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Las Flores

Written By Charles Francis on 10 julio 2011 | 21:58


Radiografía de un barrio donde la violencia cambió de nombres propios

Desde hace un tiempo en las calles de Las Flores no se habla de otra cosa que de Los Chumpitas. Es una gavilla de pibes sin códigos a la que se le atribuyen la mayoría de los últimos hechos delictivos.

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Clavel al 7100, corazón del barrio Las Flores. Allí, a tan sólo tres caudras de la subcomisaría 19ª, en enero mataron a tiros a Jonathan Fernández. El ataque fue atribuído a Los Chumpitas.
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Por Leo Graciarena / La Capital
"Desde que Jonita está preso el barrio está más tranquilo. Pero ya va a salir y todo va a volver a ser como antes. Siempre fue así. ¿Por qué va a cambiar ahora?". La reflexión la hizo un pibe de Las Flores, el estigmatizado barrio del extremo sur de Rosario que volvió a las tapas de los diarios a partir de una serie de hechos violentos a los que se ligó a la banda Los Chumpitas, un nuevo nombre propio en la geografía delictiva de la ciudad. "Ellos se creen que son los dueños del barrio y quieren que todos les hagamos caso. Por ahí pasan con una moto y te disparan. Así nomás, por divertimento. O te pegan un tiro para robarte. Son muy rastreros", explicó una adolescente, pintando la falta de códigos de los miembros de la gavilla.
Jonathan A., tal el nombre de Jonita, es uno de ocho hermanos apuntados por los vecinos de barrio Las Flores, al sur de la avenida Circunvalación, de integrar una pandilla delictiva que se conoce con los nombres de Los Chumpitas, Chumbitas o Cambiches. El pibe tiene 17 años, vive en España al 6900 y acumula causas abiertas en los cuatro juzgados de Menores de Rosario.
Hecho tras hecho. El martes 28 de junio por la tarde Claudio Andrés Zanabria, de 29 años, fue asesinado de varios balazos en Pasaje 512 al 6300, en barrio La Granada. Unas horas más tarde, Jonita recibió un disparo en el cuello que lo dejó internado en el Hospital de Emegrencias por un par de días. Cuando estaba a punto de recibir el alta médica, agentes de la subcomisaría 19ª lo pusieron preso acusado de haber baleado la casa de Zanabria horas antes del crimen del hombre. Además, se lo acusó por una tentativa de homicidio ocurrida el 16 de junio en Clavel al 7000 y por el robo calificado de una moto cometido el 14 de junio. Jonita quedó a disposición de los juzgados a cargo de María del Carmen Musa y María Aguirre Guarrochena.
Poco después de las 19 del sábado 2 de julio, Esteban R., de 25 años, entró empuñando un arma a la parroquia Nuestra Señora de Itatí, en Flor de Nácar y Heliotropo. Detrás de él ingresaron un par de policías. En ese momento el sacerdote Néstor Negri daba misa a un puñado de fieles, y todos quedaron impávidos. Según la versión oficial, el muchacho se escondió en la sacristía y le apuntó a los dos agentes del Comando Radioeléctrico que lo perseguían. Entonces, el muchacho recibió un disparo que lo dejó herido y obligó a que lo llevaran al Hospital de Emergencias.
Necesidades y armas. El lunes pasado, el párroco Negri hizo ante varios medios una síntesis de la vida actual en el barrio Las Flores. "Estamos en un momento complicado en un barrio donde hay gente muy valiosa y dificultades muy serias. Pero lo que vemos de un tiempo a esta parte es que se producen mayor cantidad de tiroteos, también por la cantidad de armas que hay circulando, lo que es un signo preocupante del rumbo que toma la sociedad".
"Acá se proyectan los problemas que originan la desigualdad y la marginación. Hay toda una generación que creció sin trabajo, sin perspectiva de futuro, con mucha facilidad para llegar a las armas y también para llegar a la droga. Todo eso va volviendo las cosas difíciles. En ese sentido, lo ocurrido el sábado dentro de la parroquia es un hecho más dentro de un contexto que lleva a entenderlo", indicó el sacerdote. Y dijo que, aunque la presencia del Estado es sistemática, "los problemas crecen a un ritmo más rápido que la ayuda que llega. Por ejemplo: abrimos un taller para dar oportunidad de trabajo a los chicos. La capacitación es para diez, perseveran cinco, dos enganchan un microemprendimiento que se funde a los tres meses. Y en el barrio tenemos unos 200 adolescentes con problemas de inserción laboral".
