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‘Crónica Roja’

Written By Charles Francis on 18 julio 2009 | 11:15

La crónica policial de principios de siglo XX: Por Paulina Brunetti*; *doctora en Letras Modernas, especialista en lingüística y docente de las escuelas de Ciencias de la Información (Facultad de Derecho y Ciencias Sociales) y Letras, obtuvo en diciembre de 2005 el primer premio en el concurso de Investigación en Periódicos Argentinos “Jorge Rivera”, otorgado por la Biblioteca Nacional de la República Argentina. El jurado estuvo integrado por Aníbal Ford, Eduardo Romano y Jorge Lafforgue.

El trabajo con el que ganó el certamen sólo contiene una parte de la investigación que realizó para su tesis del Doctorado en Letras Modernas, que ahora se publica con el nombre “Relatos de prensa: la crónica policial en los diarios cordobeses de comienzos del siglo XX (1900-1914)”. Este libro, de más de 350 páginas, se inscribe en la historia de la prensa diaria de la ciudad de Córdoba y el centro de su reflexión lo constituye un género periodístico: la crónica policial de comienzos del siglo XX.

En la presentación, Brunetti resaltó que muchas personas tienen “atracción por la crónica policial, pero les da vergüenza decir que la leen”. Con respecto al género escogido para su investigación, puede considerarse como el paradigma de un nuevo periodismo de información a fines del siglo XIX y comienzos del XX, porque allí se encuentran las trazas de innovaciones quizá insospechadas en una prensa cuyo formato todavía no alcanzaba cambios demasiado evidentes y allí se anudan las problemáticas más interesantes de una sociedad que asistía a uno de los fenómenos más significativos de la Argentina moderna: el nacimiento de sus ciudades burguesas.

“La crónica policial -dice Brunetti en el libro- es un relato vinculado a hechos considerados anómicos, desviantes o prohibidos en una sociedad y el discurso de la información policial no es ‘éticamente neutro’ cuando los relata; de allí que resulta posible inferir de éste una suerte de patrón de comportamientos, relativamente visibles en la superficie textual, respecto del cual los sucesos ameritan su publicación y serán evaluados como negativos, inaceptables o prohibidos”.

Según Ravanelli, productor de Sdrech en los primeros tiempos, “tenía una forma de cubrir los casos policiales al estilo clásico: volver al lugar, la entrevista en el piso a los testigos, las víctimas y los victimarios”. Para Ravanelli, cubrir el espacio dejado será muy difícil. “Tenía una forma de crónica y de capacidad de denuncia única. Tanto, que construyó en la tele un personaje de ficción”. Como sea, será complicado volver al policial negro después que la tele probó otros géneros (y le quedaron bien).

SENSACIONALISMO
En este contexto, no se puede omitir tampoco el sensacionalismo, ya que es un discurso bien elaborado para capturar a la audiencia a través de la magnificación, distorsión y exagerado protagonismo de hechos vagos, sin contenido y de dudosa investigación. Para algunos medios y comunicadores, la nota exclusiva no es otra cosa que brindar imágenes inescrupulosas en donde el dolor, la muerte, la intriga y el maltrato a la honra ajena son los principales condimentos. Sal y pimienta de un terremoto informativo. Esta actitud circense ha ganado adeptos y ha llegado a instalarse en miles de hogares por falta de otro tipo de programación. Súmele a ello la dosis de violencia de muchos programas.

El sensacionalismo se legitima por el abordaje hiperbólico de los hechos. El eje central del reportaje, crónica o pastilla está en el cómo se dicen las cosas. Y esto no tiene que ver solamente con las imágenes que se vomitan desde la televisión y la prensa, sino en la manera de hablar de los reporteros, en las palabras que utilizan, en la forma cómo se mueven, en los lugares desde donde se presentan, en los tonos funestos con que pronuncian cada frase, en la música de fondo, en la «presentación estelar» del otro lado de la nada. El sonido de las ambulancias, patrullas, bomberos, etc., es una carta de presentación de las famosas notas policiales. Entre sensacionalismo y crónica roja hay un romance de años. Un secreto a voces.

