08-03-210.- “Sólo quiero que lo busquen y que se haga Justicia. Espero que la familia no arregle con la policía y alguien ponga guita para que lo dejen ir”. Sentada en la silla de plástico roja que un vecino le acercó porque parecía que se iba desmayar, Rosa no soltaba la mano de una de sus hijas bajo la sombra mínima que proyecta la fachada de su humilde casa de Flammarión al 4900, el mismo lugar donde el sábado a la noche cayó fulminado de tres disparos Luis Martínez, su compañero de toda la vida, acribillado por un hombre sumamente conocido en la populosa barriada que se levanta al costado de las vías del ex ferrocarril Mitre. A quien la mujer quiere que busquen a un tal Marcelo Pipi Arriola, sindicado por los vecinos como uno de los distribuidores de droga en la zona sur, quien para ejecutar a Martínez llegó montado en una moto de alta cilindrada sin patente que dejó tirada en la calle.
Pero el asesinato de Martínez al parecer no tuvo nada que ver con cuestiones del narcotráfico, sino por problemas de familias. Al menos, eso dijeron ayer a este diario los parientes y varios vecinos que se acercaron a su casa cuando el sol del mediodía caía con fuerza y todos esperaban el traslado del cuerpo para su posterior velatorio. En el interior de la vivienda todo parecía dispuesto para el ritual. El ambiente principal ya había sido despejado de muebles y se habían colocado los soportes para el ataúd, dos candelabros y un crucifijo de metal. Mientras tanto, en la vereda todo era bronca y dolor. Es que la madre y al menos una hermana del supuesto homicida viven a escasos metros del lugar donde se produjo el asesinato y cuando aún no había comenzado el velatorio el ambiente en la cuadra se cortaba con una navaja.
Animos caldeados. Varios habitantes de Flammarión al 4900 y amigos de la familia Martínez tuvieron que intervenir en un par de ocasiones para apaciguar los ánimos. Especialmente, cuando uno de los ocho hijos de la víctima juró venganza. “Tratamos de contenerlos un poco. Lo que pasa es que todos están con bronca porque no puede ser que pasen estas cosas por un gil de mierda. Nos tenemos que bancar que esta gente (por la familia del homicida) ande armada y haciendo sus negocios acá en el barrio”, dijo una mujer.
Rosa y Paula, una de sus hijas, confiaron a La Capital que Luis no tuvo encontronazos previos con Pipi, pero que la situación con los allegados a ese muchacho se había tornado un tanto espesa por la relación sentimental que habían tenido Jesús, otro de los hijos de Martínez, con una hermana menor de Arriola. “Los chicos se habían separado y tienen una hija chiquita. Parece que la nena se enfermó, le salieron parásitos en la panza. Pero ahora se la agarraban con el papá y lo acusaban de maltratarla. Pipi nunca demostró el más mínimo interés por la beba y menos por su hermana y ahora se hace el héroe”, agregó otra mujer mientras trataba de consolar a Rosa.
El crimen se desató alrededor de las 23 del sábado. Martínez había regresado poco antes de trabajar. Se ganaba unos pesos en un lavadero de autos ubicado a unos 200 metros de su casa y también hacía changas. Antes de darse un baño, le propuso a su mujer y a sus hijos ir a comer unos choripanes a la casa de una cuñada. Estaban en esos preparativos cuando apareció Pipi Arriola.
Pelea desigual. Según fuentes policiales, Pipi llegó en una moto Honda de 250 centímetros cúbicos. Arriola bajó del rodado y a los gritos pidió que saliera a la calle Jesús, uno de los hijos de Luis. “Vino a buscar a mi hijo, pero salió mi marido y comenzaron a pelearse. Se fueron a las manos, pero este tipo empezó a gritarle «vigilante de mierda», sacó un revólver y comenzó a los tiros”, recordó Rosa. Martínez recibió tres impactos, uno en un brazo derecho, otro en la pierna izquierda y otro, el letal, en el mentón. Poco se pudo hacer para salvarle la vida. “Primero llegó la policía, pero como la ambulancia no venía les exigimos a los milicos que lo llevaran ellos. Tuvimos que abrir las puertas del patrullero y subirlo nosotros a mi viejo”, rememoró Paula, una de las hijas del hombre asesinado.
Martínez falleció antes de llegar al hospital. “Para mí murió en el acto, en la calle, si llegaba la ambulancia tampoco lo habrían salvado”, consignó Paulina, otra de las hijas de la víctima. Fuentes de la investigación, que está en manos de la seccional 21ª y de la Brigada de Homicidios, indicaron que el autor de los disparos huyó corriendo del lugar, dejando la moto Honda tirada en el piso. El vehículo no tenía patente, pero de acuerdo a los números de chasis y motor no presentaba pedido de captura. Al carecer de matrícula, sólo se podría pedir informes al fabricante para llegar luego a la concesionaria que la vendió y rastrear la identidad, al menos, del primero comprador. “Tiró la moto porque todo el barrio se le fue encima”, dijo enfurecido un vecino.
Por Ariel Etcheverry / La Capital
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