Tablada, un barrio donde el delito y la impunidad caminan de la mano
Fuente: Diario La Capital, domingo 29/11/09
Producción periodística Hernán Lascano
El espacio donde se conectan los barrios Tablada con villa del Tanque, villa Manuelita y el Fonavi Municipal es una franja de territorio palpitante y desapacible. En ese rectángulo de 20 cuadras por 10 del sudeste rosarino, el registro de violencia trepa como en ningún otro sitio. Allí se produjeron 16 asesinatos en lo que va del año. Es decir, el 14 por ciento del total de crímenes de todo el departamento Rosario en 2009.
El encarnizado choque a balazos que hace dos semanas provocó la muerte de Joel Alcaraz, que tenía 19 años y 12 orificios de bala en el cuerpo, y dejó inmóvil de la cintura para abajo a Iván Benavente, de 23 años, que recibió siete tiros, exhibe la forma más aparatosa de la violencia en la zona.
Lo que se advierte al compulsar los casos es que muchos de ellos se investigan deficientemente o no se investigan. A veces ni siquiera logran salir del círculo de sus protagonistas cercanos porque las instituciones que deben dar cuenta de ellos no los comunican. Eso muestra un costado ciego y muy serio del problema, porque el foco de violencia que mata y aterroriza a los vecinos se despliega a espaldas de la sociedad y con mínimo control estatal, lo que reproduce y amplifica sus riesgos.
El crimen de Alcaraz expone la problemática en su forma más descarnada.
Por la tremenda violencia que lo desató, en una riña en la que se dispararon más de 30 balazos con armas de guerra. Porque demuestra la juventud de víctimas y victimarios, que tienen roles intercambiables.
Porque suelen ocurrir en la vía pública, poniendo en peligro o cobrándose vidas de personas ajenas a la contienda. Porque muestra en la trayectoria de sus protagonistas, más allá del detonante particular, un sustrato donde se disputa el dominio de los circuitos del tráfico de drogas y los delitos contra la propiedad y la vida.
No se investiga. Pero un aspecto medular del conflicto, que en el caso de Alcaraz no se da, es la rudimentaria o a veces inexistente investigación policial o judicial de los casos.
En ese sentido, el Ministerio de Seguridad de la provincia acaba de ordenar una compulsa de todos los crímenes en la zona para establecer cómo se pesquisaron. Las áreas de control de esa cartera advierten que la mayoría de los hechos no están esclarecidos.
No sólo eso. También se verifican notables diferencias en cómo se encarrilan los casos según intervengan las comisarías 11ª o 16ª, la sección Homicidios o cada juez de turno. Fuentes de la cartera de Seguridad señalaron a La Capital que se constató que las causas se orientan con parcialidad elocuente hacia una u otra pista según, a veces, qué oficial intervenga. Lo más grave: hay homicidios que se planchan. No llegan a la prensa ni se investigan. La sospecha fundada en el Ministerio es que eso ocurre porque hay compra de impunidad.
En muchos casos esa tolerancia se explica por el peso que tienen algunas facciones históricas del barrio y porque quienes quedan implicados en los crímenes están ligados a ellas.
Hay episodios más significativos que otros. En enero pasado mataron a Sebastián Galimany, de 21 años, en un caso arquetípico: dos víctimas muy jóvenes (un muerto y un herido grave, de 22 años), ataque muy cruento (ejecución en la calle y a quemarropa). Las menciones detalladas de un testigo privilegiado conducían hacia un allegado a alguien con poder en el barrio: un hijo adolescente de Roberto Pimpi Camino, ex líder de la barra brava de Newell’s, apodado Chamí. Hoy prófugo.
Sin embargo, pese a los notables y ricos detalles de un episodio brutal aportados por el testigo, un pibe de 22 años llamado Facundo S. que no dudó en ponerse en riesgo para ofrecer una pista que aclarara el hecho, no tuvieron ningún impulso en Tribunales. El expediente judicial no agregó nada al escueto sumario policial. Y eso se sabe en el Ministerio de Seguridad y en la Cámara Penal de Rosario.
En una barriada donde los factores de violencia son múltiples, la impunidad la alimenta. La Secretaría de Control de Fuerzas de Seguridad, a cargo de Gonzalo Armas, está por ello analizando cómo se investigó cada caso.
La policía aduce limitaciones. La Sección Homicidios, por ejemplo, tiene una dotación de una docena de efectivos, tres vehículos en estado lamentable y escasos medios para trabajar los 112 crímenes de 2009. Como sea, la mínima publicidad y la falta de esclarecimiento de tantos casos amplifica en el barrio la sensación de que las acciones de sicarios a cielo abierto pueden seguir porque el Estado no les fija límites.