DEFENSORES DE LA CRÓNICA ROJA
Resulta inadmisible escuchar a los defensores de la crónica roja, pues su criterio no responde nada. Para estos actores, la realidad debe presentarse en la más mínima expresión, porque según ellos es una estrategia de denuncia social. También opinan que nada debe estar oculto, que nada es invisible y que la pasión humana requiere ser mostrada en todas sus facetas. En definitiva, no hay carácter privado para estos sujetos, pues lo público engrandece el espectáculo y atiborra las arcas. Tampoco hay buenas noticias, pues «la buena noticia, no es noticia». Entonces, la vida mediatizada es una especie de ruleta rusa. Retazos de blanco y negro cubren las coberturas periodísticas.

Lo más curioso de este asunto es que se pretende educar a través de la televisión y la prensa sensacionalista con este tipo de periodismo. ¿De qué criterio podrán gozar los miles de estudiantes escolares, colegiales y universitarios que miran estos productos? Es muy probable que la mayoría piense que la realidad se reduce al conflicto y al caos, que la convivencia es un cúmulo de actos violentos, que la matanza, el asesinato, el atropello y el tráfico son tan normales porque se miran a diario y en el horario más estelar: triple A. Es decir, en la transmisión de noticieros. Por otro lado, esto promueve la creación de juegos infantiles, donde lo lúdico gira en torno de la confrontación. Sin perder de vista el Nintendo.

De otra parte, la crónica roja no viene acompañada solo de sangre, sino de pornografía, novedad y casos judiciales. Se confunde, mezcla y entreteje el sexo, la corrupción, la farándula y el manejo policial en un solo bloque como si todas estas concreciones tuviesen una misma madre. Lamentablemente, las páginas rojas son las más leídas, porque producen un gran impacto visual. Lo extraordinario y aparentemente no visto hasta ese momento sale a flote, aun cuando se narre una tragedia. En el imaginario colectivo se ha creado una idea errónea del disfrute: «el lector es todavía inmune a las violencias urbana y ajena». Rojos y amarillos son los colores más usados por los ilustradores de la crónica roja, ya que atraen a la retina por su fuerza. Desnudos, cuerpos mutilados y fotografías de alguna banda de delincuentes llenan los espacios de las últimas páginas de muchos periódicos y se presentan con gran cobertura en los noticieros.

FUENTES Y LUGARES
Las casas de salud, cárceles, recintos policiales, zonas rojas, morgues, entre otras, son los epicentros informativos de la crónica roja. Desde ahí, se producen los reportajes, se hilvanan las historias, se reconstruyen las muertes, agresiones, tragedias, intoxicaciones y grescas… Los guiones se reiteran diariamente. Parece que solo cambian los nombres de los protagonistas. Incluso se designa al mismo reportero para cubrir estos eventos. Ni qué hablar de las fuentes, pues no varían con el tiempo. Los responsables de trasladar estas noticias son encargados de algún recinto, hospital, etc., quienes utilizan una jerga desconocida para la población.

Otra de las características de la crónica roja es el manejo de los titulares. Pocas palabras, pero muy contundentes para activar la imaginación dirigida al desconcierto. De esa forma, se genera un voyerismo solapado o disfrute por medio de la vista. Vale señalar que el tratamiento de la narración toma cuerpo en la descripción de los personajes y los ambientes. Es posible que en este tipo de información, el reportero juegue más con su fantasía. Uno de los detalles más importantes es el uso de cifras, pues el número de heridos, muertos, acusados, víctimas, puñaladas, gramos, kilos, está en primer sitial. Amén.

VARIACIONES
«Hay múltiples formas de abordar la realidad, en donde el espectáculo, la exageración y la «teatralización» son constantes».

«Para el sensacionalismo y la crónica roja nada es oculto, pues han vulnerado el carácter de lo público».
«La crónica roja no viene acompañada solo de sangre, sino de pornografía y novedad».

