Cuando en la ciudad aún no se termina de digerir la información acerca de la saga de asesinatos de personas mayores en ocasión de robos, hechos por los cuales permanecen detenidos tres hermanos verduleros y otros tres hombres vinculados a una presunta banda, ayer a la noche la muerte se ensañó de nuevo con un jubilado. Don León, según confiaron en voz baja algunos pesquisas que llegaron hasta la vivienda cercana a las Cuatro Plazas de la zona oeste, tenía un pasar económico sin sobresaltos a partir de una jubilación y algunas propiedades en alquiler.
Ingrata sorpresa. Sin embargo, el hombre no era de ostentar y diariamente era visitado por una de sus hijas. Fue precisamente esa joven mujer la que la tarde del jueves, poco después de las 19, vio con vida por última vez a don León. Ayer, cuando esa familar volvió a la casa paterna en principio no detectó ninguna anormalidad. Tanto la puerta de calle como las ventanas que dan al frente estaban intactas. De hecho la muchacha utilizó su propia llave para abrir.
La joven no tardó ni un instante en encontrarse con la amarga noticia. Unos minutos más tarde, agentes de la seccional 14ª, ubicada a tan sólo 200 metros de la vivienda, y de la Sección Homicidios fueron los que finalmente accedieron al lugar. Enseguida se dieron cuenta de lo que había pasado: cada rincón de la casa estaba dado vuelta, con los cajones tirados en el piso, la ropa desordenada, algunos objetos rotos y el faltante de algunos electrodomésticos.
Un golpe. En su recorrida por la vivienda los policías se toparon con don León en el baño. “Estaba boca abajo. Sólo tenía puesto un calzoncillo y una remera. Al parecer había sido estrangulado con un cinturón. También presentaba un golpe en la cabeza que probablemente sea por la caída”, dijo la fuente antes de suponer que “al hombre lo sorprendieron durmiendo o a punto de irse a la cama” por que sólo tenía puesta la ropa interior en un día tan frío.
Mientras los investigadores trabajaban en torno a la escena del crimen, que fue acordonada para evitar la presencia de curiosos, los hijos de Leibovich, un muchacho y la chica que lo había hallado, entraban y salían de la casa desconsolados tratando de tapar lo inevitable. “No queremos que salga nada, que no se publique nada, vayansé...”, pedían al cronista de La Capital sin entender tal vez que el destino les jugó la broma macabra de ser protagonistas de un hecho que, máxime en este tiempo, tiene todas las condiciones para ser noticia.
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Carlos