Economías delictivas. Los 16 crímenes del año en la zona tienen diversos orígenes. Algunos son ajustes de cuentas por conflictos interpersonales, vecinales o familiares. Pero muchos derivan de disputas por control de la criminalidad o el tráfico de drogas. “Las acciones policiales exitosas contra cocinas de cocaína en el barrio tienen su costado crítico”, dice el secretario de Seguridad Comunitaria, Enrique Font. “Implican una desestructuración de una economía delictiva que deja eslabones menores sin la actividad que le daba sustento material diario: el pequeño pasador se queda sin trabajo y eso vuelve en violencia”, indica.
Otro foco crítico se debe a la turbulencia que genera la desintegración de grupos violentos de barrabravas antes cohesionados en base al reparto de prebendas económicas que se cortaron cuando Pimpi perdió su poder en Newell’s. “Ahora esos actores buscan insertarse en otros circuitos”, dice Font.
Los que suelen quedar en el camino son las piezas menores de cadenas de criminalidad barrial más organizada. “Son formas complejas asentadas sobre un esquema histórico que viene de los 90 que destruyó el modelo del empleo como organizador de los lazos sociales. Salir de ello es complejo pero apuntamos a hacerlo con políticas del gabinete social”, dice Font, quien reconoce como preocupante, sin embargo, la baja performance de esclarecimiento de casos. Eso reproduce la idea de que cualquier violencia es reeditable en un barrio que no se acostumbra al terror cotidiano del silbido de las balas.
Los nombres de la feroz saga criminal
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Sergio Barrios tenía 18 años y vivía en Patricias Argentinas al 4800. Lo asesinaron de cinco balazos la madrugada del 11 de enero cuando se encontraba con tres amigos. Según testigos, un joven llegó caminando y directamente le disparó. Los pesquisas sindicaron a Milton D. como el autor de los disparos.
Sebastián Galimany, de 22 años, recibió tres balazos letales el 19 de enero, en Olegario Víctor Andrade y Grandoli. Iba en moto con un amigo y sufrieron un accidente de tránsito menor. Cuando un par de horas después fueron a retirar el rodado los emboscaron. El pibe que se salvó acusó por el hecho a un hijo de Pimpi Camino.
Sergio Víctor Salinas murió la madrugada del 25 de enero tras ser atacado en Spiro al 300 bis. Le disparó una mujer de 30 años con la que mantenía una relación más que tensa.
Germán Alfredo Rodríguez tenía 47 años. El 4 de febrero fue acribillado a balazos en Lamadrid y General Paz, a 22 metros de la comisaría 11ª. Su compañero, Gerardo R., dijo desconocer los motivos del ataque. En la investigación surgieron los apodos de El Porteño y Triple 6, asesinado el 25 de julio.
Héctor Cardozo tenía 50 años y la madrugada del 7 de junio murió apuñalado por un chico de 17 que resultó herido. Fue en Esmeralda y Garibaldi. Su agresor fue detenido.
A Leandro Bebe Barrios, de 21 años, lo balearon la madrugada del 14 de junio frente a su casa de Garibaldi y Esmeralda. Falleció tres días después.
Maximiliano Paíz, de 32 años, sufrió una herida de bala en el cráneo la tarde del 22 de junio en Convención y pasaje Falcón y murió dos días después. Fue en una reyerta entre tres o cuatro personas. La policía apuntó sus sospechas hacia un chico de 16 años con quien Paíz tenía encontronazos. El pibe se entregó en Tribunales.
Diego Martín Barrios tenía 21 años cuando lo asesinaron el 16 de julio en Presidente Quintana 120 bis. El homicidio, entonces, no salió a la luz pública.
Miguel Peña, de 24 años, fue asesinado de tres puñaladas por su hermano Horacio. Fue el corolario de una de las tantas peleas que solían protagonizar. Fue el sábado 18 de julio en un pasillo de la villa ubicada en Güiraldes entre Tafí y Cepeda.
A Alexis Acosta, de 15 años, en el Fonavi de Lamadrid 98 bis lo conocían como Triple 6. El 25 de julio lo mataron a balazos en uno de los pasillos del barrio. Tres meses antes lo habían baleado en las piernas.
Pablo Germán Gómez, de 30 años, murió el miércoles 29 de julio debido a una feroz golpiza que recibió cuando iba en bicicleta por Necochea al 4200.
A Miguel Angel Arocha, de 45 años, el 17 de agosto un balazo le atravesó el abdomen cuando salió desde su casa en una moto para acudir en defensa de su hijo en Ayacucho y Uriburu.
