Fue uno de los hijos más meritorios de Rosario, en donde viera la luz en 1896, en un hogar tradicionalmente inclinado a las bellas artes.
Su nombre quedará unido permanentemente a la ciudad por ser el autor principal de una de las maravillas arquitectónicas contemporáneas: el Monumento Nacional a la Bandera de la Patria.
Angel Guido cursó sus estudios en la Universidad de Córdoba graduándose como ingeniero civil en 1920 y como arquitecto en 1921.
Desde ese momento su obra fue muy intensa, sostenida por su probada ductilidad artística, tanto en la docencia superior y universitaria como en sus múltiples facetas literarias, además de la de conferenciante munido de vasta erudición.
Apenas creada la Universidad Nacional del Litoral fue designado profesor de historia de la arquitectura y de otras asignaturas.
De su labor en la cátedra perdura el buen recuerdo.
En 1948 fue nombrado rector de la Universidad Nacional del Litoral, cargo que dejó dos años después.
Entre los muchos trabajos que Guido dejó en el campo de la arquitectura está la elaboración de los planos reguladores de Rosario, Mar del Plata, Salta, Tucumán, el proyecto de la Ciudad Universitaria de nuestra ciudad además de otras obras importantes.
Asimismo se le debe el proyecto premiado del Monumento a la Batalla de San Lorenzo, de alta calidad artística en su límpida y moderna concepción.
Como escritor se dio a conocer como poeta en 1922, pero pronto dejó esa modalidad para ceñirse a la prosa en la que produjo ensayos muy meritorios que van desde la Fusión hispanoindígena en la arquitectura colonial hasta su obra acaso más enjundiosa Redescubrimiento en América del Arte, libro valioso para interpretar los procesos culturales de Hispanoamérica.
Guido, cuyas vinculaciones de pensamiento con Ricardo Rojas, de quien fue amigo, son claras, también estudió el arte mestizo, tanto en sus ensayos sobre el Aleijadinho como en su Influencia indígena en el arte colonial mexicano, que le encomendara el gobierno de México.
Como homenaje a Rosario escribió con el seudónimo de "Onir Asor" una extraña novela simbólica que tituló "La ciudad del puerto petrificado".
Copiosa es también la obra que Guido cumpliera fuera del país ya sea como representante en congresos internacionales de arquitectura como en universidades de América y de Europa. Además integraba numerosas entidades científicas y artísticas del mundo.
Angel Guido mostraba además de su polifacética personalidad, otras virtudes acaso más entrañablemente valiosas: la sencillez, el amor por el terruño, la cordialidad de su trato, el señorío de sus maneras, la consubstanciación con la realidad de las esencias argentinas y americanas, la fe y el optimismo en el futuro del continente, esta tierra eurídica, como solía decir, con el neologismo acuñado por Ricardo Rojas.
Falleció en Rosario, el 29 de mayo de 1960, y sus restos mortales descansan en el cementerio El Salvador, a la vera de la calle mayor.
En el primer aniversario de su muerte sus amigos colocaron en su tumba unaplaca de bronce, que dice: "Forjador de Belleza, Maestro, Rector, Ingeniero, Arquitecto, Urbanista, Historiador, Redescubridor de América en el Arte, Conferencista, Crítico. Realizó obras de trascendencia continental. Creador del Monumento y Parque nacional a la Bandera".
En verdad Angel Guido fue hijo esclarecido de Rosario.
UNA ANECDOTA SOBRE EL PROYECTO DEL MONUMENTO NACIONAL A LA BANDERA
En una entrevista que le hicieran a Guido en el año 1960, decía: "... que la búsqueda a través de imágenes, escorzos y formas, fue incesante.
Junto con Bustillo trabajamos día y noche para alcanzar el proyecto finalcuya Torre y Proa fueron considerados en el concurso de 1940".
Se extendió en pormenores del primer proyecto, salpicados de episodios, en ocasiones risueños y en otras dramáticos, recordando con gratitud y emoción el equipo de técnicos que colaboró en los trabajos.
El proyecto se elaboró en una suerte de taller de construcción precaria, recordando que veinticuatro horas antes de cerrarse el concurso, sobre un plano ya terminado, extendido en el tablero, cayó un ladrillo desprendido de las bovedillas del techo.
Hubo que rehacerlo en horas con las angustias del apurón.
Recordó agradecido a los dibujantes, mostrando preocupación porque no se olvidaran sus nombres.
"Trabajaron con insospechado entusiasmo y recuerdo con afecto los gratos momentos compartidos en el taller.
Me acuerdo de los hermanos Carlos, Carmen y Enrique Rodríguez Dóndiz, Oscar Pujals, Pons Suárez, a los hermanos Eusebio y Manuel Chamorro, Nidia M. González y al arquitecto Roal A. Heit...".
Y así fue relatando acontecimientos desesperantes, dolorosos, amargos, desconocidos, por el público que hoy admira su obra.
Bien podría parafrasearse el gran esfuerzo que realizaron tantos rosarinos casi anónimos, con aquella afirmación de Miguel Angel cuando criticaban o halagaban sus frescos de la Capilla Sixtina: "Todos hablan pero ninguno se da cuenta de cuanta sangre cuesta".
Con justicia debiera repetirse este pensamiento para el caso del Monumento Nacional a la Bandera.
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