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En plena plaza San Martín una mujer vive desde hace más de tres años en un banco

Written By Charles Francis on 14 diciembre 2005 | 16:40

Es una de las 50 personas que permanentemente duermen en la calle - "No tengo vida privada", dice.

Desde hace 3 años y medio mira a la gente pasar por la plaza San Martín. Allí, en pleno Paseo del Siglo y frente a la Facultad de Derecho, Elisa vive en uno de los bancos del lugar junto a su perro Black y rodeada de tres carritos de supermercados donde guarda todas sus pertenencias: algo de ropa, frazada, bolsa de dormir, termo, jarro, plato y latas que junta para vender a fundiciones. "Si existiera una pastilla para ser invisible me la tomaría, estoy todo el día en la calle y completamente expuesta, la gente pasa y me mira de arriba a abajo, no es fácil, a mí también me gustaría tener vida privada", dice.

Elisa es una de las más de 50 personas que viven permanentemente en la vía pública ("adultos en situación de calle", en términos de los funcionarios) y que han perdido la intimidad hasta cuando duermen. Durante las 24 horas son parte del paisaje público. Sus historias son similares: una familia ausente, soledad, hambre, y la dureza del clima y la calle. Son los homless de Rosario, los linyeras, los crotos, los sin techo.

El relato de Elisa, que no quiere revelar sus años ("Una mujer que confiesa su edad es capaz de confesar cualquier cosa", advierte), da cuenta de una de las mayores crueldades de la vida urbana: la gente sin hogar. "A la noche es muy duro dormir acá, no se imagina la cantidad de jóvenes vendiendo y consumiendo drogas. Pero la San Martín es la plaza más segura de Rosario, ni le cuento lo que es la Sarmiento. Uno no puede estar a la noche sentada en un banco de esa plaza que al minuto se le acercan personas para venderle drogas o darle plata para que haga cualquier cosa", relata.

Se la ve muy abrigada, con un piloto con capucha y un gorro con visera. Cada tanto prende un cigarrillo ("es mi único vicio", se defiende) y por su vocabulario y sus reflexiones se nota que es una persona con formación, aunque ella no quiere hablar mucho de su pasado. Sólo aclara que no tiene familiares y que hace tres años y medio que vive en la plaza San Martín porque ya no pudo seguir alquilando. La crisis de 2001 la expulsó a la calle y ni el boom de Rosario le permitió regresar bajo techo.

Elisa no acepta que le hagan fotos. "No, no me gusta figurar, ya tengo demasiada exposición en la calle. Sáquenle a mi perro, Black, pero a mí no, por favor", pide.


Amigos, lectura y radio
Dice que está todo el día ocupada, que tiene amigos y una vida social "muy completa. No me siento sola, leo libros, diarios y escucho mucha radio. Casi siempre Continental, me gusta RH Positivo, de Hanglin, y el programa de Dolina y Teté", comenta.

Asegura que conoce a la mayoría de las personas que viven en las calles de Rosario, remarca que en la San Martín hay tres personas más en la misma situación, pero "ahora con el invierno se han ido a otra parte"; y sostiene que algunos homless tienen problemas psicológicos o de alcohol.

Por la mañana, Elisa comienza la odisea de conseguir agua caliente para el desayuno. Si no tiene suerte en alguna estación de servicio termina pidiendo en un bar. Luego barre con una escoba el pequeño sector que ocupa de la plaza alrededor de un banco por calle Moreno. "Es muy limpia, el sector que ocupa está siempre impecable, jamás tuvimos problemas con ella", dice una empleada municipal mientras junta las hojas secas de la plaza.

Durante el día Elisa recorre las calles buscando latas para luego vender el aluminio a una fundición, trabajo que realiza desde hace nueve años y al que defiende con dignidad: "Junto latas, no vendo drogas. Por las latas pagan bien, no como el papel y el cartón que no te dan nada".

Afirma que no sufre por dormir a la intemperie. Cuando llueve se refugia en un techito de la Facultad de Derecho. "El frío no es para tanto, acá no nieva. Me abrigo y tengo una bolsa de dormir. Una noche pasé 9 grados bajo cero, pero si uno está bien alimentado no hay problemas", dice.

Señala que la Municipalidad cada tanto pasa y le deja algo de comida: "Latas de carne y sopa, pero muy de vez en cuando. Yo jamás voy a pedirles a ellos ni a la provincia. Una vez en el 2002 pasé 21 días sin comer, y le aseguro que después de perder un hijo, el hambre es lo más doloroso que le puede pasar a un ser humano. Sólo alguien que haya vivido esa situación lo sabe. Uno enloquece".

Justamente, comenta que hay vecinos de la plaza que la ayudan con comida: "Nunca mendigo, ellos me dan. Y si pido azúcar, porque no tengo, después la devuelvo. Me gustaría tener un trabajo para conseguir un techo donde dormir, pero un lugar del que yo tenga la llave, no me pongan horarios y no le deba nada a nadie. Ni loca iría a una residencia para gente de la calle. Antes que entregar mi libertad por un plato de comida, prefiero seguir así".
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Carlos

HISTORIA DE UNA BANDA

 
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