Hallazgo. "Hay crímenes por celos, por codicia y por locura. También hay otros inexplicables", dice Sinay.
Los hechos aparecieron en las secciones de policiales de los medios. Fueron noticia un día, en todo caso una semana, y luego se perdieron entre tantos otros crímenes que cada día ocupan la atención del periodismo. Pero Javier Sinay pensó que no eran una noticia más y que detrás de los nombres, los lugares y las fechas, más allá de la información inmediata, había historias para contar, y para investigar, no sólo las vidas y las tragedias de víctimas y victimarios, sino también a la propia sociedad que produce esa violencia. Así nació Sangre joven. Matar y morir antes de la adultez, un libro publicado el año pasado en la colección de crónicas de Tusquets y que hace dos meses obtuvo el premio Rodolfo Walsh a la mejor obra de no ficción en la Semana Negra de Gijón, España.
Nacido en Buenos Aires en 1980, Sinay relata seis historias protagonizadas por jóvenes. "Los crímenes se dan en contextos diferentes, en todos los niveles sociales: aquí el homicidio no es propiedad exclusiva de una clase, sino más bien una cuestión generacional", dice. El próximo miércoles, a las 19, presentará Sangre joven en el Centro Cultural Ross (Córdoba 1347).
—Los relatos estereotipados del crimen asocian a los jóvenes con la violencia irracional, las drogas y la impunidad. ¿Cuál es tu visión al respecto y cómo se ubica el libro en ese marco?
—Mi idea era ayudar, de alguna manera, a romper estereotipos en cuanto a la imagen de los jóvenes. Estamos inmersos en un largo debate en relación a la edad de imputabilidad y los modelos prediseñados abundan. Y eso es lógico si la mirada es macro, como lo es en este debate. En cambio, en Sangre joven hay una mirada micro sobre seis historias, que son seis crímenes donde los protagonistas tienen entre 15 y 25 años. En cada una de estas historias hay una o varias víctimas y uno o varios victimarios, y sobre ellos es donde ponemos la mirada micro. La idea es meterse de lleno en cada uno de los mundos retratados y vivirlos a través de una narración que se basa en una investigación rigurosa, para que no haya lugar para los estereotipos. Al contrario, que haya un intento por destruirlos.
—¿Cuáles son los rasgos particulares de estos jóvenes, en qué se diferencian sus crímenes de los crímenes cometidos por sus mayores?
—Creo que se diferencian en las circunstancias, aunque no en sus motivos. En Sangre joven hay crímenes por celos, por codicia y por locura. Y también hay crímenes inexplicables. Muchos son el resultado equivocado de historias ordinarias (amores adolescentes, peleas de colegio, pequeñas relaciones comerciales entre amigos), que desembocan en un final extraordinario: el homicidio. Los crímenes que se desatan por amor, desamor u odio no han cambiado mucho desde que esos sentimientos existen. Sin embargo, acá hay nuevos escenarios (la discoteca, la bailanta, el colegio) y tal vez haya una falta de cuidado por el valor de la vida, como si hubiera que matar a alguien para comprender que de la muerte no se vuelve.
—Al comenzar el libro, ¿tenías alguna idea en particular sobre las historias y los temas que ibas a tratar?
—Sólo tenía en cuenta una consigna con respecto a la edad: los protagonistas de las historias que me interesaba investigar debían tener entre 15 y 25 años, y sus crímenes debían haber ocurrido luego del año 2001. Yo había trabajado mucho con ese rango de edad durante mis años en el Suplemento Sí! del diario Clarín y en la revista Rolling Stone, donde todavía colaboro, y cuando un par de años más tarde me metí con los policiales traía todavía el interés por el mundo juvenil. Antes de arrancar con el libro tenía en mente dos historias: la de la masacre de Carmen de Patagones y la del crimen de la discoteca El Teatro, en el que un chico apuñaló a otro porque venía coqueteando con su novia, en 2003. La primera de esas historias había tenido mucha repercusión en todo el país. Y la segunda era una deuda pendiente mía: cuando ocurrió el homicidio, el editor de Rolling Stone me encargó que hiciera una nota, pero no la pude hacer porque algunos de los implicados eran menores de edad y el acceso a la investigación era muy dificultoso. No hice la nota en ese momento, pero la historia quedó en mi cabeza y la pude abordar con Sangre joven, cuatro años más tarde.
—¿Cómo elegiste las historias?
—No tuve tanta libertad para elegir las historias porque había escasez (aunque suene raro). Mi consigna era: homicidios cometidos por jóvenes y en perjuicio de jóvenes de entre 15 y 25 años, desde el año 2001 hacia delante. Y si bien hay muchos casos en los que los jóvenes son víctimas y hay muchos otros en los que son victimarios, la verdad es que no hay tantos en los que ocupen los dos extremos de la tragedia. Me ocupé de seis casos y dejé afuera otro tanto, en los que mi investigación no lograba llegar al núcleo. Cuando sólo conseguía que un abogado me diera una entrevista, no me servía. Cuando conseguía algún documento, pero no tenía ningún testimonio, tampoco me servía. Lamenté abortar algunas historias, pero no era justo contarlas sin tener todas las cartas.
—Al recibir el premio Rodolfo Walsh dijiste que "la industria del libro es cruel y las novedades pasan rápido al olvido". ¿Cómo funcionó el premio para el libro?
—Le dio un nuevo empuje. Para mí fue muy importante haber ganado ese premio: siendo un autor "primerizo" no sabía qué esperar del libro. Y volver de España con un reconocimiento que viene dado por colegas -porque el certamen de la Semana Negra de Gijón está organizado por Paco Ignacio Taibo II y sus amigos escritores, pero no por la industria- me dio la pauta de estar en el camino correcto. Investigar es difícil, escribir lleva tiempo, publicar es agotador. Pero si uno confía que está haciendo lo correcto, tarde o temprano los otros se lo confirmarán. Mientras tanto, quedo con esperanzas de ver una edición española de Sangre joven.
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Carlos