Con lo del suicidio, las distinciones de clase hacen también su notable diferencia, esta vez en cuanto a las medidas de compromiso sentimental o de fórmulas de duelo con los dolientes del insuceso. Mientras para los cadáveres ilustres se resalta esta última condición en los titulares y se remata la noticia con un “lamentamos este fatal acontecimiento y presentamos nuestro pésame a los deudos del finado” o “lamentamos este desgraciado acontecimiento”, para los de abajo se emplea un pragmatismo informativo al estilo de “el revólver, que era un Smith y Wesson, se lo había prestado un amigo” o “se cree que fue ella quien suministró el arma a su novio, para el caso de que se quisiera impedir la celebración del matrimonio por la fuerza”.

Otra de las asociaciones desfavorecedoras de la imagen social construida en torno a los sectores populares durante esta época, es la de su afición por la chicha y su correspondiente proclividad al delito. La chicha, una bebida de origen indígena, se arraigó entre los pobres del altiplano al punto de convertirse en la mayor, si no la única, forma de socialización y diversión del pueblo. En las chicherías, además de la bebida, se vendían artículos para el hogar, alimentos preparados y, en algunas, podían ofrecerse juegos como el tejo, el boliche o los bolos. Para el caso de Bogotá, aunque podían encontrarse en muchos lugares de la ciudad, se concentraban en los barrios tradicionales como Belén, Egipto, Las Aguas, Germania, y en los barrios populares surgidos a principios del siglo XX: San Cristóbal, Las Cruces, y las casas de El Paseo Bolívar [22]. Los argumentos individuales e institucionales contra las chicherías fueron de diferente índole: urbanísticos, morales, higiénicos y sociales. Desde lo urbanístico, se criticaba su localización y el estorbo de los consumidores al invadir los pasos peatonales de las calles; desde lo moral, se denunciaban los actos contra la decencia: gente orinando, palabras soeces, gritos e improperios contra los transeúntes. Desde lo higiénico, se repudiaba sus condiciones de desaseo que propiciaban el contagio de las enfermedades y la propagación de eventuales epidemias. Como conclusión,

“… las chicherías producían no solo abandono de hogares y desintegración familiar sino que eran consideradas los principales centros de criminalidad a tal punto que los días que las autoridades lograban cerrarlas, la prensa anunciaba jubilosamente la disminución y en algunos la total desaparición de delitos de sangre, riñas, hurtos y anunciaban una calma total en la ciudad” [23].

Los crónicas policiales reflejaban muchas de las características objetivas de las chicherías pero amplificaban, también, los prejuicios sobre el carácter causal de estas últimas respecto del deterioro de la calidad de vida en sus entornos geográficos y .sociales. El crimen de Eva Pinzón, una humilde mujer “apuñaleada, destripada, descuartizada, cuyo cadáver es golpeado contra las piedras”, según el destacado titular del periódico el 23 de abril de 1922 y que siguió ocupando titulares durante tres semanas, no era sólo la denuncia de un acto repudiable sino también la criminalización de una zona de la ciudad donde tales actos parecían ser habituales. Así lo indica el titular del 13 de mayo del mismo año, sobre “Otro crimen en el tenebroso Paseo Bolívar”, que contrapone de modo efectista la “iglesita” de la cual salen de rezar el rosario los esposos Manuel Vicente y Ernestina y el ataque a puñal de que son víctimas al pasar, de camino a la casa, por una cercana chichería. En la “Sangrienta reyerta en el Paseo de Bolívar”, del 22 de mayo de 1923, se hace hincapié en las innumerables chicherías que existen en esa parte de la ciudad, de una de las cuales sale una sangrienta reyerta en la que participan tres mujeres y dos hombres sobre los cuales se extreman las descripciones de las heridas. Pero lo que representaba este sector era, sobretodo, la territorialización de la ciudad según insuperables diferencias sociales, ya que pese a su vecindad del centro de la ciudad (ocupaba las primeras estribaciones de la cordillera oriental) y a su numerosa y densa población, no aparecía en los mapas oficiales:

La Crónica Roja es, pese a su aparente concreción como género periodístico, un asunto polémico y ambivalente. El término, que en el mismo español tiene dos variantes -Crónica Roja y Sucesos- si bien alcanza en algunos idiomas nociones más o menos equivalentes (cronaca en italiano, chronicle en inglés, Tagesneuigkeiten en alemán) en otros como el ruso (proischetsvie) y el francés (faits divers) resulta difícilmente traducible sin recurrir a una dispendiosa perífrasis.

