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De la República Checa a la Plaza López, a dormir sin nada

Written By Charles Francis on 15 enero 2013 | 9:44


Por Agustín Aranda.- Conoció a una mujer por chat y se vino a la Argentina. Se casó, pero todo terminó mal y él se convirtió en un sin techo.

El hombre de 38 años, rapado, aseado y con una botella de Coca-Cola con agua a temperatura ambiente sólo dispone de 20 minutos para una entrevista con El Ciudadano. Su historia, de naturaleza trágica, interesa al tabloide por lo extraño: “Un checo duerme en la Plaza López desde principio de diciembre. Se casó con una rosarina, que lo echó a la calle. Está quebrado y no puede volver a la República Checa”. 

Desconozco cuál cree él que será el rédito de esta nota periodística. En lo inmediato, el representante de la Asociación Hogar Checoslovaco ha venido a buscarlo a una repartición provincial. Le darán el dinero para un pasaje a Buenos Aires, donde la embajada prometió resarcir un error que tiene su pasaporte para poder retornar a Europa. Tiene miedo y sus opciones escasean. Si Rosario le parece agresiva para la vida en la calle durante la noche, imagina que no durará mucho en la city porteña. 

Desalentado por el accionar de la burocracia de su país y el nuestro, Antonin Kavalec, nacido en Trebich –una localidad pequeña en la región de Vysocina, República Checa– respira profundo y se entrega a las pocas preguntas con un ágil y entrenado castellano. Mientras espera el traslado relata. Es profesor de alemán pero cree que ese no es su destino y se dedicó al español. “Es una estupidez, pero me encantó la canción principal que decía «Cambio dolor por libertad»”, explica sobre el origen de su amor por la lengua hispana. 

En la década del 90 en Chechia (sic) su hermanastra veía “Muñeca brava”, la serie televisiva protagonizada por la uruguaya Natalia Oreiro, autora de la canción en cuestión. Antonin (rebautizado “Antonio” para las oficinas provinciales que lo alojan transitoriamente) dedicó diez años a aprender el idioma de forma autodidacta. 

Enamorado del voceo, que ahora quiere sacudirse como un mal recuerdo del Río de la Plata, el profesor se encontraba frente a la imposibilidad más dolorosa de quien aprende una nueva lengua: no podía ponerla en práctica. Los interlocutores posibles en la ex Checoslovaquia eran escasos, cuando no inexistentes. Ni la televisión o las publicaciones escritas tomaban el idioma sin doblarlo. 

En busca de los nativos, la forma más barata fue la web: un salón de chat. “Por casualidad (se detiene para contener la lágrima) contacté con una rosarina”, recuerda. Quedan menos de 15 minutos en la entrevista. Su mano derecha está hinchada por la picadura de una abeja en la plaza. La izquierda, está precedida por una cicatriz de 25 centímetros paralela al sentido de sus venas.

Problemas laborales, y amorosos, todos juntos, dice al mostrar el tajo. Pero cuando la década del 2000 terminaba, las expectativas para Antonin cambiaron. Ella, 13 años mayor, a través de internet era su amiga y guía del idioma castellano. “Se estaba divorciando. Chateábamos todos los días y mandábamos SMS (mensajes de texto entre teléfonos celulares). Estuvimos en permanente contacto. 

El 14 de febrero, día de San Valentino (sic), la amistad se cambió a amor”, recuerda y sonríe. Insatisfecho con las políticas de su gobierno –y la realidad de los países pequeños que no forman parte de la Unión Europea– la felicidad, calculaba Antonin, estaba a 17 mil kilómetros. 

Ella trabajaba como secretaria en una empresa privada y tenía tres hijos de 13, 20 y 28 años. “Es difícil para los latinoamericanos dejar de pensar a Europa como un paraíso. Todos los europeos somos ricos para ellos”, cuenta e ironiza. Quedan menos de 10 minutos de entrevista y Antonin refresca su garganta con agua.

Los datos y fechas en su historia son precisos. El 14 de septiembre de 2010 llegó al aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires. Ella lo recibió y juntos intentaron hacer los trámites de traducción pública de los documentos necesarios para permanecer en el país: libreta de nacimiento y acta de antecedentes penales. “Para que sepan que no soy un ladrón”, comenta. Villa Gesell sería su próximo destino antes de Rosario. No conocía el mar y a pesar de que era principio de septiembre, permaneció varios minutos en el agua. No importaba el frío ni la mirada de los playistas menos temerarios. “Después vinimos para acá. Y empezaron poco a poco los problemas. Los hijos de mi esposa me vieron como el motivo del divorcio de sus padres. Nunca me aceptaron, ni siquiera como amigo. 

Ya se que no podrían hacerlo como padre. Yo viví algo similar en mi familia. Mi madre se casó de nuevo y el tipo no me cayó nada bien. Y sin querer caí en una situación similar”, explica. El plano laboral también difirió de lo que Antonin había imaginado. No podía trabajar a raíz de un cambio en la legislación laboral. Los pocos alumnos de alemán y checo no eran suficientes. Él culpa a que los latinos no vemos atractivo el idioma teutón. Otros rubros también se demostraron difíciles. La falta de Documento Nacional de Identidad (DNI) era clave. La solución fue el matrimonio con la rosarina en octubre de 2011. Faltan menos de cinco minutos para el final y, como buen argentino, Antonin resume: “Nos fuimos peleando por pelotudeces. Malas interpretaciones. Hablo bastante bien, pero hay cuestiones muy finas del idioma. Y en algunas situaciones al no hablar en tu idioma nativo puedes decir algo que no hubieras dicho en tu idioma nativo. Tiene más sentimiento”. 

El quiebre y la vida en la Plaza López llegó la primera semana de diciembre de 2012 y el reloj indica que no hay tiempo para preguntarle cómo y donde pasó Navidad y Año Nuevo. En el ínterin, sólo algunas visitas periódicas a su antigua casa para un baño, un café y una breve charla con su esposa. Todo antes de que lleguen sus hijos.

Un error en el pasaporte tramitado mediante la embajada de su país imposibilita al profesor de alemán a trabajar de otra cosa. El mercado laboral, insiste, no es receptivo a una persona cuya experiencia comprobable está en otro idioma, a un correo electrónico o llamada internacional de distancia. Para resolver la documentación debe viajar a Capital Federal. Sólo queda un minuto. La vida en la calle, asegura, será mucho más dura hasta que la embajada de la República Checa corrija un error burocrático. “Burocracia incompetente”, califica Antonin, quien explica que su familia no cuenta con los recursos para pagar el viaje de vuelta. 

Se terminó el tiempo. “Una última cosa. Ella aún me ama”, se despide. Todavía no sé que cree ganar con esta nota.
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