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“Pedí que trataran de pararlo porque iba a pasar algo malo”

Written By Charles Francis on 02 agosto 2010 | 17:34

La noche anterior al crimen, Sandro Roberto González, su mujer Graciela y sus cuatro hijos sintieron el zumbido de las balas rozando el tinglado de chapa de la casa que habitan donde el bulevar Seguí se pierde al este, en una barriada humilde conocida como Villa del puente, en uno de los extremos del barrio La Tablada.
Su hija mayor, Tamara, de apenas 16 años, había buscado refugio en el hogar tras sufrir un nuevo embate de su novio, Alberto Raúl Rojo, de 24 años. El muchacho solía perder los estribos con facilidad y, si a eso le sumaba la ingesta de psicofármacos, su personalidad salía despedida en cualquier dirección, aunque el blanco preferido era la familia de su novia. Eso ocurrió el miércoles a la tarde cuando Graciela y una sobrina decidieron ir a la seccional 16ª para denunciar el hostigamiento del joven. En el medio, Sandro y Raúl se cruzaron en la calle, a unos 20 metros de Grandoli y Seguí, y todo fue tragedia. González murió baleado por el novio de su hija.

Desde entonces, Rojo de-sapareció del barrio y la policía no puede hallarlo para someterlo a proceso judicial. "Ahora me quedé sola, con cuatro hijos, y lo único que quiero es que lo encuentren. Igual, no sé qué voy a hacer. Por ahora me arreglo con la plata que juntaron mis familiares y amigos en el velorio y con la ayuda que me dio el patrón de Sandro, que era nuestro único sostén", manifestó Graciela ayer, cuando recibió a este diario en su casa.

La pérdida prematura de un ser querido parte al medio a cualquiera. Graciela, además de enfrentar la rutina diaria para salir adelante con sus hijos, no puede resolver un dilema que la supera. Aún no pudo contarle a Leonel, el más pequeño de los chicos, lo que sucedió con el papá. "El viernes festejamos sus 3 años y le quiso guardar un pedazo de torta al padre. El cree que está trabajando. No pude contarle, necesito que un psicólogo me ayude", pidió.

Desde siempre.Junto a Graciela, ayer no sólo estuvo Tamara. También estaban sus otras hijas: Juliana, de 13 años, y Aylén, de 9. Leonel iba y venía, no dejaba de jugar y de vez en cuando pedía ir a los brazos de su mamá. La mujer recordó que los problemas entre Raúl y Tamara comenzaron al poco tiempo de que iniciaran la relación. La chica recién había cumplido 15 años y surgieron los primeros indicios de violencia. "Era un muchacho que aparecía amanecido siempre, empastillado cada dos por tres y así empezaban los problemas", dijo Graciela.

Con su esposo se enteraron por comentarios de vecinos que Raúl solía pegarle a Tamara. "Ella al principio no decía nada, supongo que por miedo", dijo. La adolescente admitió que en muchas ocasiones pensó que la situación podía cambiar, pero la historia volvía a repetirse. Ayer prefirió no hablar.

Dos meses antes del crimen, Graciela y Sandro decidieron mandar a Tamara a Córdoba, a la casa de un familiar, pero al poco tiempo tuvieron que traerla por cuestiones laborales y entonces volvió a verse con Raúl.

Los problemas que Rojo afrontaba por el consumo de drogas hicieron que Graciela se acercara a hablar con la madre del muchacho. "Un viernes le pedí por favor que tratara de pararlo de alguna forma porque iba a suceder algo malo. Ella se mostraba predispuesta y me decía que iba a tratar de hacer algo. Que iba a esperar el lunes hasta que se le pasara el efecto de las pastillas. Pero se ve que no le decía nada o él no le hacía caso", recordó la mujer mientras sostenía una foto de Raúl. La idea es imprimir varias copias de esa foto y salir a la calle para pedir a la policía más celeridad en la búsqueda del presunto homicida.

Fe y sostén. Graciela acude a un templo evangélico de Necochea y Deán Funes conocido en el barrio como "Catedral de Fuego". Allí, cuando describió los difíciles momentos que atravesaba la familia le aconsejaron "orar" por Raúl. "La llevé a la nena y al tiempo ella lo convenció a Raúl para que vaya. Pero fue sólo dos veces. Un día estábamos con Tamara en el templo, llegó él y se la llevó de prepo". Entonces hubo un nuevo reclamo ante la madre de Rojo. "Fuimos a hablar con ella. Estaba Raúl y no podía articular palabra de tan dado vuelta que estaba", rememoró.

Mientras espera que la Justicia y la policía hagan su trabajo, esta mujer de 34 años busca rehacer su vida en un barrio de códigos cerrados y con necesidades básicas insatisfechas. De alguna forma tendrá que cubrir no sólo la parte afectiva sino también la económica. Es que Sandro era el único sostén familiar. Los meses de verano trabajaba en el Parque del Mercado reparando las piletas y limpiando baños. Fuera de eso, gracias al oficio de albañil siempre tenía algún rebusque. El último trabajo que hizo fue en una de las torres que se levantan en Mendoza y Ayacucho.
Por Ariel Etcheverry / La Capital
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