Ha sido la cultura francesa la que con su habitual refinamiento conceptual ha logrado darle al tema un tratamiento cercano al de los grandes géneros literarios. Ya en la primera mitad del siglo XIX, los faits-Paris o canards que representaban los rumores, las “bolas” que se ponían a circular entre las gentes con su ambigua mezcla de verdad y fantasía, llamaron la atención de Balzac. Pero es en el último tercio del siglo XIX, cuando los faits divers hacen su entrada ilustre en la lengua francesa con Mallarmé, quien publica, bajo el título de Grands faits divers, “textos que al lado de alusiones sobre el escándalo de Panamá nos hablan de hechos tan diversos como la Magia del Verbo y la confrontación del Poeta con el Trabajador manual”[1]. No será sino mucho después, en 1954, cuando gracias a unas breves notas de Merleau-Ponty se tendrá una nueva semblanza de los faits divers al calificar como tales tanto el hecho testimonial de él mismo haber presenciado el suicidio de un hombre en una estación de tren en Italia, como el drama leído en un periódico o los petits faits vrais de Stendhal [2]. Diez años después, en 1964, Roland Barthes tratará de definir la estructura de los faits divers como unidades dotadas de una información total, inmanente, que al contener en sí todo su saber no remiten a ningún otro conocimiento externo para explicarse a sí mismos y ser lo que son: estructuras cerradas que le dan al consumidor, mediante su lectura, todo lo que es posible darle. Para Barthes es la inmanencia de tal estructura cerrada lo que define a los faits divers. Pero ¿qué pasa dentro de ésta? Un ejemplo, el más sencillo posible, nos lo dirá, según Barthes: “acaban de hacerle la limpieza al Palacio de Justicia. Esto no tiene mayor importancia. No lo habían hecho desde hace cien años. Esto es un fait divers”[3].

No obstante los imaginativos esfuerzos por definir este tipo de acontecimientos sobre los cuales la prensa escrita reivindica una celosa maternidad, habría que reconocer con algunos franceses que a sus faits divers se les puede encontrar en cualquier momento de la historia humana. Es lo que muestra Romi en su antología de sucesos extraordinarios recogidos desde la Edad Media hasta la época contemporánea, selección de encantamientos, crímenes, impresionantes incidentes y monstruosidades, o la de Pierre Seguin sobre el siglo XIX, poblada de grandes catástrofes, de animales fantásticos, de crímenes de pasión, de sueños y pesadillas populares [4]. Y no podría ser de otra manera, pues como lo dijo con gracia Pierre Viansson-Ponté, dado que la historia de la humanidad comenzó por la sustracción fraudulenta de una manzana, continuó con un fratricidio y casi llega a su fin por una catástrofe meteorológica como la del diluvio, no tiene nada de extraño que los faits divers puedan reflejar la vida y la imagen de las sociedades [5].

Aunque no todos, la mayoría de mis personajes cumple el doble rol de perseguidor y peseguido, de abusador y abusado. Todos crecieron en una sociedad profundamente injusta que no sabe muy bien qué hacer con ellos. Pero, cuidado: “Pendejos” no tiene afán moralizante. Sólo sentí la necesidad de contar estas historias. Lo demás corre por cuenta de ustedes, los lectores. Pendejos es mi caja china. En principio, sólo pretendo entretenerlos, obligarlos a seguir a estos chicos tristes y desesperados hasta el final de sus recorridos de sangre.
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Carlos

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