas de geografía o historia. Al que acertaba le daba un peso y a los que perdían les daba menos pero con la condición de que compraran facturas o macitas. A veces compraba gaseosas o helados si notaba nuestra buena lectura cuando nos hacía leer algunos de sus libros.
Cuando la borrachera era grossa “chinchibira” aterrizaba en el medio de la calle, eso cuando le asistía la suerte, la mayoría de las veces quedaba tendido en una zanja, boca arriba, agitando sus piernitas y gritando: “Socorre”, “Ayuta”, “Ahogooo”, “Me Monrooo”. Cuando se les acercaban ayudarlo los echaba, cuando más o menos lograba despejarse se incorporaba gateando, se abrazaba a alguna columna cercana y así aferrado se quedaba por un buen rato. Estas no eran de madera (Pino) ni tampoco de cemento como las de ahora. Eran estructurales, cuadriláteras y con armazón de hierro.
Fue una noche muy tormentosa, de lluvias, truenos y relámpagos, desde de adentro del bodegón de D´stéfano se escucharon los gritos de una de las tantas borracheras de “Chinchibira”: “Socorreee”, “Me Monrooo”. Cuando los parroquianos salieron afuera lo vieron enfrente abrazado a una columna de alumbrado público. No saben si fue un rayo del momento, de pronto una fuerte descarga eléctrica fulminó y terminó con la vida de este entrañable y risueño personaje.
A los chicos le causó una profunda tristeza, algunos lloraron, había muerto aquél que con sus locuras, ha veces mala pero a veces buena, los había acompañado en toda su infancia. Con “chinchibira” se iba el último de los linyeras y crotos que poblaron por aquella época los alrededores de la Estación Sorrento.
NOTA: Para los más jóvenes les comento que “Chinchibira” era el nombre de una gaseosa de venta masiva de aquellos tiempos.-
La Estación (fotos)
Al frente de la misma estaba la inmensa playa donde hacían las maniobras los trenes, más los depósitos de maquinas, la herrería para el mantenimiento, a la izquierda las oficinas de los Guardas y la Policía Federal. A la derecha, (donde se observan Eucaliptos), había una manzana con Chalecitos estilo inglés donde habitaban empleados ferroviarios.
A 100 mts estaba mi casa, (Olivé y 47) donde pasé la mayor parte de mi infancia y adolescencia.
Por los andenes de esta estación transitaron miles de hombres rumbo a las cosechas, más todos aquellos norteños que buscaban en Rosario una alternativa laboral y económica. Hoy solo queda la desolación del lugar y una foto para el recuerdo.
Dios quiera que jamás vuelvan a existir estas historias, que ningún habitante del mundo tenga que emigrar de su tierra, que ningún ser humano tenga que padecer el desarraigo, la desolación y morir lejos de su patria de la mas degradante manera como se vio en los alrededores de la Estación Sorrento.-
Playa para las maniobras | Deposito de Máquinas Hoy (A lo lejos Portal Rosario) |
La Herrería que reparaba los vagones | El convoy partiendo desde Sorrento |
Linyeras de Hoy: Esta mujer hace años que vive en la plaza San Martín de Rosario. Pleno centro Rosarino. Juan Carlos Micaz (Argentina)
Hasta la próxima
Carlos Gutierre
Mi estimado Carlos:
ResponderEliminarEstá muy claro tu idea de mostrar "un antes y un después" de nuestra querida Rosario.
Seguramente que aquellos que no tengan nuestra edad, piensen que estas historias realmente no existieron. Nací y me crié en Refinería, al lado del puerto y también supe de hombres que cuando no tenían más fuerzas para trabajar, no tenían otra alternativa que convertirses en crotos o linyeras.
Me acuerdo de aquélla época y me pregunto: Hay diferencia con la actualidad si comparamos la inseguridad social de hoy? Conocemos como viven esos jefes de familia que se quedaron sin trabajo?
Y estos no son inmigrantes, solitarios, sin familia, son nativos de nuestra ciudad y si no se convierten en crotos o linyeras, es porque no es costumbre o moda como fue en aquella época.
Muy bueno el blog
Gregorio Rumaniuk
Una historia muy impresionante y emotiva a la vez. Lo que si me ha quedado muy en claro, lo que producía aquel ferrocarril que tuvimos a lo largo y ancho de nuestro país, hoy reemplazado por una larga hilera de camiones por sus rutas.
ResponderEliminarNo me agradaría que se vuelvan a repetir semejante confluencias de linyeras y crotos, pero si, ver de nuevo circular aquellos trenes de carga, las estaciones en funcionamiento y el trabajo digno de los ferroviarios.
Muy buena la nota y hacernos recordar la rosario de antaño, enriquece mucho a este blog
Un amigo del Riel.
El linyera que yo conocí en mi niñez se llamaba carlitos" y lo apodaban "Calesita", esto era porque cuando llegaba a las esquinas pegaba varias vueltas alrededor de las columnas.
ResponderEliminarSiempre se sentaba enfrente de donde estaba la panadería "La Lucha" en Av. Genova.
Se decía que Carlitos provenía de una familia empresaria metalúrgica con un muy buen pasar, y que ante un desengaño amoroso se echó al abandono. vaya a saber si fue su historia así.
Mario
Ninguno de los edificios mostrados corresponden a la estación Sorrento. El segundo es Barrio Vila.
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