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Historias urbanas: Marcas Tumberas

Written By Charles Francis on 22 julio 2012 | 12:06


Carina Toso / Cruz del Sur
Son de un color negro azulado, muy pocos tienen tonos más cálidos. Llevan el nombre de un amor, de un hijo, de una madre, de un padre, de un club, de un santo. Algunos tienen que ver con el odio y la venganza. Están en cualquier lugar visible del cuerpo, sobre todo en las piernas y los brazos. Su estampa en la piel seguramente causó un dolor que quizás sirvió para distraerlas de otro dolor mucho más grande. 

Se los llama tatuajes tumberos y se diferencian bien de cualquier otro que se haya realizado en condiciones más amenas. Entre las paredes de una cárcel de mujeres se reduce a muy poco lo que les pertenece: el cuerpo es parte de eso y las marcas en su piel, ya sea un tatuaje, una cicatriz o un golpe, son una forma de expresar aquello que las recorre por dentro en el día a día del encierro.  


“En la cárcel la única pertenencia segura es el cuerpo y la situación de encierro es una instancia de castigo sobre el mismo, refuerza la conciencia sobre lo que está encerrado: el cuerpo. Este, que ya era soporte de lo vivido, se instaura como el único reservorio de lo que quiere tenerse consigo”, explicó Elida Moreyra, del Centro de Estudios en Antropología Visual.  


¿Qué expresan las marcas en el cuerpo? ¿Qué cuentan? ¿Por qué aparecen, mutan y se reproducen en el encierro?. Un proyecto de Mumalá Rosario (Mujeres de la Matria Latinoamericana) que empezó allá por el 2008 llegó a la Unidad Penitenciaria Nº 5 de Rosario, un penal de mujeres, para dar respuestas a esas preguntas. De allí nació Tinta Libre, un libro que recopila fotografías de los tatuajes y marcas en los cuerpos de estas internas, y a la vez trata  de acercarse a un territorio donde los derechos de las mujeres están más vulnerados e invisibilizados.  


La cárcel está ubicada en Pasaje Thedy 300 bis, a pocos metros del Shopping Alto Rosario y de las obras de Puerto Norte. Muy pocos de los que pasan por la zona saben que detrás de esas paredes hay muchas mujeres cumpliendo con una pena. En un intento de replantear la participación de actores externos en este espacio, Gabriela Sosa, coordinadora del Colectivo de Mujeres las Juanas y de Artistas por los Derechos de la Unidad Penitenciaria Nº 5, convocó al fotógrafo rosarino Héctor Rio, que a la vez hizo extensiva la invitación a otros fotógrafos de la ciudad, y durante meses retrataron historias grabadas en la piel de las chicas del penal. 


Darle voz al cuerpo

Cualquier tatuaje sobre la piel de una mujer o un hombre privados de la libertad tiene una carga simbólica y un significado que acarrea tras de sí un mensaje que se expresa por ese medio. “Cuando decimos que el tatuaje se instala como desafío y victoria, estamos declarándolo como discurso. Es decir que estamos hablando de un proceso de producción de sentido que será necesariamente social”, explicó la antropóloga Élida Moreyra. 


El encierro implica para las mujeres, entre otras cosas, la ruptura del vínculo con sus familias, hijos, parejas. Esto es lo que genera las principales angustias en las internas. En el caso particular de la Unidad Penitenciaria Nº 5, se suma que pasan sus días en un espacio en el que predomina la humedad y la falta de luz, casi no tienen contacto con el sol porque el tiempo que podrían pasar en el único espacio verde casi lo tienen negado por “la falta de personal que oficie de compañía”. Entonces, marcar la piel suele ser una forma de llenar vacíos. “Todos los sentimientos terminan siendo un trazo doloroso en los cuerpos, lo único que les pertenece totalmente tras las rejas”, dijo Sosa. 


Las marcas en la piel van desde tatuajes hasta lastimaduras y lesiones que se provocan ellas mismas. La mayoría están en brazos y piernas. A través de de las imágenes se intentó mostrar cómo se comunican los cuerpos de las mujeres en el sistema carcelario. Uno de los puntos a destacar en los resultados de este proyecto es que las especialistas y fotógrafos que trabajaron con las internas lograron desandar un prejuicio: que todas las marcas de las mujeres en situación de encierro no tienen que ver con una manifestación o reclamo ante las autoridades o la policía, algunas sí lo hacen pero no es la generalidad. 


