Lo llamaron "el secuestro del siglo". Y quizá no haya sido una exageración. Porque la desaparición y el asesinato de Abel Ayerza, en el inicio de la Década Infame, desató una conmoción y provocó repercusiones que quizá sólo puedan compararse a las que recientemente desató el asesinato de Axel Blumberg. El perfil de la víctima potenció ese efecto: se trataba de un joven de 24 años, perteneciente a una familia tradicional de Buenos Aires, ligado a grupos nacionalistas y con amigos cercanos al poder.
Ayerza fue secuestrado el 23 de octubre de 1932 en un campo cercano a Marcos Juárez, en la provincia de Córdoba, por un grupo de inmigrantes italianos que provenían de la célebre organización mafiosa de Juan Galiffi, Chicho Grande y dirigía en la ocasión Santos Gerardi.
Los secuestradores se llevaron también a Santiago Hueyo (hijo de Alberto Hueyo, ministro de Hacienda del gobierno del entonces presidente Agustín P. Justo), aunque horas después lo liberaron con un mensaje para los familiares de Ayerza: pretendían 120 mil pesos. El pago se realizó en Rosario, de acuerdo a lo acordado, pero el cautivo no apareció.
Mientras tanto, el comisario Víctor Fernández Bazán fue enviado desde Buenos Aires para encabezar la investigación. El 2 de noviembre detuvo a un joven siciliano, Carlos Rampello, en una chacra de Chilibroste, Córdoba y le atribuyó una detallada declaración, en la que identificaba a los presuntos integrantes de la banda mafiosa. El relato implicaba también a un comisionista que gozaba del aprecio general y terminó por dar cuatro versiones diferentes -y falsas- del paradero de Ayerza. La confesión, se supo, era el producto de un "hábil interrogatorio", como se llamaba a los interrogatorios realizados mediante torturas: Rampello quedó en libertad y la hipótesis policial cayó como un castillo de naipes.
El 29 de enero de 1933, otro grupo mafioso secuestró en Tucumán y Paraguay, en Rosario, a Marcelo Enrique Martin, hijo del empresario Julio Martin, ex presidente de la Bolsa de Comercio. El caso se resolvió con rapidez: el rehén apareció dos días después, luego que la familia pagara el rescate en el Cruce Alberdi. Se hicieron tantos intentos por ocultar lo sucedido que el caso trascendió al público. La División de Investigaciones rosarina, preocupada por mejorar su reputación ante las sospechas de que protegía a los mafiosos, puso a la luz una organización nucleada en torno a la figura de Galiffi.
El caso Martin reactualizó el misterio de Ayerza. La familia del joven emprendió una investigación por su cuenta. Un allegado a la familia y un policía porteño contactaron en Rosario a Carmelo Vinti, antiguo referente de los grupos mafiosos. Mediante engaños lo llevaron a la provincia de Buenos Aires, junto con José La Torre, y desde allí al Departamento Central de Policía. Sometido a torturas, Carmelo Vinti reveló que Ayerza había sido asesinado. Antes de morir a causa de los apremios, el 16 de febrero, contó parte de la historia oculta: Ayerza había sido escondido hasta el momento del crimen por los hermanos Vicente y Pablo Di Grado, dos insospechables verduleros de Corral de Bustos. El 22 de febrero se halló el cuerpo de Abel, enterrado cerca de la localidad santafesina de Chañar Ladeado.
Según la versión popular, el crimen resultó de un equívoco. Después de cobrar el rescate, Gerardi ordenó a María Fabella de Marino, cómplice en Rosario, enviar un telegrama con el mensaje convenido para liberar al cautivo: "manden el chancho, urgente". Fabella delegó la tarea en su hija, Graciela Marino (conocida como "La flor de la mafia", apodo luego extendido por la prensa a Agata Galiffi, la hija de Juan). El despacho fue recibido en Corral de Bustos por Alcira Medina, mujer de Anselmo Dallera, otro cómplice, quien lo transmitió a los Di Grado. En algún punto de ese recorrido se habría producido una confusión y el mensaje cambió a "maten al chancho". El juez Francisco Setien, a cargo de la investigación, atribuyó el asesinato, en cambio, a que los mafiosos creían inminente su descubrimiento, dadas las averiguaciones de Fernández Bazán. Pablo Di Grado y Juan Vinti se acusaron mutuamente por la muerte.
El entierro de Ayerza, en el Cementerio de la Recoleta, dio lugar a un acto multitudinario. Los discursos fúnebres exhortaron a adoptar leyes más duras contra el delito y para el control de la inmigración y la policía emprendió de inmediato una "campaña de limpieza", como se denominó a una serie de procedimientos contra las actividades mafiosas. La deportación de Galiffi, en 1935, fue una consecuencia de la onda expansiva de ese asesinato. "Se tiene la certeza de que en las inmediaciones de Rosario, en dirección a Buenos Aires, se encuentran los principales centros de actividades de los mafiosos", denunció una crónica de la época. Y nadie la desmintió.
Osvaldo Aguirre / La Capital
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