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Tablada: de paseo a la muerte

Written By Charles Francis on 17 junio 2014 | 15:11

Un barrio, dos jurisdicciones policiales y decenas de muertes en su mayoría jóvenes: mientras el Estado intenta hacer pie, las bandas de Centeno y Ameghino dirimen territorio y viejas broncas a los tiros.
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Alberto Carpintero | Cruz del Sur

Como en otras zonas calientes de la ciudad, el Estado se ha puesto a trabajar en los últimos meses en barrio Tablada, en especial en la villa que ocupa unas cinco manzanas y que está delimitada por Ayacucho, Patricias Argentinas (la continuación de Colón), Doctor Riva y Uriburu: le llaman Cordón Ayacucho. Provincia y municipio, después de un año de tareas y tras lograr la erradicación de un búnker de la zona, lograron abrir calle Centeno, desde Ayacucho hasta Patricias Argentinas, en un lugar conocido como “la u”. Desde hace dos meses, también, el desembarco federal dejó asentados gendarmes a custodiar el sector, en especial esos 200 metros de Ayacucho al 4100/4200, desde Centeno a Ameghino, que ha sido escenario en los últimos años de una disputa violenta entre bandas. 

Como en las peleas a tiros del Negro Selerpe contra Campito Giglione, o las de Mingo Selerpe versus Torombolo, o las de la banda del Tanque ante la banda del Puente, ese sector de Tablada pone sus propias víctimas y victimarios: los de Centeno de un lado, los de Ameghino del otro, con Garibaldi en el medio como frontera de ambos territorios: divide las jurisdicciones de la seccional 16ª (al norte) y 11ª (al sur).

Y esos diferendos no parecen ser parte del pasado: hace una semana –mientras se conocía el procesamiento de un joven acusado por un raíd de plomo sucedido un año atrás que dejó dos muertos y un herido en apenas 20 minutos–, un adolescente fue ejecutado a balazos y otro vecino que quedó en la línea de fuego de los homicidas terminó herido de gravedad. El móvil de la contienda puede rastrearse en viejas broncas entre los bandos, pero también en la pelea por territorio, y no sólo por cuestiones vinculadas con el narcotráfico. En el medio, dos comisarías siempre sospechadas de jugar para el mejor postor. 

Emanuel Tomé tenía 17 años. En la noche del lunes 2 de junio pasado estaba frente a un quiosco de Ayacucho al 4100 cuando dos pibes señalados por sus apodos, Luchi y Franquito, llegaron caminando y le dispararon al menos ocho veces con una pistola nueve milímetros. El adolescente recibió un tiro en la cabeza, otro en el cuello y uno más en el pecho. Cuando lo llevaron al hospital Sáenz Peña ya estaba muerto. En el mismo ataque un tiro le dio en el pecho a un vecino de 56 años que había cruzado desde su casa a comprar al quiosco: fue internado en grave estado. 

Allí mismo, a pocos metros y frente a otro quiosco de la cuadra, más cerca de la esquina de Centeno, fue asesinado una tarde de septiembre pasado Fabricio Montes, de 20 años. El muchacho cumplía arresto domiciliario con salidas laborales, debido a una acusación de robo, cuando fue sorprendido por los ocupantes de dos motos, mientras estaba con otros pibes del barrio. Le bajaron un cargador de nueve milímetros y uno de los plomos le dio en la cabeza. Murió poco después en el Heca. 

Le dijo ese día un vecino al cronista del diario La Capital: “Lo que le pasa a los que viven en la villa no le importa a nadie. Se creen que esto está lleno de choros y no señor. Acá somos muchos los laburantes que no tenemos otra que vivir donde se puede y no donde se quiere. Los que piensan eso podrían darse una vuelta y ver como «la gente de bien» llega en sus autos caros al barrio a comprar droga. Nadie elige vivir donde vive”.

Historia sinfín

Las historias se repiten. Los crímenes parecen calcados. Jóvenes que mueren y que matan. Familiares que peregrinan a Tribunales en pedido de justicia, al cementerio a llorar a sus seres queridos, a comisarías y cárceles a visitar a sus parientes presos. A las pocas horas del crimen de Emanuel Tomé, la semana pasada, se conocía el procesamiento de Joel Ibarra, otro muchacho del barrio, acusado por una saga fatal ocurrida la madrugada del 16 de febrero del año pasado. 

Según la jueza Irma Bilotta, Joel iba como acompañante de un muchacho apodado Matute (por entonces menor) en una moto cuando se cruzaron con Nicolás López, de 18 años y jugador de las inferiores de Rosario Central, en Ayacucho y Centeno. La víctima estaba con amigos cuando recibió tres tiros fatales. Según el fallo, minutos después, muy cerca, en Esmeralda y 24 de Septiembre, Alan L. recibió un disparo en la pierna de los mismos atacantes. Cuando no habían pasado 20 minutos de la primera incursión armada, Nicolás Basualdo, de 17 años, recibió un disparo en la cabeza que le causó la muerte en Grandoli y pasaje Page, también en el barrio. La magistrada le atribuyó al dúo también este asesinato. 