“Descubrimos que se trata de adueñarse y apropiarse del cuerpo; es con lo único que pueden hacer lo que ellas quieren en cualquier momento sin que nadie interfiera. Expresan tanto el amor como el dolor en el momento en que ellas lo deciden y sobre todo es una decisión sobre sus cuerpos en la que nadie interfiere”, explicó Gabriela Sosa.


Para Héctor Rio, quien coordinó el equipo de fotógrafos que participó del proyecto, el trabajo fue un aprendizaje: “Las experiencias de vida que recibís de parte de las chicas, la mayoría muy jóvenes, muchas de ellas viviendo en el encierro con sus hijos, es difícil de comprender y de imaginarlo, pero sí es un ejemplo de lucha por lo que uno quiere”. El trabajo para él no fue fácil entre las rejas pero la relación fue creciendo y lograron un vínculo para poder llevar adelante su labor: “Nosotros íbamos en grupos pequeños a invadir su lugar. A veces las chicas no estaban de humor o simplemente no tenían ganas de ser fotografiadas, otras veces se nos iba el día tomando mates y charlando de cosas cotidianas. Lo que siempre estuvo claro es que había que hacer el trabajo lo más honestamente posible”. 


Escribir sobre sí misma
Los tatuajes tumberos tienen sus características particulares. Por un lado, el tipo de grabado en la piel que las internas se hacen tiene que ver con su situación económica. Están las que pueden pagar a alguien para vaya a la cárcel y las tatúe, o las que tienen que arreglárselas con tinta de birome u hollín y pasta dental, que es con lo que hacen el preparado para aplicar con una aguja en los cuerpos. 


En esta cárcel el tatuaje no está prohibido pero sí están vedados los instrumentos apropiados para hacerlos. Por eso, una caja de herramientas compuestas por biromes, clips, alambres, agujas, tijeras y todo tipo de instrumentos punzantes que sirva para dejar una huella entintada por debajo de la piel se va construyendo en cada unidad carcelaria. “Estos instrumentos alternativos, así como la carencia de anestésicos y desinfectantes, aumentan las posibilidades de sentir dolor y ese dolor se convierte en algo permisible, aceptable y hasta deseable, en tanto promete un futuro”, expresó Moreyra. 


Un tatuaje puede significar un futuro mientras hable sobre la expresión de deseo entre rejas, pero una vez fuera de ellas pasa a ser un estigma, una marca de haber estado ahí, en una cárcel. Ese es el momento en que intentan transformarlo en otra cosa, siempre que se pueda. “Una rosa en la mano ya no será la posibilidad de tener un rosal consigo, sino el recordatorio de la imposibilidad de tenerlo consigo en determinado lapso. De la misma manera, para un otro, la rosa en la mano ya no será la expresión de algo que el tatuado aprecia sino el estigma de haber sido privado de lo que apreciaba en castigo por una ofensa a la sociedad”, explicó la antropóloga. 


La cultura carcelaria tiene sus propios tatuajes, es decir los que nacieron de los propios presos y que quieren dar un mensaje particular. Uno de ellos es el llamado tatuaje de los cinco puntos, que tanto hombres como mujeres se estampan en algún lugar visible del cuerpo. Esta estampa tiene dos significados y es un mensaje dirigido a la Policía: representa a un convicto rodeado de cuatro oficiales que lo oprimen y no le permiten la libertad. Y la otra versión, totalmente contraria, dice que es un oficial rodeado de cuatro ex presidiarios que intentan matarlo. Otro ejemplo es la serpiente enroscada a una espada que significa venganza: este dibujo encierra la promesa de un preso de no morir antes de matar a un policía. 


De todas formas, la fe, el amor y el dolor por la pérdida de seres queridos también ocupan el tiempo sobre todo de las mujeres al momento de tatuarse. “Estos tatuajes son la expresión de sus condiciones de vida, eso es lo que manifiesta la piel. No se trata sólo de marcas externas sino de lo que les pasa por dentro”, concluyó Sosa.
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