Los últimos años no fueron precisamente los mejores en la carrera de Fito Páez. Hubo un poco de todo, con saldo siempre negativo: declaraciones políticas desafortunadas, polémicas por cifras abultadas pagadas por el Estado, películas caprichosas...
Los últimos años no fueron precisamente los mejores en la carrera de Fito Páez. Hubo un poco de todo, con saldo siempre negativo: declaraciones políticas desafortunadas, polémicas por cifras abultadas pagadas por el Estado, películas caprichosas y, el gran pecado original, un puñado de discos francamente olvidables.
Con este panorama, la idea (si es que puede llamarse "idea") de festejar los 20 años del disco "El amor después del amor" resulta absolutamente oportuna y necesaria. Es cierto que el rock parece haberse transformado en un gigantesco pelotero en donde las bandas y los solistas están festejando aniversarios todos los días. Pero en este caso se justifica. Todo ese gris del presente justifica salir a buscar un poco de luz. Volver a "El amor..." significa reconectar con las mejores canciones, con la inspiración, con la vitalidad, con la esencia de la música. Y el Páez actual necesita de eso como si se tratara de una transfusión de sangre de cualquier tipo y factor.
El teatro El Círculo estaba a pleno el jueves. Los fans de Fito no iban a perderse lo que se venía: la interpretación de "El amor..." completo, tema por tema, y en el mismo orden en que figuran en el álbum. No podía fallar y no falló. Las dos décadas que pasaron engrandecieron al disco. Esas canciones que todavía te movilizan hasta cuando las escuchás en un taxi estaban ahí, en vivo, tocadas por una banda sin fisuras, en un teatro majestuoso, y con un Páez que desbordaba entusiasmo.
El arranque con "El amor después del amor" iba a marcar el clima del show: la gente de pie hasta el final (la mayoría ignoró las butacas), los temas coreados a full por los fans (incluso los más oscuros) y la obsesión por grabar con los celulares. La voz de Fito sonaba clara (más allá de las desafinadas) y en los coros se lució la colombiana Adriana Ferrer Baños, aunque por momentos se extrañó el vozarrón de Claudia Puyó.
El proyecto de reproducir el disco en vivo se tomó al pie de la letra: las versiones sonaron igual que los originales, y algunos de los muchos invitados que tuvo el álbum aparecieron con su voz desde las pantallas de video. Celeste Carballo y Fabiana Cantilo se pudieron ver y escuchar en "Dos días en la vida". Y lo mismo pasó con Charly García y Andrés Calamaro en "La rueda mágica". Lamentablemente, el efecto no fue el mismo en la impagable "Pétalo de sal": apareció la voz del Flaco Spinetta, sí, pero Fito renegó del espíritu intimista de la canción y prefirió una versión "tribunera", con el teatro entero cantando... Los aires melancólicos se desvanecieron en el acto.
El show fue mutando según los climas del disco: filoso y furioso por momentos ("Tráfico por Katmandú", "Sasha, Sissí y el círculo de baba", "Tumbas de la gloria") y melódico y emotivo en otros ("La Verónica", "Creo", "Brillante sobre el mic", "Detrás del muro de los lamentos"). Habría que hacer una mención aparte para la versión de "Un vestido y un amor" ("Cuando ella me echó me senté en un pianito y escribí esta canción", contó Páez) y para el final a pura alegría con "A rodar mi vida", cuando el piso del teatro crujía de contento.
El recital podría haber terminado ahí, y todo hubiese sido perfecto, pero ya sabemos que Fito es generoso con la extensión de los shows, y entonces volvió con una segunda parte. Los fans, agradecidos. El resultado artístico, desparejo. Después de interpretar el disco más vendido de la historia del rock argentino, y una verdadera joya en su carrera, Páez arremetió con un combo de hits y temas más recientes que inevitablemente iban a sonar a poca cosa. La distancia compositiva que hay entre "Brillante sobre el mic" o "Tumbas de la gloria" y "Dar es dar" o "Circo beat" es abismal. Y no hay versión ni entusiasmo que pueda disimular esa brecha.
Más allá de las diferencias, en esta segunda parte hubo altos y bajos. Se sabe que Fito siempre puede conmover cuando se sienta solo al piano y canta "Cable a tierra", por ejemplo. También estuvo afilada la versión de "Al lado del camino" (que a esta altura ya parece un tema gigante) y las guitarras violentas (y un poco forzadas) de "Ciudad de pobres corazones", una canción tan enorme que resiste cualquier lectura. Por el resto... sólo quedan preguntas: ¿Por qué tocar por enésima vez "11 y 6"? ¿Por qué insistir en rematar con la rosarinidad al palo de "Mariposa technicolor"? Nadie responderá mientras tanto. Por suerte, hacia el final, Coki Debernardi subió al escenario y puso una cuota de rock genuino realmente necesaria.
Después de dos horas y media de show, es imposible abstraerse de un sentimiento de nostalgia. Las sensaciones son ambivalentes. Pero si te vas pensando que "nada te importa en la ciudad si nadie espera" entonces está más que bien. Al menos por una noche la luz del pasado volvió al presente. Ojalá que el efecto dure.
Mañana, el tercer y último recital
El festejo por los 20 años de “El amor después del amor” rindió sus frutos. Fito Páez ya realizó dos shows en El Círculo con esta propuesta y mañana se volverá a presentar en esa sala a las 21.30. La banda está formada por Juan Pablo Absatz y Daniel Espeche (guitarras), Mariano Otero (bajo), Diego Olivero (teclados), Gastón Baremberg (batería) y Adriana Ferrer Baños (coros). Como invitados se lucen dos rosarinos: Vandera y Coki Debernardi, que se dan el gusto de tocar temas propios.
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