En abril pasado, Matute (Matías G.) cayó preso en la comisaría 16ª y sólo la decidida acción del padre de Nicolás López logró que no se fuera en libertad. Es que el muchacho, sindicado como un soldadito de Gina, una transa del barrio que maneja varios búnkers, cayó detenido bajo acusación de robarles a unos pescadores en Deán Funes y Esmeralda. En la seccional les dijeron a los familiares de las víctimas que Matute no estaba allí, pese a que en la misma dependencia había un retrato con su foto, buscado por los crímenes de López y Basualdo.

Pero los parientes de las víctimas pusieron sobre aviso a un policía de la Tropa de Operaciones Especiales, por lo cual los uniformados de la 16ª debieron ensayar una explicación: no lo habían reconocido porque dio un nombre falso. Matute también está acusado por otro homicidio, sucedido en enero de este año: Cristian Escobar, de 24 años y hermano de Carlos “Toro” Escobar (condenado por homicidio y a la vez víctima de una extorsión en la Jefatura el año pasado), fue asesinado frente a un búnker, en Ayacucho y Biedma. 

En esta misma esquina, el 29 de octubre de 2013, fue ultimado Franco Gómez, de 16 años, un pibe con prontuario abierto. Iba como acompañante de una moto cuando desde otro rodado le metieron un tiro en el pecho que le causó la muerte un rato más tarde en el Sáenz Peña. 

Más cerca o más lejos de la esquina de Ayacucho y Centeno los muertos –no sólo jóvenes y no todos vinculados con Centeno vs. Ameghino– se han apilado durante el último año y medio, la mayoría en casos que siguen impunes: Lucas López, de 17 años, fue ultimado en enero de 2013 en Garibaldi al 200. En abril Luciano Cáceres, de 16, fue asesinado dentro de una vivienda de Chacabuco al 3700, un hecho atribuido a Juan Domingo Ramírez, sindicado integrante de los Monos, célebre por haberse esfumado de la Jefatura en enero pasado. Daniel Ramírez, de 45, recibió ocho tiros en la puerta de un búnker del otro lado de Uriburu, en Lola Mora 50, en julio. En agosto Nicolás Brambilla, de 19, murió tras recibir tres tiros en Garibaldi y Patricias Argentinas. 

En octubre, Hugo Neto, de 35, cayó con un tiro en la panza en Beruti y Presidente Quintana. En noviembre, mataron de tres tiros por la espalda a Leonel Segovia, de 14 años, en Chacabuco y Centeno. El chico vivía cerca, pero del otro lado: en Patricias Argentinas y Ameghino. A su madre le adjudicaban manejar un búnker.

Milton vs. Milton

Leandro Ojeda iba con su mujer y dos niños cuando fueron atacados a tiros en Ayacucho al 4800 en octubre de 2012. Ojeda y Triana Racosky, su hijastra de cuatro años, murieron como consecuencia del ataque. Le dijeron luego vecinas a una cronista del diario El Ciudadano: “La noche que mataron a la nena y al papá, iban tres en la moto: el Moco, uno de los Monedita y el Gordo Pastel. Después que pasó todo (por el doble crimen), el Gordo pasaba en la motocicleta y aceleraba como para reírse de la muerte de Leandro y la nena. Igual que el día del velorio: los de la banda de Centeno tiraron cuetes y fuegos artificiales mientras la familia lloraba a la criatura”. 

Por el doble crimen fue preso Lucas Núñez, uno de los Monedita. Marcelo Núñez, su hermano apodado de la misma manera, había sido parte de la banda de Torombolo hasta que fue asesinado cuando no había cumplido aún los 18 años, en enero de 2007. La Policía tabuló el doble crimen como ajuste de cuentas y le atribuyó a un hermano de Ojeda haber asesinado a Claudio Colli a bordo de un colectivo el día de la primavera de 2011, por lo cual habría sobrevenido este ataque. 

Según esta versión los homicidas de Ojeda y Triana pertenecen a la llamada banda de Centeno, y los otros a la banda de Ameghino. Al célebre Milton César –entre otras acusaciones, le imputaron y luego lo desvincularon en el crimen de Claudio “Pájaro” Cantero– le atribuyen haber proveído durante mucho tiempo las armas a la facción de Centeno. Al no menos conocido Milton Damario, quien integró cuando era un preadolescente la banda de Torombolo y también está acusado en el homicidio del líder de los Monos, le endilgan estar detrás de los de Ameghino.
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HISTORIA DE UNA BANDA

 
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