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Mi querido Cine Rex en mi vida familiar

Written By Charles Francis on 05 marzo 2010 | 13:35

por Lic. Hilda J. Capitano
Fue un amigo al que visitábamos una vez a la semana o cada quince días. Mi padre trabajaba en el Ferrocarril “Santa Fe”,
con turnos de mañana, tarde y noche. Sólo disponía de un descanso semanal, que no siempre se concretaba en una visita a este amigo que tenía un gran nombre en el viejo latín, ya que Rex sometido a la erudición que dan los años, lo traduciríamos como Rey.

El día de semana elegido para ir al cine representaba un acontecimiento y lo vivíamos como una aventura. La cena debía servirse más temprano que de costumbre que consistía en papas fritas y huevos fritos caseros, por supuesto, porque siguiendo la tradición, no había casa de vecino que no fuera despertado por el alegre canto de un gallo y el auspicioso cacarear de las gallinas que anunciaban el tan esperado producto.

Terminada la misma, apresuradamente cerraban mis padres la casa y junto con mi hermano Héctor José, caminábamos los cuatro las quince cuadras que nos separaban del cine.

Tomada de las manos de papá y mamá, para así acelerar el paso, y mi hermano tratando de seguir el ritmo de ellos, llegábamos casi sobre la hora de iniciada la sesión Noche.

Se pasaban tres películas, algún noticioso de ‘Sucesos Argentinos’, y salíamos embriagados de tantas imágenes, de tanta música, de tanto leer las películas subtituladas, porque en su mayoría eran de origen estadounidense.

Pero mi más tierno recuerdo se refiere al camino del regreso del cine porque después de las doce de la noche no corría el colectivo del barrio. Tendría yo unos 4 años, y volvíamos caminando desde Avenida Alberdi, por una la única calle pavimentada que entraba al barrio, la calle Juan José Paso. Era una noche de invierno y un frío intenso nos envolvía a los cuatro.

¡Es extraño que sólo una imagen haya perdurado en mi mente infantil, de una noche entre tantas! Como lo hacíamos a la ida, yo iba caminando entre papá y mamá que me llevaban de la mano. Un foco de alumbrado público, solitario en el centro de la esquina, al pasar por debajo de su luz amarillenta, proyectó una sombra en el suelo y era la mía, la que denunciaba que llevaba puesta una capita de grueso paño como abrigo, que me llegaba hasta los pies. Recuerdo vívido, intenso, inolvidable, porque en ese instante, en ese caminar, iba unida a mis padres y a mi hermano y que al paso del tiempo se confirma aquello de ‘éramos felices y no lo sabíamos’.

Corrían los años y ya siendo adolescente, hubo un intento de abrir un Cine en mi barrio, en la pista de baile del muy recordado “Club Sportivo y Deportivo Libertad”, en su nuevo lugar, calle Juan José Paso al 2300. Allí se dio cine en verano, aprovechando el alto muro de una casa vecina, pintado prolijamente con cal blanca. Pero no prosperó porque la tradición era ir a los cines de Arroyito porque se carecía de un salón cerrado adecuado para los meses de frío.

Pero volviendo al evocado Cine Rex, lo recuerdo lleno de adornos de colores, globos y serpentinas que colgaban de su techo, porque en su inmenso salón se festejaba el Carnaval, con los consabidos bailes de Matineé y Noche.

¡Y hablando de Matineé ¿ cómo no hablar de los inolvidables Matineés de los Domingos en el que pasaban unas 6 o 7 películas. Noticieros, cortos del Gordo y el Flaco, dos películas comunes y dos de “episodios”: “La sombra del Águila” donde trabajaba John Wayne cuando era muy jovencito, “El Potro pinto”, “El monstruo y el simio”, y otras que se perdieron en el tiempo. Eran de 12 o de 15 episodios que nos obligaban a ir, por lo menos 6 ó más domingos, SIN FALTAR.

Era la magia de ese cine inocente, donde los personajes eran buenos o malos. Era ese cine que nos imprimía en el alma esa ilusión que dan las imágenes intensas e inolvidables.

Después todo cambió. Un buen día me di cuenta que lo que ocurría en aquella pantalla no tenía nada que ver con mi realidad. Pero si bien yo había madurado algo, también el cine había comenzado a cambiar. No era ya más el cine de estampita... sino un cine de cuestionamiento, de problemáticas sociales, donde los personajes adquirieron perfiles psicológicos. Un cine humanizado. Y fue “Roma, ciudad abierta” el primer cachetazo en aquellas mejillas de adolescente que quería crecer.

Pero hoy, como nostálgicos que somos, hemos querido rescatar aquel viejo cine de ilusión, y es por eso que hemos creado ese mágico espacio que llamamos “CINE PARA RECORDAR”. Y esta patriada evocativa, desde hace once años venimos ofreciendo en el Cine Madre Cabrini, día a día y en dos sesiones, todo aquél viejo cine.

Y para no desmerecer el cine actual, en secciones de la segunda secciones en el ciclo Cine para Volver a ver”, los últimos estremos se lucen en una amplia pantalla, donde se siguen asombrando los chicos estudiantes de la Facultad que por unas monedas acceden al mejor cine, noche a noche.
por Lic. Hilda J. Capitano
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