10 enero 2014

Tres hombres bajan de un taxi y matan a otro a metros de un búnker

Tres hombres bajan de un taxi y matan a otro a metros de un búnker

Ayer a la mañana Juan Carlos Esquivel estaba sentado en el piso de uno de los pasillos del asentamiento conocido como "detrás de los Veinte Amigos", en la zona de villa La Boca, cuando se...


Asentamiento. "Carlitos" estaba en el pasillo, cerca de su casa, cuando fue abordado por tres personas que, casi sin mediar palabra, lo mataron de dos tiros.
Por Claudio Berón / La Capital
  • Ayer a la mañana Juan Carlos Esquivel estaba sentado en el piso de uno de los pasillos del asentamiento conocido como "detrás de los Veinte Amigos", en la zona de villa La Boca, cuando se aproximaron a él tres hombres que bajaron de un taxi. Luego de entablar una discusión de monosílabos, casi sin palabras, de pronto le gritaron: "¡Arrancá ahora, arrancá!" y le descerrajaron dos tiros. "Carlitos", como llamaban al hombre asesinado, cayó malherido con dos balazos en el pecho, uno en la tetilla izquierda, disparados con distintas pistolas calibre nueve milímetros. Su familia atinó a llamar al Sistema de Emergencias Médicas y de ahí fue al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez, donde falleció una hora después, casi al mediodía.
Carlitos tenía 37 años, siete hijos y, según quienes lo conocieron, su vida estuvo llena de agujeros que se fueron cubriendo con entradas y salidas a varios presidios. La última vez fue a Coronda, "hace como ocho años, por un robo", contaban ayer muy apenados familiares suyos. "Quería mucho a su familia y estaba trabajando como albañil y ciruja. Se había rescatado", recordó un hermano de la víctima.
Sentado. El jueves, alrededor de las 10.30, Esquivel estaba sentado en uno de los pasillos zigzagueantes del asentamiento ubicado en inmediaciones de Uruguay y Felipe Moré, a metros de la casa familiar y muy cercano a un descampado que hace las veces de placita, con una hamaca desvencijada que acumula pilas de basura bajo los barrotes.
Ahí estaba Carlitos cuando se acercaron al menos tres personas que segundos antes habían bajado de un taxi a media cuadra de allí. "Eran sicarios", dijo un vecino del barrio como primera versión.
Por lo que pudo saberse, los asesinos de Esquivel son conocidos en el barrio y pertenecen a la fuerza de choque de un búnker que está a metros de allí, sobre las vías del ferrocarril Belgrano.
"El búnker está ahí hace unos cuatro años y lo maneja un tal Mariano, pero parece que es del Esteban, que está preso en Villa Devoto", deslizó otro vecino que se acercó a saludar a la familia de la víctima.
Sorpresa. El homicidio fue visto en detalle por varios testigos. "Se bajaron del taxi el Gringo, el Diente y Matías. Son todos muchachos grandes, ninguno es pibe. Se acercaron y le dijeron dos palabras a Carlitos. Después uno lo agarró del cuello y lo levantó, y entonces los otros dos le tiraron. La cagada es que él estaba desarmado", comentó un muchacho que estaba ahí, como tantos otros, entre los pasillos.
Cuando le tiraron, el cuerpo de Carlitos tembló y cayó fulminado. Una bala le entró en el pecho, la otra en la tetilla izquierda. "Fue muy de sorpresa, él no pensó que lo iban a gatillar. Ni siquiera se pudo parar bien, encima estaba tomando una sangría", se lamentó otro amigo de la víctima, de los varios que estaban entre los pasillos.
Según se escuchó por el lugar Esquivel mantenía una "bronca de hace unos días con la gente del búnker, esta zona estaba medio tranquila, pero estos tipos la cagan siempre", dijo otro hombre al pasar.
"Acá en el barrio no pueden venir con motitos, sólo dejamos entrar las motos que conocemos", admitió un muchacho que suele transitar la zona con envoltorios de marihuana y cocaína. Aunque no llueva, en estas lonjas de tierra siempre hay barro.
"Siempre son ellos". Rosa, la hermana de Carlitos, sollozó toda la mañana. Casi entre espasmos, no dudó en acusar "a los del búnker".
"Siempre son ellos los que la cagan, los que matan, los que arruinan las familias. Mi hermano salía a cirujear con su mujer cuando no tenía plata para los pibes. Siete hijos tenía y lo mataron frente a dos de ellos", contaba ayer a la tarde la mujer entre gritos.
Una y otra vez, Rosa vociferaba : "Fueron los transeros. Andan mostrando armas y les venden drogas a pibitos de once o doce años, esos chiquitos se la pasan fumando porros y jalando coca. Pero la policía ni viene por acá, no sé que están esperando... ¿que la gente tire el búnker abajo a machetazos?".
Rosa ya perdió todos los miedos, cada palabra de su acusación fue dicha ante las cámaras de un canal de televisión y repetida a quien quisiera escucharla. "Son los mismos que mataron a César Oviedo" (ver aparte), recordaba mirando a una cámara.
A media tarde de ayer el búnker estaba desocupado y los duros hombres que habitan esa villa no dudaban. "Se metieron con nosotros, éstos no vuelven más por acá".
Juegos. Pero no sólo Rosa mencionó a Oviedo. Un mural de cinco metros por cinco también lo hace inmortal en el asentamiento: "Justicia para César Oviedo, Movimiento 26 de junio", puede leerse en la inscripción.
A pocos pasos de la pared pintada tres chiquitos de no más de seis años juegan con una pistola de juguete. El tío de uno de ellos los mira. "Antes los chicos jugaban a los soldados en una guerra imaginaria. Ahora ponen cuatro chapas y juegan a que roban un búnker y se tirotean con la policía. Y eso no está bueno", considera, tratando de comprender y explicar al mismo tiempo la lógica tenebrosa que pretende imponerse en el barrio.

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