Rafael Agustín Oliva, de 51 años, murió cuando su casilla de chapas en un pasillo que une dos puentes de hierro en Ayolas al 200 bis fue acribillado a tiros el 8 de septiembre. Dicen que el asesino se equivocó de víctima.
Maximiliano Gabriel Sánchez, de 24 años, fue ejecutado el sábado 17 de octubre en el Fonavi de Alice y Lamadrid. Un muchacho se le acercó y directamente le descerrajó tres balazos. Los deudos apuntaron sus sospechas hacia un hijo del Pimpi Camino. El chico, de 13 años, estuvo demorado.
Gustavo Alberto Acuña, un albañil de 23 años, murió al quedar en medio de un tiroteo entre dos grupos en Ayacucho al 4000. Según la investigación, era completamente ajeno al enfrentamiento.
Joel Alcaraz, de 19 años, fue acribillado a balazos el 9 de noviembre en pasaje Becquer al 500 bis, en la villa del Tanque.
"Nadie está a salvo, no es necesario ser narco o choro para que te maten a tiros"
"Pibes que tiran como locos y mueren como perros". Esa es la frase que impera cada vez que se va a Tablada a escribir la crónica policial de otro pibe muerto. El 21 de septiembre de 2008, bajo el título "En cuatro años hubo 13 muertes por disputas entre bandas en Tablada", en esta sección del diario se publicó una nota especial sobre los homicidios que transformaron las calles de ese barrio del sudeste de la ciudad en un campo de mortajas. La crónica reflejaba las voces de un mayoritario segmento de vecinos que decía estar harto de las peleas entre bandas antagónicas que pelean por el control de la calle. "No hace falta ser narco o choro para que te maten a tiros. Le puede pasar a cualquiera", explicaban.
Desde entonces nada cambió. O lo que es más terrible, empeoró: 16 homicidios en lo que va del año en Tablada. Las causas son múltiples. Peleas entre pibes sin calma transformados en soldados de los narcos que intentan adoctrinar a los que no saben cómo es eso de honrar sus deudas. Maleantes enfrentados con hampones rivales por una mujer. Venganzas y reyertas entre borrachos o drogados. O simplemente atravesar por un sector que el pesado de turno indicó que estaba vedado. Y esa manía de dirimir conflictos a los tiros. "Si vos venís y me pegás un tiro en una gamba, yo voy a ir y te voy a pegar cinco tiros. Pero en las gambas. No en la cabeza. Algunos pibes eso no lo están entendiendo", explicó un peso pesado en el mundo del hampa de Tablada que sabe de códigos.
Ya nadie cree. Los vecinos ya no creen en nadie ni en nada. Y hablan de una violencia normalizada donde “te puede tocar”. De que “si pones la moneda (a la policía), todo se puede arreglar”. Que “los narcos arreglan y ustedes saben que hay deliverys de falopa que se hacen con móviles policiales”. Rehenes del repliegue de un Estado que deja un vacío de poder que rápidamente es dirimido y cubierto por quien es más fuerte para ocuparlo. Y una violencia normalizada que casi siempre termina, o empieza, son el silbido de las balas. “El mejor sistema de justicia en Rosario es el de Tablada”, graficó no hace mucho tiempo un experimentado pesquisa: “No cumplís y te cagan a tiros”, agregó. Y también hay policías que piden que no se juegue con los muertos. “Eso rompe los códigos adentro y afuera”, comentó uno.
Tablada también es sentir que los nombres o apodos de los personajes envueltos en los crímenes ya fueron escuchados en otros hechos. Para el ejemplo: Sergio Barrios fue asesinado el 11 de enero en Patricias Argentinas al 4800. Por su crimen fue detenido Milton D., un pesado ex integrante de la gavilla de Guillermo Torombolo Pérez, muerto con 24 años en febrero de 2008.
Milton D. formaba parte de esa pandilla junto a Marcelo Monedita Núñez, asesinado de un tiro en la cabeza en enero de 2007 cuando tenía 17 años. Y con Joel Alcaraz, acribillado a principios de este mes, cuando tenía 19 años. Milton D., sólo durante 2008, recibió una decena de balazos en dos episodios y su nombre sonó en la investigación del homicidio de Paulo Pichi Acosta, de 24 años, muerto a tiros en Médici y Lola Mora en septiembre del año pasado. Está enfrentado con Joel S. y Fernando M.. Los tres estuvieron en la carpeta de los investigadores por el crimen de María Benegas, de 78 años, muerta el 30 de diciembre cuando tomaba aire en la vereda de su casa de 24 de Septiembre y Necochea. Fernando M. está detenido por el crimen del albañil Gustavo Acuña, ocurrido el 23 de octubre en Ayacucho al 4000. Y así, la historia se sigue trenzando sin nunca acabar.
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