En busca del corazón de la milonga
Julia Uccello | Cruz del Sur
Es sábado a la noche. Hoy no hice ningún plan habitual sino todo lo contrario: me voy a una de las milongas más populares de Rosario. Mi objetivo es saber lo que sucede en la danza, dilucidar lo que persigue el bailarín o la bailarina de tango, saber acerca de sus vivencias. No termino de imaginarme la escena, así que dudo un rato sobre la ropa que voy a usar y el horario para arrancar. A las diez y media ya estoy en una mesa de la milonga céntrica La Chamuyera mirando una clase de tango. La danza es una de las más populares y de las más complejas. La base está en la conexión con el otro. Si no entendés a tu compañero no podés seguir. Quizás la particularidad más importante, es que te acerca mucho al corazón del otro, en tanto sentimiento y en cuanto al eje de apoyo.
El chico de la barra me conoce de otro lado y me confiesa su deseo de aprender a bailar motivado por el hecho de que su novia baila y él no. Hablando de acercar los corazones, el piensa que a través de la danza va a poder llegar mejor a ella, o quizás conocerla de otra manera, participando activamente y compartiendo ese gusto. Y si de algo está seguro es que quiere dejar atrás su rol pasivo y expectante detrás del mostrador.
Parece temprano, porque las mesas están vacías. Marco detalles y fijo la atención en los pies. Me pregunto si la experiencia del bailarín se mide por la calidad de sus zapatos. Es evidente que aquí no se podrá saber. Transcurre la clase y hay zapatos de charol, sandalias, zapatillas y borcegos. Todo es por fuera del protocolo y quizás eso explica la sonrisa de los asistentes, a quienes no les importa equivocarse en sus pasos porque todo se resuelve con la mirada cómplice del compañero.
En las nubes
Pasada una hora comprendo que hay algo más que el mero baile que se suma al lugar y que es lo que buscan muchos de los que participan de esta movida. Sospecho que ese algo tiene que ver con un espacio de sociabilización. Y la percepción se acrecienta cuando, al terminar la clase, los alumnos juntan varias mesas y deciden compartir la cena continuando juntos desde otro lugar. “Un brindis por lo aprendido en la clase de hoy”, dice uno de ellos.
Pienso en la mirada del turista que busca estos lugares como un atractivo local y especialmente suelen visitar esta milonga por su historia y la calidez de su gente. Me siento turista.
No es necesario tener pareja. Todos vienen solos y se encuentran aquí. Las parejas rotan y aprenden. Bailan hombres con mujeres, mujeres con mujeres, todo vale menos quedarse quieto. Por eso la propuesta de moverme se me presenta sin darme tiempo a dudar.
—¿Bailás? –me pregunta un señor recién llegado.
—Sí, le contesto, no sin antes aclarar que no sé en absoluto de qué se trata.
En el intento por seguir sus pasos, el hombre me alienta amablemente.
—Vas bien –me indica.
—Sí, pero yo vine para otra cosa— le digo, y explico el motivo de mi presencia.
—Mirar te puede servir, pero bailar te va a ayudar a entender lo que es poner tu cuerpo en esta danza —fue su sentencia.
Ambos sonreímos. En ese instante supe que lo mío estaba verde y que su generosidad tenía más que ver con un código de la pista y del lugar más que conmigo. Comprobé también que lo que parecía fácil, cuando uno osa intentarlo, resulta casi imposible, como bien afirma el personaje de Peter Capusotto.
Al parecer, de acuerdo a lo que pude conversar entrada la noche con muchos de los presentes, la clave está en el equilibrio. Buscar el eje. Por eso toda clase comienza con un balanceo que va de un pie a otro volcando todo el peso hacia cada uno de los lados, sintiendo el equilibrio y desequilibrio.
Natalia, la profe de 31 años, me explica el por qué de la presencia de tantos jóvenes en esta danza que se asocia a gente mayor, o a épocas lejanas. Ella dice que desde sus comienzos este lugar tiene la particularidad de atraer gente joven: “Muchos vienen y ni siquiera saben que se baila tango, pero se quedan y prueban”, asegura.
Los motivos de esta atracción por el baile del tango son muchos, según cuentan, pero me quedo con la descripción que hizo Daniel, con seis meses de milonga encima y convertido en mi ocasional pareja de baile. Dice que al bailar existe un momento especial que le llena el alma, que es algo que se da pocas veces pero que cuando aparece vale todas las experiencias. Se trata de “conectar con el otro”, explica, y que aquel que lo aprecie desde afuera puede percibir cuando sucede ese preciso instante: “La chica y el chico que cierran los ojos y despliegan una sonrisa lo han logrado y están en las nubes”, confesó.
El filósofo de la milonga
En busca de otros atractivos, voy por una milonga de barrio, que funciona en San Juan al 3600, a la que muchos señalaron como “la que está de moda” por su manera diferente de presentar la pista.
