Estuvo apenas unos meses, en 1898, y poco más de un año, entre 1901 y 1902. En ese escaso tiempo libró combates a través de la prensa, tuvo un rol protagónico en conflictos obreros, produjo los primeros textos de su genial obra como dramaturgo y conoció la ciudad como pocos de sus contemporáneos.
El paso de Florencio Sánchez fue inolvidable para Rosario, y el centenario de su muerte lo trae nuevamente a la memoria.
El paso de Florencio Sánchez fue inolvidable para Rosario, y el centenario de su muerte lo trae nuevamente a la memoria.
Sánchez llegó a Rosario en septiembre de 1898, contratado como secretario de redacción de La República, un diario que comenzó a publicarse ese mes como vocero de la Unión Cívica Radical, bajo la dirección de Lisandro de la Torre.
Había nacido en Montevideo en 1875 y tenía ya cierta experiencia como periodista. Pero el prestigio no se correspondía con su situación económica: desembarcó en el puerto sin equipaje, apenas con lo puesto.
Había nacido en Montevideo en 1875 y tenía ya cierta experiencia como periodista. Pero el prestigio no se correspondía con su situación económica: desembarcó en el puerto sin equipaje, apenas con lo puesto.
Rosario tenía 112 mil habitantes, pero según el escritor Mateo Booz en esa época la presencia de un forastero llamaba la atención. Ese fue el caso de Sánchez, "un transeúnte desgarbado, de espaldas estrechas y agobiadas, de tez terrosa y mandíbulas caídas", que vestía "pavita y sobretodo con vueltas de terciopelo", de acuerdo a la primera impresión de Booz.
Por entonces, en el Nuevo Politeama se presentaba la troupe del clown Frank Brown y en Santa Fe y Entre Ríos levantaba su carpa el circo de Pablo Raffetto, que ofrecía espectáculos acrobáticos y los dramas criollos de Eduardo Gutiérrez, previa autorización de los funcionarios municipales, ya que en Rosario estaban prohibidas las obras que ofendieran a las autoridades. La actividad literaria era insignificante: Sánchez iba a las tertulias que organizaban los hermanos Joaquín y Fermín Lejarza, en su casa de Córdoba entre San Martín y Maipú, "una especie de club literario al que acudían todos los escritores que llegaban a Rosario", según el historiador Juan Álvarez.
La República salía con ocho páginas en formato 59 x 41 cm. Pero esa primera etapa tuvo un final abrupto. Según Roberto Giusti, "cierto día, a raíz de un desorden en que tuvo parte, Sánchez se alejó súbitamente de Rosario, dejándole al director De la Torre una carta de despedida noble y punzante, sincera confesión de la impericia de su voluntad para corregirse". Lisandro de la Torre no le guardó rencor: Sánchez, dijo, "era un bohemio incapaz de someterse a cualquier disciplina de trabajo, pero que desarmaba siempre la severidad del director con un suelto feliz".
A mediados de 1901 Sánchez volvió a Rosario, para trabajar de nuevo en La República. El diario, con imprenta en Maipú 835, pertenecía entonces a Emilio Schiffner, un empresario alemán con ambiciones políticas (era vicepresidente del Concejo Deliberante) y a la vez, culturales (impulsó la construcción del actual Teatro El Círculo).
Se acercaban elecciones. Sánchez contribuyó a la campaña opositora con una columna que se llamaba "Desenvainen y metan. ¡Viva Freyre!", una burla a la voz con que el jefe político Octavio Grandoli ordenaba dispersar las movilizaciones. Booz recuerda que frente a La República —donde Sánchez lo hizo ingresar después de leer un cuento publicado en Caras y Caretas— se reunían grupos que respondían al oficialismo y amenazaban con empastelar a los periodistas.