La tapa del diario. En ese contexto, La Capital llegó al barrio gestionado en 1967 bajo la intendencia de facto de Luis Beltramo (agosto 1966/abril 1971) para charlar con una docena de pibes sub 23 que viven día a día en las calles de Las Flores y que, por obvias razones, pidieron el anonimato. Con sólo utilizar un buscador de Internet, se comprueba que los medios de comunicación llegan a ese sector carenciado de la ciudad sólo bajo dos circunstancias: un hecho policial, casi siempre grave; o un reclamo social, por lo general en forma de piquete sobre las avenidas rápidas que rodean la barriada. Entonces los chicos ven llegar a un periodista que hace tres preguntas coyunturales y se va en su móvil veloz. "La semana pasada, con lo del Jonita, el barrio salio cuatro veces en el diario y yo lo compre todos los días", comentaba uno de los chicos.
"¿Quién les cuenta a ustedes lo que pasa en el barrio? Porque a veces cuentan cualquiera. Ustedes escuchan mucho a la policía y ellos no siempre dicen la verdad", increpó otro adolescente al periodista. Y su reclamo sólo cesa cuando se le cuenta que el sábado 2 de julio un colega fue echado del barrio cuando intentaba recabar información sobre el pibe herido en la parroquia.
Pero de lo que más hablan los pibes es de Los Chumpitas, como llaman a la banda que integra Jonita. Hacen reflexiones con desprecio y sin respeto. Y al mencionarlos, hablan de "ellos". Relatan hechos que tienen que ver con historias de ladrones sin códigos, de rastreros, de cobradores de peaje a vecinos y distribuidores de mercadería, de pendencieros, bravucones y por si algo les faltara mejicaneadores de quioscos de droga. "Cuando uno está en la esquina hay que mirar bien quién viene caminando. Porque a ellos los sacás por cómo caminan. O se aparecen en una moto a toda velocidad y tenés que estar atento porque sacan una pistola y te tiran. Así nomás. Después desaparecen, como si fueran fantasmas”, comentó otro de los muchachos. “Ellos roban en el barrio”, agregó otro. “Quieren ser los dueños del barrio. Ellos no quieren otra junta (por los grupos de pibes que están en las esquinas), porque pasan y te tiran. No tienen problemas para disparar”, apuntó otro de los adolescentes.
   Los muchachos que dialogaron con el cronista reconocen que tener problemas con Los Chumpitas es sencillo porque se originan en cuestiones tan banales como una mala mirada o ser allegados a personas que fueron robadas por la gavilla o, lo que es peor, haberlos enfrentado. ¿Cuántos son Los Chumpitas?, preguntó La Capital. “Serán 12 o 15, no más”, respondió uno de los jovencitos.
En el medio, la gente. Desde su origen Las Flores estuvo ligada a barrio Tablada. Es que muchos de los habitantes del barrio cuyas calles tienen nombres de flores llegaron desde allá. Algunos de esos vecinos trabajaban en el puerto y estaban acostumbrados a negociar o transar servicios o bienes con marineros extranjeros. Pero eran otros tiempos. El paso de los años y las sucesivas debacles económicas sufridas por el país llevó a un pequeño número de vecinos a ingresar al mundo del delito. Después se sumó la criminalización de la pobreza y lo inexpugnable de su geografía —sólo dos vías de ingreso/egreso y la línea 140 que llega hasta sus entrañas— completó el resto.
   Para muchos rosarinos Las Flores es sinónimo de delincuencia. Una especie de Bronx o Fuerte Apache rosarino. Piden para el barrio mano dura. Caminando por sus calles lo que sobra es pobreza y privaciones. Existe un canon de violencia normalizado y se hace complejo ver un futuro mejor para el vecindario. En el medio hay una amplia mayoría de vecinos que todos los días agarran su bicicleta, su moto o se trepan al 140 para ir a trabajar o a estudiar. A peleársela al futuro. Cuando le tocó contar su verdad, el sacerdote Negri fue claro al describir el barrio que, según sus palabras, duplicó su población en los últimos 18 años: “La primera violencia es la pobreza y la marginación. Es muy violento mostrarle a un chico que va creciendo lo que no puede tener. Lo violento es decirle: «mirá que lindo que es, pero no te lo doy, no te lo puedo dar»”, dijo el párroco de Las Flores.
 
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