Hay mucha oferta de espacios en Rosario para bailar tango, pero en cada día se destaca uno en especial. Cada milonga tiene sus días, y los milongueros saben de ese circuito. El jueves es el día en que se puede concurrir a esta milonga de zona oeste. Decido ir temprano para palpar el clima que se vive cuando, antes de que todos copen la pista, se dictan las clases de baile. Lo que es seguro es que hoy no voy a bailar sino a observar y tomar nota. Desde una mesita comienzo mi tarea, y recorriendo rápidamente al público con la mirada, observo que la mitad de los que bailan allí tienen menos de 40 y la otra mitad sólo un poco más arriba, no más.
De pronto aparece Ernesto, un señor de típico porte milonguero, de unos 70 años, que me mira y pregunta qué estoy escribiendo. A mi respuesta –“observadora”– contesta de inmediato una explicación filosófica: “El punto de confluencia entre las nuevas filosofías y el nuevo paradigma de la física cuántica coinciden en que no hay un observador neutral y algo a observar, sino que el observador crea lo observado. Es un co-creador”, dice, y me señala, pretendiendo ubicarme en ese lugar.
Ernesto lleva ocho años de milonguero. Ya se paseó por todos lados y decide demostrarme su experiencia. Cual relator de un partido de fútbol, comienza a describir lo que está pasando en la pista: “Lo que sucede ahora parece ordenado pero pasa por saber algo de abrazo y desplazamiento en la pista. Está el abrazo abierto que es más coreográfico y se utiliza en algunas presentaciones y el abrazo cerrado que propone otra relación en las milongas donde hay mucha gente y poco espacio. Éste es el abrazo utilizado en la pista en movimiento con una circularidad contraria a las agujas del reloj. Además se recomienda no pasar a la pareja que está adelante y menos pasarlo por la derecha, porque el hombre no tiene visibilidad, ya que lo tapa la mujer. En todo caso se adelanta por izquierda, aunque se aconseja mantener todo el tiempo una relación entre la pareja que está adelante y la que está atrás”, dispara.
El lugar es como me lo contaron antes de venir, y más pintoresco aún, porque tiene la particularidad de estar ubicado en un club de barrio. Su construcción debe datar de unos cien años y su mobiliario permanece intacto. Allí funciona también un buffet que despacha en forma constante bebidas y algunas comidas rápidas. En el centro del salón, la pista es la vedette. Enorme y brillante. Decorada con lucecitas de colores en forma de guirnaldas. A los costados están las mesas - todavía vacías, porque es temprano.
Las organizadoras de la milonga son Particia y Mariana. “No hay fotos”, me advierten. La decisión, me explican, tiene que ver con una de las políticas del lugar: buscan preservar el espacio como un terreno dedicado al baile, más que al evento social. “Queremos que se mantenga la intimidad en la sala y en la pista de baile”, dice Patricia. “Acá podés bailar, mirar, probar un paso. Es algo descontracturado. No importa ni cómo venís vestido, sino la predisposición al baile”, cuenta Mariana.
Patricia trabaja desde la docencia desde hace diez años y su especialidad es enseñar a organizar el cuerpo para bailar más cómodo y lograr las conexiones. Cuenta que en la clase se utilizan otros ritmos para que el alumno pueda salirse del estereotipo del “tanguero” y logre soltarse. “Al poner otra música, la persona se sale un poco de ese lugar y se desenvuelve de otra forma. Luego, cuando suena el tango está más preparado, más limpio. La idea es honrar al tango desde una actitud personal, no de copia”, afirma.
Unas cien personas se dan cita en el lugar. Es gente que se va apropiando del espacio. Las horas pasan modificando la ambientación. Mariana es la encargada de musicalizar, y cobrar la clase, pero además es quien pone en clima al salón: a las diez menos cuarto baja las luces, prende las velas de cada mesa y sube un poco el volumen de la música. Es el momento en que las parejas que se armaron en la clase comienzan a desplegar todo lo aprendido al ritmo de Gotan Project.
Percibo un toque claramente femenino en el modo en que se disponen el espacio y la propuesta misma. Luego Claudio, uno de los asistentes avalará mi impresión: “No es que esté de moda el lugar, es que en la propuesta de la chicas se nota algo que es un todo conceptual. Ellas ponen todo de sí, ponen parte de ellas en esto”, dijo.
A las diez y media hay cambio de parejas. Vuelan algunas prendas y sube la temperatura. Parece que esto definitivamente arrancó. Cuando la pista está que arde observo a los que deciden relajarse y disfrutar. Comprendo que las parejas se están entendiendo y que, además, saben cómo hacerlo. Me acuerdo de la conexión de la que me habló Daniel: no se miran, pero leo en sus rostros el goce compartido.
Fotografías: Luis Vignoli | Cruz del Sur
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