El clima de violencia quedó patentizado en una cena que terminó muy mal. Schiffner estaba en un restaurante con Sánchez, el poeta Alberto Ghiraldo y el dramaturgo Enrique García Velloso, cuando se presentó un sicario que tenía el encargo de asesinar al dueño de La República. Pero Schiffner se adelantó y lo asesinó a balazos Sánchez quedó al frente de la redacción, y el diario acusó su impronta. "La República fue tomando un subido tinte rojo", dijo Roberto Giusti. Es que por entonces asistía a las reuniones anarquistas en la Casa del Pueblo (Santa Fe entre San Martín y Maipú). El movimiento obrero rosarino vivía un momento especial, el de la creación de sociedades gremiales.
Al mismo tiempo recorría los cafés del antiguo Mercado Central (San Martín entre San Luis y San Juan) y, cuando cerraba la edición del día, iba al Café El Numantino, propiedad de Ramón Fontenla, en la esquina de Córdoba y Laprida. Según Julio Imbert, uno de sus biógrafos, Sánchez conoció entonces a un adolescente al que llamaban Pulga, que voceaba la prensa en Sarmiento y San Lorenzo, esquina estratégica ya que allí estaban la Bolsa de Comercio y el Café Puerto. Pulga habría sido la inspiración de su obra Canillita; en cambio, Booz dice que el modelo fue otro vendedor, con el que el dramaturgo se ponía a conversar cuando iba a esperar la salida de los diarios a la imprenta, a la madrugada, después de la velada en El Numantino.
Arde Refinería
En octubre de 1901 los obreros de la Refinería Argentina de Azúcar presentaron un pliego de condiciones donde pedían aumento de sueldos, reducción de la jornada laboral y mejores condiciones de salubridad. Las demandas fueron rechazadas por la empresa de Ernesto Tornquist y los trabajadores —"como 800", según el diario El Municipio— fueron a la huelga.
El episodio, dice la historiadora Agustina Prieto, inició "la época de las grandes huelgas" en Rosario. Los obreros formaron un comité y Florencio Sánchez hizo de secretario. El 20 de octubre un grupo policial dirigido por Octavio Grandoli detuvo a Rómulo Ovidi, anarquista; una multitud intentó evitar el procedimiento, por lo que la policía abrió fuego. Un trabajador, Cosme Budislavich, austríaco de 34 años, cayó muerto de un tiro en la nuca, en la calle Iriondo, junto a un galpón llamado El Atrevido. Fue la primera víctima obrera de la violencia policial en la Argentina.
El administrador de la Refinería, M. Hagemann, envió una carta a La Capital para "rectificar los datos publicados por La República". Hagemann dijo que "los obreros abandonaron su trabajo repentinamente, sin previo aviso, dejándonos con las calderas encendidas y los aparatos llenos de azúcares en movimiento". Aclaró que se había negado a escuchar a los delegados, por ser anarquistas, y se mostró escandalizado por los reclamos: "Pedían nada menos que la reducción del trabajo a 8 horas y a la vez un fuerte aumento de sueldo".
Como prueba de "la participación del elemento anarquista", Hagemann adjuntó a su carta y pidió la publicación de la proclama de los obreros. La posteridad le debe conocer el texto que había escrito Florencio Sánchez, dirigido "a los huelguistas, obreros y obreras de la Refinería" y en el que anunciaba que "la época de los carneros que se dejaban esquilmar ha desaparecido". Sánchez se dirigía tanto a los obreros —"cuando crean aplastarnos por el hambre, acordémonos de que el pan y la libertad no se piden: se toman"— como a los policías encargados de la represión —"acordaos de que sois hijos del pueblo".
La proclama, redactada con encendida retórica libertaria, iba de mano en mano. "Esta hoja —dijo Hagemann— produjo su efecto hasta sobre las mujeres que ocupamos para acondicionar el azúcar en pancitos, quienes desfilaron esa noche (el 20de octubre) en frente de nuestro establecimiento gritando «Viva la anarquía»".
