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Pasadizos reales, otros ocultos y variadas leyendas urbanas

Written By Charles Francis on 11 noviembre 2012 | 12:44

Desde el área de Preservación y Rehabilitación del Patrimonio, el arquitecto y conservador de museos Gustavo Fernetti optó por describir tres categorías posibles para analizar el mundo subterráneo: túneles visibles, no visibles pero comprobables y no visibles ni comprobables, estos últimos imperio absoluto de la leyenda urbana.

En el primer grupo clasificarían el túnel Arturo Illia, que une Sarmiento y España y que nació como construcción ferroviaria en 1890; la galería por la cual el ferrocarril del Oeste Santafesino bajaba la mercadería por donde hoy está el relieve del Sembrador, en la barranca del Parque Urquiza; y una especie de puente que se rehabilitó como pasaje vehicular para acceder desde la costanera al Museo de Arte
Contemporáneo (Macro) y que en su origen funcionaba como desagüe.

Entre los pasajes subterrá-neos no visibles pero comprobables, Fernetti ubica al ya famoso túnel entre la bajada Sargento Cabral y avenida Belgrano que fue depósito comercial de la antigua casa Pinasco. A la lista se añaden los túneles hallados en la Escuela de Música de la Universidad Nacional de Rosario, en el llamado Palacio Canals, posterior Asistencia Pública de calle Rioja; y en el Hospital Italiano por debajo de la calle Entre Ríos. Además del túnel ya tapiado que unía el Hospital Centenario con el psiquiátrico Agudo Avila y hasta un ignoto pasadizo que desde el Palacio Fuentes se bifurcaba en tres direcciones hacia el río- Además,
una lúgubre galería en un antiguo palacio morisco lindero al apeadero de trenes conocido como estación Hume.

En esta división también entran los ductos que en la vieja refinería que funcionó en 1890 El director del Monumento a la Bandera, Miguel Carrillo Bascary, señala los túneles que corren por debajo de sus escalinatas. comunicaban a la chimenea con las fábricas. En el lugar hoy se levanta la urbanización Puerto Norte y un arquitecto de estas obras comentó un llamativo túnel pequeño, cavado en la tierra con salida hacia la barranca, y en el que encontraron clavos de los que se supone podían pender faroles.

Imaginario. En el último de los grupos, los túneles que crecieron bajo el pliegue de la fantasía, se anota una conexión entre los viejos tribunales, ex oficinas de Canals, con la ex Jefatura sobre calle Santa Fe; además de un misterioso pasaje en lo que fue la mansión donde hoy funciona Villa Hortensia, en Warnes 1917, propiedad sucesiva de las familias Puccio, Echersortu y Rouillón, con dos ductos uno hasta la iglesia y otro hasta el hospital de esa zona.

También en el rubro de lo fantaseado se ubican la leyenda sobre el pasadizo de Suipacha al 100 con  conexión a la estación de trenes y hasta el subsuelo del emblemático edificio de la ochava sureste de Sarmiento y Córdoba. Eso sin contar las decenas de galerías que habría bajo el microcentro para refugio de templarios perseguidos desde Europa.

De prostitutas y enfermos mentales
Oscuros, húmedos y ocultos. Los túneles dieron un marco siniestro capaz de contener  cientos de anécdotas que entre otros recogió Vladimir Mikielevic en su libro “Memorias de Rosario”. El pasadizo que unía el  hospital Centenario con el psiquiátrico Agudo Avila existió durante mucho tiempo. Las referencias a su utilidad son tan variadas que van desde lo funcional al absurdo. Dicen que servía para trasladar comida, camillas o enfermas mentales que en aquella época se movían exclusivamente intramuros. Pero también apuntan datos más suspicaces: entre las sórdidas paredes médicos y monjas tenían encuentros furtivos.

No menos truculenta es la historia que se cuenta sobre el prostíbulo El Gato Negro, de Suipacha al 100, donde una de las trabajadoras, de poca belleza pero gran ingenio, solía interesar a sus clientes diciendo que en su habitación había una puerta que conducía a un túnel secreto. Como en las Mil y Una noche, la mujer ganaba tiempo, pesitos y no concretaba la cita después de dejar perplejos a sus clientes frente a una entrada misteriosa que jamás nadie cruzó.

Menos dramático pero igual de insólita es la anécdota de un vagabundo que vivía en lo que hoy es el túnel Arturo Illia. El hombre no encontró mejor idea que dar como dirección la calle Sarmiento a la altura del 210 cuando la policía le requirió lugar de residencia. El sitio era la entrada de un túnel donde, cuidando las formas, había colocado un cartel con el número escrito en lápiz.

El viejo sótano de la conexión desconocida 
Dicen que en el sótando de la casa de Gorriti 209 funcionaba un despacho de bebidas con juego clandestino. Cuando llegaba la policía, los timberos escapaban al río por un túnel. Más allá de la veracidad, hoy en la pared hay una puerta tapiada..
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