A la última década del Siglo XIX la ciudad atrae a una gran cantidad de población extranjera. Italianos, españoles, franceses llegan a Rosario en tan gran cantidad
En el corto trayecto desde el puerto o la estación de ferrocarril hacia el centro es fácil observar la gran cantidad de cafés que se asoman a las calles de empedrado grueso de la época.
El café está a disposición de todos como un espacio social de distracción, de búsqueda y de espera.
Intercalados con otros negocios o con casas de familia, en el centro o en los suburbios, no se advierte un rincón de la ciudad sin ellos. A mitad de cuadra o en la esquina, en inmediaciones de mercados y estaciones o en las veredas que rodean las plazas, se constituyen en lugar para las actividades económicas, de paseo o sociabilidad. La convivencia entre la bebida, la conversación, la disputa, el trabajo y la búsqueda de empleo justifica su emplazamiento cerca de esos lugares.
Un par de mesas y sillas viejas, una construcción de ladrillos, madera o chapa, la más de las veces adosada al almacén de comestibles, eran el ámbito donde los hombres establecían los lazos sociales en torno de la mesa y la copa de vino, o el canto, si el lugar lo frecuentaba algún músico o payador, como los cafés de la zona de la Bajada Sargento Cabral visitados por cantores como Gabino Ezeiza o el poeta Leopoldo Lugones.
Dentro del café había códigos, espacios de actuación, prohibiciones y pautas de comportamiento.

La Mujer, si era la esposa del dueño, encargada de la limpieza y de atender a los clientes arrimados al estaño, rara vez abandonaba su lugar detrás del mostrador. Las convenciones sociales de la época, al considerar esos lugares como poco sanos hizo que la mujer, salvo si iba a buscar a alguien o entraba acompañada por un hombre, no ingresaba al salón.

Las sirvientas, lavanderas o cocineras, también paisanas o familiares de los dueños, no atendían a los clientes, sólo hacían sus tareas.
En cuanto a la ropa, una vestimenta y una apariencia honorable eran necesarias para ingresar al café, sin perjuicio de su sencillez. La respetabilidad de las prendas son indispensables para anudar vínculos con los iguales y para diferenciarse de los demás.
En las esquinas de Mitre y Avda. Pellegrini los anarquistas le daban una fisonomía muy particular a “La Cantábrica” y los jóvenes de la “Liga del Sur” se encontraban en “La Perla” de Córdoba y Maipú.
Como siempre, los artistas, los periodistas y los escritores tenían sus lugares de reunión donde se escuchaba música o se debatía sobre el impresionismo, las pinturas de Cézanne o los debates entre parnasianos y simbolistas. Lugares como el bar Belga, el Jofre o La Brasileña reunían a una variada población de capitanes de barcos, marinos de todo el mundo, cargadores del puerto y poetas derrengados.
En momentos de conflictividad social, el lugar brinda la posibilidad de realizar arengas, mítines políticos o alquilar los “altos” para alguna reunión alejada de la mirada de la policía.
Si el negocio prosperaba y estaba cerca de la estación de Ferrocarril o algún mercado, algunas habitaciones construidas en la parte posterior del edificio daban origen al hotel o la pensión y la fonda, templo del guiso carrero, el puchero de gallina y el vaso de vino carlón.
Un cartel en la puerta o un letrero con los servicios indican la denominación del establecimiento, por lo general el nombre del dueño o su lugar de origen.

En el café ,ayer, hoy y siempre se recrean los objetos, costumbres y ritos del país.
Ernesto CIUNNE
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