En esos días llegaron a Rosario los dirigentes socialistas Juan B. Justo y Enrique Dickman, para seguir de cerca el conflicto. Sánchez les hizo de guía: "Nos llevó al puerto, a la Refinería, a las barriadas obreras más pobres. Tuvimos en él a un cicerone maravilloso. Nos explicó todos los aspectos de la vida de la clase obrera rosarina y nos habló de sus proyectos literarios", dijo luego Dickman. El 24 de octubre la Plaza López fue escenario de un gran meeting, como se decía, en repudio al crimen de Budislavich, que reunió a siete mil personas. Hablaron, entre otros, Adrián Patroni y Virginia Bolten, y entre los convocantes hubo sociedades de nombres hoy curiosos: el grupo Las Proletarias, Estibadores revolucionarios. La venganza será terrible, La voz de la mujer y Náufragos de la vida.
El escándalo
A principios de 1902 llegó a la ciudad Luigi Barzini, un periodista del Corriere della Sera que se habia hecho antipático entre la clase dirigente por las notas que enviaba a su país, donde cuestionaba la situación de los inmigrantes italianos en Argentina. Sánchez hizo otra vez de guía y se paseó con él durante el carnaval. Fue un gesto de desafío a la burguesía local, del que pronto daría una muestra más elaborada.
En junio de 1902 los redactores de La República se declararon en huelga. Sánchez era el jefe de redacción, pero se plegó a la protesta y fue despedido. Mientras tanto, en las cartas a Catalina Raventos, su novia, decía que había sentado cabeza: "Los que me han conocido bohemio incorregible se han quedado con la boca abierta ante mi constancia y mi tesón". Hacía planes para casarse e instalarse con su prometida en una casa que había visto por el Bulevar Santafesino.
Pasó entonces al diario La Época. "Disponíamos de palcos de favor en los tres teatros de la ciudad: el Olimpo, el Politeama y la Comedia. Y todas las noches me iba allí con Sánchez", dijo Mateo Booz.
Fue entonces cuando Sánchez escribió La gente honesta, "sainete de costumbres rosarinas" en un acto y tres cuadros. Uno de los personajes, el Gringo Chifle, caricaturizaba a Schiffner; pero lo más irritante debió haber sido que el texto hacía alusiones burlonas al Parque Independencia —inaugurado en enero de ese año— y a la doble moral de la pequeña burguesía rosarina.
La compañía de zarzuelas de Enrique Gil y Félix Mesa aceptó representar La gente honesta en El Nuevo Politeama el 26 de junio de 1902. Como el argumento trascendió a través de la prensa, ese día se reunió gran cantidad de público para la función. Pero a último momento, por sugerencia de Schiffner, el intendente municipal prohibió la representación so pretexto de un nuevo reglamento para teatros y la policía impidió el acceso a la sala. Sánchez fue demorado y golpeado por la policía.
A partir de entonces, recordó Booz, "se nos perdía de vista días enteros, para resurgir en un lastimoso estado de indigencia". Sin embargo, seguía escribiendo y en septiembre le entregó a Santiago Devic, al que había conocido en la Casa del Pueblo, el manuscrito de Canillita. "Las escenas son reales, muchas de ellas ocurridas en presencia del mismo Florencio cuando entraba en los conventillos a charlar con sus moradores sobre la miseria y la necesidad de agremiarse", según Giusti.
El texto reformulaba una obra previa, Ladrones, y el 1º de octubre de 1902 la compañía de Enrique Lloret y María Iñiguez lo representó en el Teatro La Comedia. Canillita tuvo doce funciones a sala llena, y tras el suceso Sánchez pasó unos días en Colonia Aldao y en la estancia de Alejandro Maíz, de donde regresó con los personajes para una nueva obra, La Gringa.
Pero volvió a irse a Buenos Aires. En Italia, donde murió el 7 de noviembre de 1910, se reencontró con amigos rosarinos, como Pompeo Saibene y Santiago Devic, quien lo asistió en sus últimos momentos, quizá como un reconocimiento que excedía la amistad personal e involucraba a la ciudad en que había vivido algunos de los momentos más intensos de su vida.
Fuente: http://lasvueltasdelcamino.blogspot.com.ar/2011/01/florencio-sanchez-en-las-calles-de.html
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