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Peyrano, con el folclore a flor de piel

Written By Charles Francis on 08 junio 2011 | 19:11

Una pequeña localidad que de la nada cultivó un festival que convoca a miles de espectadores El pueblo es una de los más pintorescos de la zona. Conviven la impronta agropecuaria y la cultural .
Peyrano. 
Podría haber sido un pueblo más de la Pampa Húmeda, pero su comunidad decidió, hace 27 años, cimentar un futuro de grandeza que lo distinguiera y se puso a trabajar en un festival folclórico que hoy se ubica entre los más importantes del país. Fundado un 31 de julio de 1891, sus casi tres mil habitantes lo han dotado de una neta impronta agropecuaria, pero también han sabido dar impulso a una actividad cultural que asombra al visitante. 

Peyrano es un pueblo pintoresco por donde se lo mire. Desde el mismo acceso a la ruta 18 —un camino bordeado de árboles en sus casi 3 kilómetros de extensión—, con anchos bulevares tachonados de añejas palmeras y sus plazas y espacios verdes cautiva al primer golpe de vista. Y lo seguirá haciendo, no bien uno transite por la bucólica tranquilidad de sus calles, o se pare en una esquina a conversar con su gente, abierta y sencilla, cálida y amable.

Grata sorpresa. La comuna, primera parada casi obligatoria al llegar a un sitio desconocido, ofrece la primera sorpresa. Es que no es muy común hallar a un presidente comunal, Diego Battilana, de sólo 28 años, flanqueado por un secretario de 31 y un tesorero de 24. 
“Somos un pueblo netamente agropecuario, aunque ahora hemos logrado la instalación de una empresa que efectúa lijado de jeans que ocupa a unas 45 personas, en tanto otras 15 se desempeñan en un taller textil”, se entusiasma Battilana. 
El resto dividirá su actividad en las tareas agrícolas o ganaderas, en la cooperativa agropecuaria y en una empresa privada de acopio de cereales, en la comuna misma o en el incipiente comercio de la localidad. 

La cultura, siempre. Desde siempre, la cultura ocupó un lugar de privilegio en la comunidad, con músicos, compositores, cantores, poetas, escritores o bailarines, muchos de los cuales llegaron a brillar en escenarios de la Argentina y del exterior. 
Mientras tanto, y para mantener viva esa llama cultural, la asociación civil Pago de los Arroyos sigue ofreciendo su escuela de danzas folclóricas, coro para adultos, y el taller de títeres donde hasta se fabrican marionetas y enormes muñecos. 

El tradicional festival, un verdadero orgullo local 
El festival folclórico que se realiza a principios de febrero es el mayor orgullo de la gente del pueblo. Por eso, cada conversación desembocará inevitablemente en ese acontecimiento. 
“Tienen que venir al festival, es maravilloso”, aconseja Fermín. “Todo el año esperamos que llegue febrero para disfrutar de esta linda fiesta”, afirma Carlos, y todos, sin excepción, no disimulan el orgullo de haber podido trascender las fronteras. 

“En 1981 se nos ocurrió la idea de hacer un festival folclórico. Creo que con hacer una fiesta debajo de una lamparita de la plaza nos conformábamos, pero convocamos a una reunión y vinieron más de 100 personas”, recuerda Juan Di Filippo, que aunque no lo reconozca y afirme que fue idea de todos, quienes conocen su trayectoria están seguros que debe haber sido uno de los “padres de la criatura”. 

Inicios. “Con sillas de madera y una sábana como telón nos largamos a hacer dos noches, que por aquel entonces era sólo un certamen para nuevos valores regionales”, añade. Pasaron los años, el trabajo de la comunidad se multiplicó y también las expectativas. La plaza Colón quedó chica cuando llegaron los artistas famosos, y hoy es considerado uno de los festivales más importantes del país. El récord de asistencia a una de sus noches lo marcó Soledad, con unas 14 mil personas. 

El escenario cuenta con luz y sonido. “La inversión debe costar unos $200 mil, y seguimos invirtiendo”, dice el titular de la asociación civil Pago de los Arroyos, organizadora de la fiesta. 

No todo es música y baile en los tres días. La Feria Nacional de Artesanos, con los artistas más reconocidos del país, las visitas guiadas al Museo Comunal en el predio del festival, y un patio de comidas donde se degustan exquisitas especialidades criollas añaden un plus que todos los años es reconocido por miles de asistentes. “Estamos sorprendidos con este festival”, afirmaron a La Capital alguna vez Los Nocheros al bajar del escenario, tras media docena de bises e interminable ovación. 

Integrar a los jóvenes. 
Con una escuela primaria, otra secundaria, dos jardines de infantes, un bachillerato para adultos y con la única escuela especial que existe en la región, la oferta educativa básica se encuentra asegurada. 

Esos mismos jóvenes que durante la semana poblarán los tres cyber que hay en el pueblo, o de viernes a domingo recalarán en un bar con música haciendo la previa de la salida a bailar, con Acebal, Pergamino o Alcorta como los destinos preferidos. Durante el día, el club Rivadavia y el polideportivo comunal marcarán las opciones para la recreación física. 

El hombre de los autos antiguos. En su galpón, ubicado casi detrás de la comuna, Juan Sebastiani despliega un oficio tan particular que le ha hecho ganar una merecida fama en todo el país; su especialidad es la restauración de autos y maquinaria agrícola antiguos. 

“En estos días terminé de restaurar este Ford A modelo 1929, tiene todo original”, se enorgullece casi acariciando esta verdadera joya que, asegura, “no está a la venta”. Pero al mismo tiempo trabaja en un Chevrolet, también del 29, una Studebaker y en un Valiant “de los primeros que salieron”. Para ello cuenta con “infinidad de catálogos, para respetar a rajatabla la originalidad de los modelos”, y un amor infinito hacia una actividad que, se advierte, lo llena de gozo. 

Afuera, en la puerta de su galpón, una especie de máquina trilladora totalmente remozada pone en antecedentes sobre la pasión de su restaurador. “Esta máquina es importada, se debe haber fabricado en Estados Unidos a fines de 1800, pero aquí recién llegó alrededor de 1920”, ilustra. “En esta misma máquina trabajó mi papá cuando era chico, tendría unos diez años”, se emociona mientras muestra la foto de aquella época con su padre trepado en pleno trabajo de cortar lino.

Osvaldo Flores l La Capital l Miércoles 9 de julio de 2008 (fragmentos principales) 
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