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APORTE A UNA HISTORIA DEL BARRIO 6° Parte

Written By Charles Francis on 03 abril 2010 | 11:11

‘EMPALME (A) GRANEROS’ (1890 a 1970)
Perfil cultural: oficios y actividades particulares.

He aquí algunos oficios que sirvieron de sobrenombre para muchos y que nos permite vislumbrar la variación en las actividades, índice indudable de un aspecto de la cultura popular del trabajo independiente que daba también un impulso al bienestar familiar.

a) Diversidad e ingenio
v El pan casero’, referido a un panadero siciliano que amasaba su propio pan y vendía a sus clientes, o
v ‘doña María la lechera’, porque de su vaca obtenía un medio de vida, o
v ‘Doña Josefa, doble ancho’ o ‘la lechera’

Sin embargo, se hace necesario otros personajes como:
v ‘Don Carlos el gallinero’, era un santiagueño que por las tardecitas evocaba su raíz étnica cantando bagualas acompañándose con el tañer de su bombo legüero (su apellido era Ferreyra)

v ‘El Burrito’, un solitario que repartía bolsas de carbón y que enloqueció cuando el tren le mató el burro y lo vimos andar como perdido por las calles del barrio.

v ‘El Turco’, un taciturno que vendía telas al fiado. Su gran nariz enrojecida y no por el frío, marcó su deterioro, hasta que un día no lo volvimos a ver más. No sólo el vino abogó por su desaparición, sino que por la importancia de la población se abrieron dos pequeñas tiendas que le quitaron la clientela femenina.

v ‘El Pescador’, un gallego que merece un aparte. Recorría las calles del barrio llevando sobre sus hombros una larga pértiga de la que colgaban dos canastos llenos de los más variados pescados. La limpieza de su ropa, de sus repasadores, y la habilidad de sus manos para realizar la preparación del pescado lo convirtieron en un vendedor esperado.

v ‘Don Próspero, el lechero’, anunciaba su llegada por el sonido tintineantes de las campanitas que, junto con los adornos de bronce del caballo que tiraba de su jardinera, brillaban al sol de la mañana. La leche pura y sin agua eran su mayor orgullo.

v ‘Los Quintín’, un matrimonio singular cuyo oficio era único. Se dedicaban a cavar pozos para agua, o pozos negros, infaltables en una zona donde el agua corriente y las cloacas estaban ausentes. Bebedores empedernidos sólo trabajaban bien si tenían a mano un par de botellas de vino tinto, decían los vecinos que se lo proporcionaban interesados en que el trabajo fuera exitoso en una zona de aguas algo saladas, pero que se debía llegar a muchos metros para encontrar las capas de aguas dulces.

v ‘La familia de Alamparon’. Compuesta por una abuela muy anciana, un hombre muy delgado que consideramos como su esposo y un nieto medio lelo. Según nos refería dicha anciana, ella había vivido en un rancho en el mismo lugar en que se proyectó y realizó el Bulevar Oroño, por lo que tuvo que abandonar el sitio. Era una criolla pequeñita, de piel arrugada y gruesos anteojos con uno de sus vidrios cachados. Su esposo, muy delgado y bajo, pero muy digno en su traje raído. Por su rostro apergaminado y por su parecido, mi hermano y yo, para distinguirlo lo llamábamos ‘San Martín’ debido a su parecido con el gran hombre representado en el famoso cuadro cuando ya estaba en Boulogne-sur-Mer. Caminaban uno detrás del otro. Primero iba la anciana, luego el hombrecito y detrás el nieto, algo lelo que en la escuela se registró con el apellido de Altamirano.

v Don Gerardo, el tachero. Era un español del que contaban otros paisanos, había dejado un crimen sin purgar. De allí lo taciturno, mal humorado y por ende su aspecto abandonado.

v Don Jerez. Los criollos que residían no eran muchos. Este hombre por su estado de ebriedad permanente y espíritu cantor, era el más recordado. Les regalaba sus coplas santiagueñas cuando iban a la escuela al pasar por su humilde rancho con una enramada de vieja madreselva. Estaba ubicado sobre Avenida Génova, a la altura del 2300, frente al mismo puente Central que cruzaba el antiguo cauce el Arroyo Ludueña. Allí vivió y murió con muchos años, después de haber trabajado como hombreador de bolsas en el activo Puerto de Rosario de antaño.

v Otro criollo de ley era ‘don Guillermo el ciego’, compositor de sus propias canciones que interpretaba en su guitarra. Dicen que había perdido la vista en una huelga en que le tiraron algo que arruinó su vista y lo condenó a la pobreza’.

Pero no todos eran inocentes criaturas, sino que los hubo algo más siniestros.
Recordando uno de ellos, se lo podría señalar como un resabio de la vieja mafia.

v Don Chiquín. Hombre de gran porte, ventrudo, de cara y nariz imponente, se decía de él que se encargaba de ciertos trabajos. Tenía más de dos muertes, por la espalda, y salía de la cárcel muy rápido. Se lo empleo como guardaespaldas de uno de los dueños de los Depósitos Drisdale. Su fama había trascendido los límites humildes del barrio.

v Otro personaje que llevaba en su faja negra que enrollaba alrededor de su vientre un par de pistolas, aconsejaba a los jóvenes descendientes de italianos que si alguien lo molestaba, ‘pum-pum, pishe- mano’, y todo quedaba sin problema. Este personaje era siciliano y de franca vinculación con la mafia. La sonrisa que jugueteaba en sus labios era engañosa.
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